Capítulo 5

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"Me olvidaba de la vida, de mis ganas de reír, todo lo que iba conmigo eran los sueños por cumplir".

CAPÍTULO 5

—Por fin llegamos —exhaló Gulf con cansancio y empujó la reja de delgados barrotes que resguardaba la finca.

No se preocupaban por quienes pudieran entrar en ella porque siempre estaba abierta, sino de aquellos que pudieran salir, especialmente su adorado perro Bruno: el miembro de la familia más amado por todos.

—Pasa, siéntete como en casa.

Una construcción de dos plantas estilo rústico flanqueada por amplios arcos les dio la bienvenida. Gulf la miró atento, casi nostálgico intentando percibir algún cambio en el panorama. No le gustaba la sensación de que las cosas cambiaran sin previo aviso.

Recorrió con la mirada las paredes forradas con piedras color sepia y cubiertas casi en su totalidad por enredaderas, miró las bastas ventanas con persianas de roble que parecían cada vez más pequeñas ante la invasión de la naturaleza, y sonrió cuando vio que una de ellas, la última en la planta superior, aún tenía un cristal estrellado producto de una bola y su mala puntería con el bate, eso significaba que nadie había descubierto su travesura todavía.

Subió la mirada al tejado color ladrillo y se percató de que aún seguían viviendo familias de pájaros en los pequeños huecos que quedaban bajo las tejas. Había visto nacer a cientos de ellos, incluso llegó a alimentar a algunos que caían del nido, vio sus primeros intentos para volar y también tuvo la oportunidad de despedirlos cuando alzaron el vuelo y no volvieron a casa. Porque no volvían, o eso creía él.

—¿Los pájaros pueden regresar al lugar en el que nacieron? —Externó su duda en voz alta sin dejar de mirar el techo—. ¿Qué tan buena es su memoria? —Siguió cuando llegó a su mente la frase: "cerebro de pájaro", usada como un insulto despectivo.

—No lo sé —dijo Mew percatándose de a dónde miraban sus ojos—. Jamás he tenido a uno como mascota, así que ni siquiera sé cómo se comportan. Supongo que cuando encuentran una parvada a la que pertenecer se establecen en otra parte y eso los hace no volver. Migran.

Gulf lo miró encantado. Lo que había preguntado era una tontería, un probable producto de su deshidratación y excesiva exposición al sol, pero Mew lo escuchaba como si hablara de algo interesante y la pregunta no fuera por completo una idiotez.

—Podría averiguar más pero —le mostró la pantalla apagada de su celular y volvió a meterlo al bolsillo del pantalón.

—Migran —repitió aceptando el dato que se le escapaba—. Seguramente ninguno de ellos me conoce. No es que los demás lo hicieran —añadió apenado  obligándose a cerrar la boca.

Mew puso especial atención a sus pies cuando sintió un leve roce, un patito insistía en trepar por su zapato.

—Hola, pequeño —dejó la maleta de Gulf sobre el césped y lo alzó en brazos acunándolo como si de un bebé se tratara—. Qué suave eres.

—No sabía que teníamos patos —comentó mirando la enorme sonrisa de Mew al acariciarlo—. Es un bebé, parece que acaba de nacer, mira sus plumas.

Juntos se adentraron en el gran jardín para buscar al resto de su familia, o encontrar a la madre del patito. Mew estaba perplejo ante tal concentración de plantas, se sentía fascinado, nunca había estado en un sitio tan hermoso sin tener que pagar por entrar. Parecía que el otoño había perdonado ese lugar .

Gulf lo miraba sonriente e infló el pecho sintiéndose orgulloso; esa era la reacción que tenían todos los primerizos al ver el gran tesoro de su abuela, él tendría esa misma expresión de asombro si no hubiera crecido en ese jardín que, para ser justos, era realmente hermoso.

Lunas de octubreWhere stories live. Discover now