Capítulo 16

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"Fuiste mi canción favorita, la que adoré cada día a pesar de que no tenías ni una rima para mí".

CAPÍTULO 16

La primavera llegó más rápido de lo que imaginaban. En un parpadeo el frío que calaba hasta los huesos había desaparecido, los grandes abrigos que apenas permitían moverse volvían de nuevo al fondo del armario, ya se podían ver las parvadas de pájaros surcando los cielos, cientos de jardines comenzaban a adornar los paisajes de la ciudad que volvía a ser caótica y ruidosa, alegre y hasta romántica. Los botones de las flores abrían para revelar colores vividos en su interior, todo era tan verde, cada centímetro allá afuera se veía tan lleno de vida que Mew no pudo soportarlo y corrió las cortinas de un tirón para luego sentarse en el sofá.

—Si sigues así tendremos que empezar a trabajar de noche, ¿acaso te volviste fotosensible en ese lugar?

Mew alzó una ceja en dirección a Javier, hastiado, y volvió su atención a la hoja entre sus manos. Últimamente prefería la soledad, no hablar con nadie, no tener que fingir que le interesaba otra cosa que no fuera estar dentro de su cama. Pero Javier, uno de los compositores más talentosos y también un viejo amigo, había insistido tanto en escribir juntos un nuevo disco que terminó cediendo. Alegaba tener ideas frescas y que auguraban un rotundo éxito para un nuevo álbum, por lo que terminó recibiéndolo en su casa todos los días desde hacía dos meses.

—Ya sé —insistió rascándose la ceja con un bolígrafo—. Es para la inspiración ¿no? El ambiente melancólico, casi funerario. Porque estamos escribiendo canciones con las que medio país querrá cortarse las venas, las escucharán en todas las cantinas, eso es seguro.

Mew no dio indicio de que ese hecho le molestara, si la gente quería escucharlas mientras lloraba en la regadera o en una cantina ingiriendo litros y litros de alcohol, era algo que lo tenía sin cuidado.

—Mew, esto es tristísimo, no tiene nada que ver con el rayo de luz en el que yo había pensado. Todas las canciones irían directo a la lista de reproducción de una funeraria —hizo una pausa—, si tuvieran una.

Mew detuvo el desliz de su pluma sobre el folio y releyó lo que recién había escrito:

"No me gusta perder y necesité perderte,
partir por dentro esta alma inerte que ha dejado de sentir,
creer que no sangra, fingir que no duele,
que todavía late por ti mi incorregible corazón que se conduele".

Arrugó la hoja y lanzó la bola de papel al rebosante cesto de basura y esta terminó rebotando sobre la alfombra como lo hicieron las anteriores diez. Por más que lo intentaba eso era todo lo que brotaba de él: melancolía. No había espacio para historias de amor, para escribir sobre los sueños que se alcanzan luego de mucho esfuerzo, no quería darle a nadie un final feliz si él no podía tener uno.

—No tengo nada más que eso. Si esto no te sirve entonces hemos estado perdiendo el tiempo.

—Yo no dije eso, cálmate. Últimamente explotas al primer contacto —se puso de pie y sirvió un poco de whisky en un vaso sin hielos y se lo ofreció—. Tómatelo, te hace falta, eso y un masaje que te quite lo estresado.

—Son las diez de la mañana —se quejó acercando el vaso a su nariz, deleitándose por el intenso aroma.

—Sí, y aquí adentro parecen ser las diez de la noche —estiró el brazo para encender la lámpara a su lado y sirvió un vaso para él—. No veo la diferencia. Un trago no te convertirá en un alcohólico.

—¿Crees que emborrachándome esto será menos lamentable?

Negó y dio un largo sorbo, Mew lo imitó. Cuando su vaso estuvo vacío Javier lo rellenó y volvió a hundirse en el sillón con el suyo en mano. Lo miraba de soslayo, estudiándolo, intentando averiguar qué pasaba por su mente, qué era lo que le había pasado meses atrás, por qué todo lo que escribía terminaba haciendo llorar a alguno de los dos.

Lunas de octubreWhere stories live. Discover now