Capítulo 6

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"Atiborrando mi maleta, inventándome mil metas, miles de reglas absurdas que ya no quería cumplir".

CAPÍTULO 6

—¿Cómo es que tienes el cabello tan suave y huele tan bien? Usamos el mismo shampoo y yo no huelo así —murmuró Gulf pasando los dedos entre mechones negros en movimientos tan ligeros que parecían dulces caricias.

Ese viaje estaba siendo impredecible, fascinante y lleno de emociones que estaban aturdiéndolo, porque sí, estaba emocionado aunque no tuviera razones reales para estarlo.

Apenas se conocían, no sabía más que su nombre, que seguramente usaba tratamientos costosos en el cabello y que su loción era el olor más delicioso que había olido nunca.

Sonrió al percibir cómo la brisa de la mañana que entraba por la ventana llevaba hasta su nariz ese característico olor a canela con nuez moscada. Que usara su ropa se sentía aún mejor, era una mezcla de complicidad y de intimidad que no existía más que en sus pensamientos y en los latidos del corazón que intentaba controlar desde hacía un rato.

—Y no digamos nada de tu piel —volvió a susurrar con la respiración lenta y pausada, dándole el placer a uno de sus dedos de poder tocarlo—. Es tan lisa como la seda y parece que tiene luz propia. Acaparaste la belleza que nos tocaba a los demás, eso es ser bastante codicioso, ¿sabías?

—¿Y tú sabías que es de mala educación tocar a extraños mientras duermen?  —Murmuró adormilado sin querer abrir los ojos.

Seguía cansado, aún tenía sueño, pero sentir las manos de su compañero de habitación sobre su cuerpo lo puso en alerta, hasta que lo escuchó. Le hablaba de forma dulce, cariñosa, como si su intención fuera solamente admirarlo, por eso se permitió seguir escuchándolo unos minutos más.

—¿Ah, sí? ¿Es de mala educación tocar a alguien que no conoces? —Hizo el intento de no reír y sonar tan serio como fuera posible.

—Sí, diría que de muy mala —reafirmó con voz pastosa.

—¿Y qué debería hacer?

—Dejar de hacerlo, darle espacio.

—Entiendo... —murmuró sin mover un músculo.

Mew se aferró a la almohada que le había prestado la noche anterior y quiso seguir durmiendo por unos minutos más, aunque eso fuera más descortés de su parte que lo que hacía el chico, pero al sentir que la respiración de Gulf movía su cabello se desconcertó.

—¿No vas a moverte?

—Sí.

—¿Y por qué no lo haces?

—No quiero ofenderte, pero no eres tan ligero como crees. Si te mueves tú, podré moverme yo.

No entendió a lo que se refería hasta que se percató de que la almohada que abrazaba y sobre la que descansaba casi la mitad de su cuerpo latía, respiraba y era tan cálida como un cuerpo humano.

No quiso abrir los ojos, no quería ver su expresión y darse cuenta de que lo que imaginaba era real.

—Podemos quedarnos aquí el tiempo que quieras, o hasta que la abuela venga a sacarnos a rastras. Tú decides.

Lo pensó. Tuvo el descaro de pensar en esa propuesta que era obviamente falsa. En otras circunstancias permanecería así algunas horas más. No recordaba la última vez en la que no tuvo que recurrir a trucos baratos para conciliar el sueño, había dormido delicioso y el cuerpo no le dolía; inspeccionó mentalmente sus extremidades para corroborarlo y descubrió algo peor, no solamente su torso había invadido propiedad privada, sus piernas estaban enredadas en ella.

Lunas de octubreWhere stories live. Discover now