CAPÍTULO 20

12 5 1
                                    

Decir que estaba nerviosa, era quedarse corta. Aterrada, sería el término idóneo para describir mi estado en ese momento.

Con un nudo en la garganta, mi corazón bombeando a toda marcha, mis manos sudando y mis piernas cual gelatina, daba la impresión de que más temprano que tarde, iba a desfallecer en plena sala de espera.

Cuando escuché a la señora Amelia con la voz quebrada y ligeramente nasal, diciéndome que había encontrado a la abuela en el piso del baño, contuve la respiración durante varios segundos en los que mi mano fue directo a mi pecho, como si un dolor infernal se estuviera apropiando de él, e imaginé decenas de escenarios fatalistas que solo ayudaron a incrementar mi angustia.

Con la adrenalina corriendo por mis venas a millón, no perdí tiempo en actuar. Tomé a Yasmina entre mis brazos, le pedí a Macarena disculpas por tener que marcharme tan pronto y de forma abrupta, y en cuanto supo mis razones, se ofreció a echarme una mano.

Lo primero que hicimos fue buscar a Franco a casa de Esteban, pedí nuevamente disculpas, esta vez a él por interrumpir la clase y tener que retirarlo minutos previos a que finalizara, explicándole en resumidas cuentas lo que estaba aconteciendo. Su cara fue todo un poema, la misma reacción había obtenido por parte de mi profesora y limitándose a desearme suerte, nos despedimos antes de retomar camino.

En menos de cinco minutos llegamos a nuestro destino. Sentía que había salido de una película de rápidos y furiosos por cuan grandiosa agilidad además de velocidad tenía Macarena en manejar bajo presión. Con la frente transpirando y mi respiración hecha un desastre, anduve como una desorientada deambulando por los pasillos del hospital, siendo seguida por los niños, Macarena y la señora Alicia a quien tuve que llamar de camino para acá, contándole lo que había pasado e informando que tanto Franco como Yasmina seguían conmigo.

Apenas localicé a la señora Amelia, me volví por segunda vez consecutiva en un manojo de nervios, temiendo por descubrir lo peor en los próximos segundos. Cuando sus ojos cafés se interceptaron con los míos, pude notar los rojos que estaban y cuan llorosos seguían. Sus manos temblorosas abandonaron su boca y terminaron yendo hacia mi espalda.

Me abrazó como nunca antes lo había hecho. Le correspondí casi de inmediato, porque a decir verdad, yo también necesitaba consuelo, más porque ya estaba preparada mentalmente para lo que se avecinaba. Minutos después, cuando nuestros sollozos cesaron y decidimos en conjunto separarnos, no esperé a que hablara para bombardearla de preguntas como: ¿Qué pasó? ¿Cómo está ella? ¿Ha hablado con el médico? ¿Sabe cuánto hay que esperar para verla? ¿Mi madre sabe que está aquí?

-Calma, mi niña-Me dijo en voz baja, con la misma suavidad con la que acariciaba mi rostro con sus arrugadas manos-Solo fue un susto que nos dio a ambas. Lo peor ya pasó. Por como la encontré tirada en el suelo de rodillas, no tardé en pensar que se había caído y no me detuve a preguntarle qué había pasado, necesitaba sacarla de allí lo más rápido posible.

>>Con dificultad logré levantarla y entre mi hijo mayor y mi esposo la llevamos al auto. Mi hijo nos trajo aquí, no transcurrió mucho tiempo cuando un joven nos socorrió. Sigue siendo examinada por el doctor Sánchez, con el fue quien me comuniqué, es un viejo amigo de la familia y por fortuna estuvo disponible para atendernos.

-¿Sabe que provocó que se cayera? Ha estado como una montaña rusa desde hace días, a veces se levanta de ánimos y en buen estado en cuanto a salud se trata, pero hay otras ocasiones en las que su nivel de glicemia está por las nubes.

La abuela padecía de diabetes tipo dos, una condición que se origina cuando el páncreas se degenera y no produce suficiente insulina. No obstante, con ayuda de medicamentos, una rutina de ejercicios y una dieta estricta, el panorama podría cambiar.

Versos del alma Where stories live. Discover now