CAPÍTULO 22

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Me senté en un banco a fumarme un cigarrillo, cerquita del destino

Conversé con él por horas, atosigándolo con preguntas sobre ti. En especial si en el futuro nos veía juntos.

Dubitativo esquivo mi mirada, arrugó el rostro y fijó su mirada en la nada.

Su silencio cobró sentido, uno agrio que me hizo flaquear. No hicieron falta las palabras para entender que mis días a tu lado estaban contados.

Ahora que te tengo de frente, siento mi interior rasgándose desde las esquinas y me torturo preguntándome

¿Cómo le explico al corazón que no debe esperarte?

¿Cómo le hago entender a mi mente que te tienes que ir?

¿Cómo le digo al alma que bese a la tuya una última vez? Qué este será un beso distinto, uno de despedida que marcará el resto de nuestras vidas...

—¿Lo escribiste por ella? ¿A la chica que me comentaste?—Pregunté con la voz quebrada y un tanto adormilada. Acomodé mi cabeza en la almohada y dirigí mis ojos hacia aquel sujeto sentado junto a mí.

Se trataba de alguien fuerte, su espalda además de brazos lucían como si hubiese pasado varias horas ejecutando rutinas exhaustivas. Su cabello era oscuro, traía puesta una camisa azul eléctrica que lograba acentuar su tono de piel claro. Con la prenda arremangada pude obtener una vaga visión de sus tatuajes, en realidad, las siluetas de ellos. Por la posición en la que estaba a duras penas alcancé a verle el rostro y si a ello le sumamos que mi vista comenzaba a volverse borrosa, era todo un desafío identificarlo.

—Sí, lo escribí por y para ella—Confirmó, con un ápice de melancolía en su voz. Tomó una bocanada de aire y lo expulsó de a poco, a través de un suspiro extenso, mientras se mostraba vacilante. Como si estuviera en una batalla interna. Sin embargo, cuando pensé que ahí moriría nuestra conversación, el me miró directo a los ojos y añadió—Necesitaba desahogarme, drenar todo ese dolor, arrepentimiento, tristeza, esa rabia que sentía después de perderla. Por eso escribí el libro.

Levantó tal objeto para que pudiera verlo con claridad y lo agitó con suavidad. De repente, sus hombros descendieron y junto a ellos su mano sosteniendo aun aquel libro del que me hablaba con tanto sentimiento. Bajó la cabeza, respiró profundo y se tomó unos segundos antes de recomponerse, voltear a mirarme por encima del hombro y decirme...

>>Ya es tarde, debo irme a casa y tú necesitas descansar.

Asentí, sin saber que decirle exactamente. Aunque en el fondo quería que se quedara un rato más, el cansancio de mi cuerpo a este punto era bastante notorio y mi intuición me decía que al final de cuentas el declinaría a mi oferta.

Luché por mantener mis ojos abiertos y así poder por fin apreciar con nitidez al hombre que me había estado acompañando. No obstante, mi visión me llevó la contraria y fue nublándose cada vez más y más, hasta que lo único que me ayudó a saber si se había marchado o no del lugar, fue agudizar el resto de mis sentidos. Me percaté de cómo la cama se hundía y a quien denominé desconocido, tuvo la amabilidad de arreglar la sabana que me cubría. Cuando estuve protegida por completo, la misma voz masculina que había escuchado con anterioridad me dijo:

—Buenas noches, Auba—Arrugué el entrecejo, desconcertada por el hecho de que supiera mi nombre. No recuerdo habérselo dicho.

—¿Có..cómo te sabes..?—Ante un importuno bostezo mi pregunta se vio interrumpida—¿Quién eres?

Versos del alma Where stories live. Discover now