IX

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NUEVOS AGRAVIOS


Cuando llegó la hora de la salida del presidio, cuando Jean Valjean oyó resonar en sus oídos esas palabras extrañas, «¡Eres libre!», el momento fue inverosímil e inaudito; un rayo de viva luz, un rayo de la verdadera luz de los vivos, penetró súbitamente en él. Pero aquel rayo no tardó en palidecer. Jean Valjean se había deslumbrado con la idea de la libertad. Había creído en una vida nueva. Vio enseguida lo que era una libertad con pasaporte amarillo.

Alrededor de esto, ¡cuántas amarguras le esperaban! Había calculado que su masita, durante su estancia en presidio, se habría elevado a ciento sesenta y un francos. Pero justo es añadir que había olvidado, en sus cálculos, el reposo forzado de los domingos y días de fiesta, que en diecinueve años suponían una disminución de veinticuatro francos, aproximadamente. Además, esta masita había sido reducida, por diversas retenciones locales, a la suma de ciento nueve francos y quince sueldos, que le entregaron a la salida.

Pero él no comprendía esto, y se creía perjudicado. Digamos la palabra: robado.

Al día siguiente de su libertad, en Grasse, vio, delante de la puerta de una destilería de flores de naranjo, algunos hombres que descargaban unos fardos. Ofreció sus servicios. El trabajo apremiaba y fue aceptado. Puso manos a la obra. Era inteligente, robusto y ágil; trabajaba perfectamente; el amo parecía estar contento. Mientras trabajaba, pasó un gendarme, le observó y le pidió sus papeles. Fue preciso mostrar el pasaporte amarillo. Hecho esto, Jean Valjean continuó su trabajo. Un poco antes, había preguntado a un compañero cuánto ganaba diariamente en aquel trabajo; le habían respondido: «Treinta sueldos». Llegó la tarde y, como debía partir al día siguiente, se presentó al dueño de la destilería y le rogó que le pagase. El dueño no profirió palabra y le entregó veinticinco sueldos. Reclamó y le respondieron: «Bastante es esto para ti». Insistió. El amo le miró fijamente, y le dijo: «¡Cuidado con la cantera!».

También allí se creyó robado.

La sociedad, el Estado, disminuyéndole su masita, le había robado en grande. Ahora le tocaba al individuo, que le robaba en pequeño.

La liberación no es la libertad. Se sale de la cárcel, pero no de la condena.

Esto era lo que le había sucedido en Grasse.

Ya hemos visto de qué modo le acogieron en Digne.

Los Miserables I: FantineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora