VII

33 6 0
                                    

 FAUCHELEVENT SE HACE JARDINERO ENPARÍS


Fauchelevent se había dislocado la rótula en su caída. Madeleine le hizo transportar a una enfermería que había establecido para los obreros, en el mismo edificio de su fábrica, y que estaba atendida por dos hermanas de la caridad. Al día siguiente, el viejo encontró un billete de mil francos sobre la mesita de noche, con una nota escrita por Madeleine: «Os compro vuestra carreta y vuestro caballo». La carreta estaba rota y el caballo muerto. Fauchelevent se curó, pero su rodilla quedó anquilosada. El señor Madeleine, con la recomendación de las hermanas y del párroco, hizo colocar al buen hombre, como jardinero, en un convento de mujeres del barrio Saint-Antoine, en París.

Algún tiempo después, el señor Madeleine fue nombrado alcalde. La primera vez que Javert vio al señor Madeleine revestido con la banda que le daba completa autoridad en la población, experimentó esa especie de estremecimiento que sentiría un mastín que olfatease un lobo bajo los vestidos de su amo. A partir de aquel momento, le evitó todo cuanto pudo. Cuando las necesidades del servicio lo exigían imperiosamente, y no podía menos que encontrarse con el señor alcalde, le hablaba con un respeto profundo.

La prosperidad creada por Madeleine en Montreuil-sur-Mer tenía, además de los signos visibles, de los que ya hemos hablado, otro síntoma que, aun no siendo visible, no era menos significativo. Síntoma que no engaña nunca. Cuando la población sufre, cuando falta el trabajo, cuando el comercio es nulo, el contribuyente se resiste al impuesto por penuria, agota y deja pasar los plazos, y el Estado gasta mucho dinero en apremios. Cuando el trabajo abunda, cuando la región es feliz y rica, el impuesto se paga cómodamente, y le cuesta poco al Estado. Puede decirse que la miseria y la riqueza públicas tienen un termómetro infalible: los gastos de percepción del impuesto. En siete años, los gastos de percepción del impuesto se habían reducido las tres cuartas partes en el distrito de Montreuil-sur-Mer, lo cual era causa de que el señor de Villèle, entonces ministro de Finanzas, citase frecuentemente este distrito.

Tal era la situación cuando regresó Fantine. Nadie se acordaba ya de ella, pero afortunadamente la puerta de la fábrica del señor Madeleine era como un rostro amigo. Allí se presentó y fue admitida en el taller de mujeres. El oficio era completamente nuevo para Fantine y no podía ser muy experta en él; por lo tanto, sacaba poca cosa como producto de su jornada, pero al fin aquello bastaba, el problema estaba resuelto y ganaba su vida.

Los Miserables I: FantineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora