XLIII

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Conforme iban pasando los días, la desazón que me causó aquel encuentro con el profesor disminuía, tal vez porque yo misma había comprobado que no lo había vuelto a ver en aquellos tres días y porque el hecho de que Alexander se ofreciera a llevar...

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Conforme iban pasando los días, la desazón que me causó aquel encuentro con el profesor disminuía, tal vez porque yo misma había comprobado que no lo había vuelto a ver en aquellos tres días y porque el hecho de que Alexander se ofreciera a llevarme cada mañana atenuaba en gran parte mi temor, pero pasaba gran parte del día sola, eso sin contar que se iría de viaje en unos días y aunque aquello no me preocupaba, si lo hacía el sentimiento de no querer alejarme de él.

En el fondo sabía que Magnus solo era uno de esos tipos corrientes que lanzaba amenazas pensando infundir el miedo. Dudaba que llegara a hacerme algo que peligrara su libertad, sabía quien era y el circulo que me rodeaba, no era tonto, de lo contrario no me habría asaltado en el interior de la universidad, habría esperado a hacerlo fuera de allí, pero probablemente pensaría que tenía seguridad y no habría querido correr el riesgo.

Si. Seguramente desistiría cuando viera que no había cumplido con sus amenazas y más aún se daría por vencido cuando se diera cuenta de que no tendría otra oportunidad de encontrarme de nuevo a solas.

Me había asegurado de ir siempre acompañada por mis compañeras de clase y regresaba a casa en taxi, no pensaba arriesgarme a utilizar transporte público a expensas de verme asaltada. Lo más normal en estos casos es que hubiera solicitado un chofer que me llevara y trajera donde quisiera, pero Alexander no me lo había ofrecido y lo cierto es que tampoco lo necesitaba ya que pensaba pasarme los próximos días encerrada en casa adelantando trabajos para ponerme al día con el resto de mis compañeros de clase.

Después del cuarto día del encuentro con el profesor, comencé a relajarme, siendo sincera estuve nerviosa durante todo el día pensando que en algún momento sucedería algo, pero cuando Alexander entró por la puerta sonriente y se abalanzó sobre mi, dejé de percibir aquella sensación entregándome a sus brazos.

Entre nosotros se había establecido una especie de rutina absurda no pactada, pero lo cierto es que él traía siempre la cena a casa, conversábamos sobre todo y nada al mismo tiempo, pero Alexander no era de los que aburrían hablando únicamente de trabajo y la mayoría de las veces terminábamos teniendo sexo sobre la silla, la mesa, la encimera de la cocina o el propio suelo.

Nunca había hablado con nadie sobre el tema, no sabía si aquella predisposición era normal o era la causa de un deseo carnal descomunal que poco a poco se apagaría con el tiempo. ¿Podría apagarse antes de que tuviera que marcharme? Empezaba a dudarlo seriamente.

La primera noche que Alexander estuvo fuera pensé que no me afectaría, tenía mucho trabajo por adelantar y si mantenía la mente ocupada, apenas me daría cuenta de que él no estaba.

Craso error.

El silencio abismal. La falta de compañía. Su cama vacía... Si tenía alguna duda sobre lo que sentía por él, definitivamente se había disipado con aquel desasosiego que no me dejaba dormir a las tres de la mañana.

Si esperaba una llamada, un mensaje, un simple "te echo de menos" por parte de Alexander, no llegó. ¿Qué esperaba?, ¿Acaso iba a cambiar por arte de magia? Él no era así, no lo sería nunca y cuanto antes me hiciera a la idea mejor. Quizá el simple gesto de traer la cena cada noche, de compartir sus ratos libres conmigo me había hecho creer cosas que no eran, pero cuando aquella mañana descubrí la sangre en mi ropa interior tuve sentimientos encontrados.

Felicidad porque pasaría más tiempo con él, porque aquello se prolongaría más tiempo, al menos otro mes y eso implicaba tener a Alexander solo para mi aquellos veintiocho días aproximadamente.

Desazón porque el propósito de aquello era tener un bebé y cada día que pasara sin conseguirlo se prolongaría mi agonía por saber que tendría que marcharme cuando todo acabara. Sabía que cuanto más tiempo pasara a su lado, más difícil me sería la separación definitiva.

Estaba en una encrucijada, una sin salida y por más que lo sabía no podía hacer nada para cambiarlo porque yo misma me había metido en aquella tesitura.

No debía enamorarme de él. No debía amarle, quererle, desearle. Yo simplemente no debía haber entregado mi corazón a Alexander, pero lo había hecho sin reservas y ahora era demasiado tarde.

Tras una ducha rápida me vestí rápidamente y pensé en coger algo de la cafetería de la universidad para no perder tiempo en casa. Me había dormido al trasnochar tanto y se me había hecho demasiado tarde, por suerte iría en taxi y no tardaría demasiado en llegar a pesar del tráfico de la ciudad a esa hora. Justo cuando estaba metiendo las últimas cosas en la mochila, escuché el sonido del interfono que significaba que llamaban a la puerta de casa.

Me extrañó.

La mujer que tenía contratada Alexander para hacer las tareas de casa tenía llave propia y hasta la fecha nadie había venido de visita a casa desde que yo estaba, ni siquiera los padres de él.

¿Podrían ser ellos?

Me acerqué y vi al conserje al otro lado de la pantalla.

—¿Si?

—Tiene un paquete señora D'Angelo, ¿Quiere que se lo deje en el ascensor o prefiere recogerlo más tarde? —preguntó amablemente.

¿Un paquete para mi? En aquel momento una sonrisa nerviosa me hizo parecer una niña de quince años. ¿Podría ser de Alexander?, ¿De quien sino? Es cierto que no había tenido noticias suyas desde que se había marchado, pero quizá ese era su modo de recompensarlo.

—Déjelo en el ascensor —dije sin contener las ganas de abrirlo.

¿Serían flores?, ¿Quizá una joya? En realidad no quería ver el regalo, sino el mensaje que llevase.

Cuando el ascensor abrió sus puertas una caja de tamaño mediano estaba situada en el centro, la cogí y sentí que apenas pesaba. Estaba bien precintada y estéticamente no se podía adivinar absolutamente nada puesto que no se podía ver la firma de ninguna tienda o marca.

Rompí con las uñas el adhesivo y estiré, en cuanto abrí una de las solapas y vi el contenido en su interior grité haciendo que la caja cayera al suelo y me apartase rápidamente.

El hedor comenzó a propagarse y una nota en blanco había saltado a pocos centímetros del objeto en cuestión.

Era una rata.

Una rata muerta.

¿Qué demonios era aquello?

Cogí la nota y la desdoblé lentamente mientras todo mi cuerpo temblaba.

«No habrá un tercer aviso»






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La Esencia de AzharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora