Primera Ley: Inercia

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Poco más de cinco minutos antes de que suene la primera campana, Chuuya camina a toda velocidad hacia su taquilla para cambiarse los zapatos a unos de interior. Él nunca ha llegado tarde a clases en toda su vida (porque no es un maldito imbécil desconsiderado e irresponsable a diferencia de ciertos bastardos cubiertos en vendajes cuyo nombre puede maldecir y definitivamente no quiere comenzar ahora). 

Suele ser el primero en despertarse en su casa. Hoy, sin embargo, está solo; el trabajo de Kouyou-anesan la lleva a Kioto durante un mes, y los padres de Chuuya siguen en ese viaje antropológico que los lleva por todo el continente. Chuuya está acostumbrado a estar solo en su casa lo suficientemente grande como para que todo el mundo tenga privacidad y espacio para vivir, pero también lo suficientemente cómoda como para que no se sienta en un abismo vacío cuando está desprovista de gente.

Bueno... casi siempre está sola.

Chuuya aprieta los dientes cuando llega a su taquilla y se cambia rápidamente los zapatos. Corre aún más rápido hacia su primera clase del día. No ha tenido la oportunidad de comprobar si sus deberes y todas sus cosas están en el lugar que les corresponde dentro de su mochila por querer evitar los retrasos. Pero si descubre que alguien los ha robado, va a...

Ugh.

Demasiado tarde.

Lo ve, sus ojos lo notan, pero incluso si parece haberse desarrollado en cámara lenta, sigue moviéndose demasiado rápido, incapaz de detener su propio impulso. Apenas consigue agitar los brazos en un intento por recuperar el equilibrio aunque sus pies acaben de tropezar con una pierna extendida que le bloquea el paso.

Aprieta los ojos, esperando el desafortunado impacto contra el suelo que le llevaría a sufrir una conmoción cerebral, luego a llegar tarde a su clase, luego a ganarse un regaño por el retraso, luego a que sus profesores y padres se preocupen por el repentino acto de rebeldía; lo que significa que podrían castigarle, lo que significa que tendrá que soportar los comentarios de cierto idiota sobre dicho castigo, lo que significa que acabaría en la cárcel porque finalmente cederá y estrangulará a cierto bastardo vendado usando sus propias vendas.

En cualquier momento caerá...

Pero el impacto no ocurre; al menos, no el que preferiría recibir.

—... Ah. ¿La pequeña hada por fin se ha enamorado de mí?

Chuuya observa a la persona que lo atrapó en sus brazos (el mismo maldito imbécil que lo hizo tropezar para empezar). Mirándolo con la fuerza de mil soles y algo más.

— ¡Me hiciste tropezar!

Dazai se encoge de hombros, con una sonrisa de satisfacción en su rostro. Es una mirada tan característica en su estúpida cara que Chuuya puede imaginársela claramente cuando ni siquiera quiere.

— Hmm, es curioso que no hayas negado la parte de "enamorarse de mí"...

— ¡Porque en primer lugar solo me caí por tu estúpida y larguirucha pierna de frijol! — Chuuya aleja a Dazai empujando el pecho del otro, y este se resiste rodeando su cintura con esos brazos demasiado largos. Es jodidamente molesto, porque "fuerza física" y "Dazai" en la misma oración es un concepto ridículo. Sin embargo, a Chuuya le cuesta apartarse —. ¡Y suéltame de una puta vez, sabes que tengo clase! Tienes clase.

Riendo, Dazai le deja ir, pero no antes de darle una palmadita en la espalda, y luego rascarle ligeramente la barbilla como se le haría a un bonito perro. Lo cual, otra vez, es ridículo porque Dazai y los perros son peores que el agua y el aceite.

— ¡Será mejor que te vayas, chibi! Con tus cortas piernas, definitivamente llegarás tarde~♬

— ¡Cállate! Te haré pagar por esto más tarde! — grita Chuuya en cuanto consigue zafarse del agarre de pulpo de Dazai. Al pasar junto al otro, se asegura de golpear su brazo con su mochila—. ¡No habrá una segunda vez!

Leyes De Atracción ♡ ︎ SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora