De vuelta a normalidad... o algo así

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-Y... ¡Ya está!

-¿De verdad? -pregunté.

-Sí, una vez que lleguen tus padres. Irás a casa.

Suspiré y me volví a acostar.

-Genial, muchas gracias.

-No hay problema, chico -dijo la doctora con simpatía.

-Hay algo que no entiendo ¿Cómo pude sobrevivir a algo así?

Pareció pensarlo un poco y exclamó:

-Prácticamente no sobreviviste, porque moriste y te reanimaron en la patrulla.

Otra vez sentí ganas de vomitar al pensar en eso.

-Sabes, tengo una pequeña teoría -dijo ella.

-¿Ah, sí?

-Se dice que las personas con tu color de pelo vienen de familias que han trabajado con fuego por generaciones.

No me sorprendió tanto escuchar eso, es bien sabido que mi familia mantiene muchas tradiciones.

-Quizá tu cuerpo está hecho para soportar temperaturas muy grandes -explicó en lo que limpiaba sus lentes-. Claro, esto solo es una teoría algo tonta; lo que importa es que estás vivo.

Tenía razón, supongo.

Me dió unas pastillas que debía tomar en caso de presentar dolor de cabeza y otras por si las heridas de mi brazo ardían.

-Eh, lo siento -la llamé antes de que se fuera-, nunca supe su nombre.

-Puedes decirme Tamayo -dijo con una pequeña sonrisa.










Luego de unas horas, mis padres vinieron por mí, y luego de que firmaran unos papeles, nos fuimos a casa.

Regresé a mi hogar.

Mis hermanos me recibieron con un delicioso pastel de chocolate que disfrutamos entre todos. No sé si era el hecho de que la comida de hospital no era tan buena, pero probablemente fue el mejor pastel que he comido en toda mi vida.

Mis papás me ofrecieron tomar un día de descanso antes de regresar a la escuela, oferta que rechacé.

Los médicos estaban asombrados con mi rápida recuperación, más al enterarse que al momento de despertar pude caminar.

Tenía ganas de ver a todos, incluso al tenebroso maestro Iguro.

Con diversión, ellos me dijeron que estaban felices de ver esa energía en mí y que me preparara para el día siguiente.

Y así fue, coloqué mi uniforme sobre mi silla del escritorio y, aunque no quisiera, agarré el viejo reloj despertador del abuelo y lo puse sobre mi mesita de noche.

-Apuesto que dolerá en la mañana -murmuré para mí mismo.













¡RIIIIIIIIIIIIIIIING!

-¡TANJIRO, APAGA ESA COSA!

La voz de Nezuko me despertó más que el reloj.

-¡Lo siento!

Me sentía feliz, casi bailando fui hasta la regadera y me dí una ducha para después vestirme.

-¡Buenos días papá! -le grité en lo que bajaba las escaleras de mi casa

Me miró con duda y sorpresa.

-Eh... Hola, hijo ¿Todo bien?

Asentí en lo que me sentaba para comer un cereal.

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