Un plan estúpido

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Algo me seguía, no sabía qué era.

Me encontraba en un lugar tan oscuro que apenas podía distinguir las palmas de mis manos. Solo perseguía una cosa, la luz; juraba haber oído gritos y quejidos de una muchedumbre que venía detrás de mí, sin embargo, ahora solo escuchaba los latidos de mi corazón y el sonido de mis jadeos en busca de aire, ya que estaba corriendo.

De repente, la lejana luz se apagó y sentí un fuerte golpe en mi cara.

Me había caído de la cama, todo fue una pesadilla.

-Ay...

Para mí mala suerte, mi rostro fue el que se estrelló contra el frío piso.

Con torpeza, me levanté. Un punzante dolor apareció en el puente de mi nariz y sentí como un líquido caliente brotaba de esta, estaba sangrando.

Suspiré y me dirigí a la puerta de la habitación. De reojo, noté que ni Zenitsu, ni Genya o Inosuke se encontraban ahí.

La casa que la policía nos había conseguido contaba con dos cuartos (afortunadamente eran suficientemente grandes como para que en uno de ellos durmieran 4 idiotas por separado); así que decidimos que en uno nos quedaríamos nosotros y en el otro, Kanao y Nezuko.

Era sábado, probablemente ellos ya se estaban haciendo el desayuno o viendo la televisión, al fin y al cabo, me había despertado algo tarde.

Cuando abrí la puerta, me sorprendí al ver a Kanao con la mano alzada.

-¡Vaya...! -exclamó al verme.

-Buenos días, Kanao -murmuré con una pequeña sonrisa mientras me sostenía la nariz, tratando de evitar que la sangre saliera.

-¿Qué pasó? -preguntó al notar mi herida- ¿Estás bien?

-Tuve un pequeño accidente.

¡¿Pequeño?! ¡Te rompiste la nariz, imbécil!

-E-es que me caí de la cama.

-Pero, ¿cómo..?

-Supongo que fue un mal sueño, je -reí, con intención de calmarla.

-¡Ven aquí...!

Y procedió a jalarme de la mano, en dirección al baño.

Me obligó a sentarme en la taza del baño en lo que ella buscaba las venditas. Observé cómo buscaba minusiosamente en el botiquín del espejo con un semblante serio y un tanto brusco.

¿Dónde están...?

Sentí que mis mejillas se calentaban al notar su molestia por mí estupidez.

¡Aquí están!

Una mirada triunfadora se formó en su rostro. Se acercó a mí y limpió mi herida con una gaza.

Su cara estaba tan cerca de la mía que me era imposible no verla a los ojos. Un púrpura tan llamativo que me incitaba a apreciarlos...

...hasta que colocó la venda en mi nariz.

-¡Ay, eso dolió!

-Obviamente iba a doler, te rompiste la nariz.

Idiota.

Después de pegarla bien, se alejó.

-¿Y...? ¿Qué tal? -cuestionó curiosa.

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