Capítulo 9

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-¿Ya conoces el resto del personal? -pregunta.

-Sí. -Sonrío.

Me mira fijamente, mostrando sus hoyuelos, sus ojos evaluando. La luz del sol golpea su cara en el ángulo adecuado para iluminar las manchas en sus ojos, sus pestañas tan negras y gruesas, enmarcando esas piscinas verdes que me absorben.
Quiero comenzar profesionalmente, ya que es la única manera que puedo verlo trabajando, entonces sin apretar sujeto el cinturón de seguridad alrededor de mi cintura y voy directo al grano.

-¿Me contratas para una lesión deportiva en particular o más bien como prevención? -consulto.

-Prevención.

Su voz es áspera y me pone la piel de gallina en mis brazos, y me doy cuenta, por la forma en que su gran cuerpo se vuelve hacia mí, que no considera necesario llevar el cinturón de seguridad en su avión.

Asintiendo, dejo a mis ojos recorrer su fuerte pecho y sus brazos, y luego me doy cuenta de que podría estar mirándolo muy descaradamente.

-¿Cómo están tus hombros? ¿Tus codos? ¿Quieres que trabaje en alguna cosa hacia Atlanta? Liam me dijo que es un vuelo de varias horas.

Sin contestarme, simplemente extiende su mano hacia mí, y es enorme, con cicatrices recientes en cada uno de sus nudillos. Me quedo mirando hasta que me doy cuenta de que me la está ofreciendo, así que la tomo entre las mías. Un escalofrío de sensibilización atraviesa desde su mano y profundamente hacia mí. Sus ojos se oscurecen cuando empiezo a frotar la palma con ambos pulgares, en busca de nudos y opresión. El contacto piel a piel es asombrosamente poderoso, y me apresuro a llenar el silencio que de repente se siente como peso muerto alrededor de nosotros.

-No estoy acostumbrado a este tipo de manos grandes. Las manos de mis estudiantes son generalmente más fáciles de masajear.

Sus hoyuelos están a la vista. De alguna manera no estoy seguro de que me escucha. Parece especialmente absorto mirando mis dedos en él.

-Lo estás haciendo muy bien -dice en voz baja.

Me concentro en las líneas y las inmersiones de sus palmas, y en cada uno de sus decenas de callos.

-¿Cuántas horas al día te preparas? -le pregunto en voz baja, mientras el avión despega tan suavemente que apenas me doy cuenta de que estamos en el aire.

Sigue mirando mis dedos, con los ojos medio bajos. -Hacemos ocho. Cuatro y cuatro.

-Me encantaría que estiraras cuando termines el entrenamiento. ¿Es eso lo que los especialistas también hacen por ti? -le  pregunto.

Asiente, todavía sin mirarme. Entonces sus ojos chasquean hacia arriba.

-¿Y tú? ¿Quién chequeará tu lesión? -Señala a mi rodillera, visible a través del jean roto justo arriba de la rodilla, el cual se entreabrió más bastante cuando me senté.

-Nadie. Ya he terminado con la rehabilitación. -La idea de este hombre viendo mi video vergonzoso me hace sentir mareado-. ¿Tú me buscaste en Google también? ¿O es que tus chicos te contaron?

Libera su mano de la mía y señala hacia abajo.

-Vamos a echar un vistazo.

-No hay nada que ver. -Pero cuando sigue mirando mi pierna a través de aquellas pestañas oscuras, doblo y levanto la pierna un par de centímetros para mostrarle mi rodillera.

La agarra con una mano y abre el velcro con la otra para mirar detenidamente mi piel, luego acaricia con sus pulgares la cicatriz en mi rodilla.

Hay algo totalmente diferente sobre él tocándome. No me asusta ni mucho menos me molesta.
Su mano desnuda está en mi rodilla, y puedo sentir sus callos en mi piel. No. Puedo. Respirar. Investiga un poco, y me muerdo el labio inferior y exhalo el poco aire que queda en mis pulmones.

-¿Todavía duele?

Asiento, pero sólo puedo pensar en su mano grande y áspera. Tocando mi rodilla.

-He estado corriendo sin la rodillera, y sé que no debería todavía. Sólo que no creo que alguna vez me haya realmente recuperado.

-¿Cuánto tiempo hace de esto?

-Hace seis años. -Titubeo, luego añado-: Y dos... la segunda vez que sucedió.

-Ah, una lesión doble. ¿Así que está sensible?

-Mucho. -Me encojo de hombros-. Supongo que me alegro que para la segunda vez, ya había empezado mi maestría para rehabilitación. De lo contrario no sé lo que habría hecho.

-¿Duele como para no competir nunca más?

Me mira con total franqueza e interés, y no sé por qué incluso estoy contestando. No he hablado de esto abiertamente con nadie. Duele en cada parte de mí. Mi corazón, mi orgullo, mi alma.

-Sí. Lo hace. Lo entiendes, ¿verdad? -le pregunto en voz baja, mientras baja mi pierna.

Sostiene mi mirada mientras su pulgar ligeramente acaricia mi rodilla, luego ambos miramos su tacto, como si estuviéramos igual de atónitos al darnos cuenta lo fácil que era para él dejarlo allí mientras tenemos toda una conversación, y para mí permitírselo. Me suelta y no decimos nada.

Me pongo mi velcro de nuevo, pero por debajo de la rodillera siento como si él hubiera empapado mi piel con gasolina, y que va a estallar en llamas en cualquier segundo en que me toque otra vez.

Mierda.

Esto no está bien, ni siquiera sé que hacer conmigo mismo. Mis relaciones con mis clientes han sido siempre informales. Me llaman por mi nombre, y yo les llamo por el suyo. Tenemos mucho trabajo y mucho contacto, pero nunca me tocaron. Sólo yo lo hago.

-Haz esto también.

Extiende su mano más apartada hacia mí en un puño mientras habla, y me siento un poco agradecido por la oportunidad de lograr acostumbrarme a tocar a este hombre por motivos de trabajo.

Desplazándose a mi lado, tomo su mano entre las mías y la abro con mis dedos. Él se recuesta en el asiento y extiende su brazo libre, el más cercano, a lo largo del asiento detrás de mí. La híper conciencia de su brazo extendido calienta todo mi cuerpo, incluso si no está tocándome, y una vez más, estoy intimidado y extrañamente atraído por la palma de su mano, por cuan dura, firme y callosa es.

No sé por qué se sienta en un banco en lugar de un simple asiento, pero de repente su muslo está demasiado cerca, con las rodillas dobladas, con las piernas abiertas, ocupando dos asientos y dejándome con uno, y puedo sentir y oler cada centímetro de él.

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Real | L.SWhere stories live. Discover now