Prólogo

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Deber. Responsabilidad. ¿Qué importaba eso cuando sabías que se cometía una injusticia? Entonces, sólo había dos opciones: dar la espalda y hacer lo que todos esperaban de ti, o, hacer lo correcto.

Axel era un soldado obediente y leal, pero había estado dando la espalda por mucho tiempo. Era hora de hacer lo correcto.

Cerrar los ojos al lanzar una daga podía ser desastroso, no importaba mucho si no tenías interés en la puntería. Pudo escuchar la hoja cortando el aire, el silbido del metal hundiéndose en la carne. Jamás olvidaría el quejido de dolor que soltó el guardia cuando fue alcanzado por la punta de su cuchillo.

—¿Axel, qué estas haciendo?

Era un muchacho, un niño. No sabía su nombre, eso hacía que su trabajo fuese más fácil. Axel se agachó y desenterró el puñal, estaba clavado sobre su hombro.

—¿Dónde está?
—Tú no sabes de lo que es capaz, estás cegado. Es parte de sus habilidades, engatusar a quienes la rodeen para que se dobleguen ante ella. ¡Nos llevará a la muerte!

Hablaba de una niña, unos años menor que él. La hacía parecer una especie de demonio seductor capaz de producir un cataclismo. Axel odiaba el fanatismo, odiaba verse en los ojos de ese muchacho. Tiempo atrás él hubiese recitado esas mismas palabras sin dudar de ellas.

No pudo evitar reírse.

Conocía al demonio del que el chico estaba hablando. La había visto llorar, reír, comer, enamorarse tontamente de alguien que jamás le correspondería. No era un monstruo, era una chica. Una niña que aprendía a caminar por un mundo difícil.

Axel no había elegido convertirse en Eriline, nació así y siguió la senda que había sido marcada para las personas como él. Esa chica no era diferente a él, ni siquiera al chico que yacía a sus pies derramando sangre en sus zapatos.

—¿Dónde está? —El chico se negó a hablar, Axel admiró su valentía, por desgracia no fue suficiente para conseguirle un poco de compasión. Se inclinó y presionó la herida con la punta de su bota—. No volveré a repetir la pregunta.
—Las celdas de la Torre Norte.

Pudo irse y dejar que el muchacho se marchara, buscara a algún Caminante que le ayudara con la herida del hombro, era el tipo de cosas que hubiese hecho de ser el mismo Axel que llegó al Edificio Blanco tanto tiempo atrás. Ellos se aseguraron de enseñarle cuando la compasión debía quedar relegada en segundo plano, a tomar las decisiones correctas en situaciones difíciles.

Cuando el Castillo despertara y todos se enteraran de lo que había hecho, pensarían que era un monstruo. Axel lamentaba no estar allí para verlo, de poder ver sus rostros cuando repudiaran sus acciones les diría que él era el monstruo que ellos habían creado.

—Lo siento, pero necesito algo más que información.

Se inclinó sobre el cuerpo, estiró la mano que sostenía la herida y dejó que el poder del niño fluyera a través de sus propias venas. El poder de un Natural, sería más que suficiente para salir de ahí.

Ignoró sus gritos. No imparta cuanto rogara por piedad, no iba a dársela. No tenía motivos para hacerlo, había sido un peón al igual que Axel, pero liberarlo de su educación sería casi imposible. Si un niño crecía alimentado por el odio y las ideas preconcebidas, despojarlos de ellas era una odisea en la que no quería involucrarse. No todos podían entender el daño que habían sufrido.

Con el tiempo, dejó de gritar. Dejó de suplicar.

Axel arrastró el cuerpo por el pasillo, lo ocultó cerca del salón de armas. Esa habitación no era usada con frecuencia, aunque formaba parte de la instrucción Eriline a la mayoría no le gustaba aprender a usar las armas, confiaban demasiado en sus poderes como para tomar una espada o un cuchillo.

Avanzó con cuidado, como lo haría cualquier otra noche de guardia. No habría más centinelas hasta llegar a la puerta que dirigía a la Torre Norte. Axel había cambiado de bando, eso no significaba que quisiera crear una mortandad en el lugar que fue su hogar la mayor parte de su vida, donde estaba su familia. No podía cambiar los lazos que había hecho ahí, sin importar lo mucho que lo odiaran en cuanto descubrieran lo que había hecho, seguiría considerándolos una parte importante de él.

Se detuvo frente a la puerta. Estaba a tiempo de cambiar de idea, volver a su habitación y olvidar que eso había sucedido. Pero él sabía que no haría eso, los movimientos que había hecho eran los correctos.

—Axel. ¿De verdad creíste que no sabría lo que harías?

Alaric estaba detrás de él. Pudo haberlo estado desde que salió de su habitación, era silencioso y sabía ocultarse. Era uno de los hombres más letales que había creado el Edificio Blanco, ni siquiera Alex creía poder enfrentarse a él en un combate.

El Caminante mantenía su capucha intacta sobre su cabeza, no podía ver su rostro. Nunca lo había podido hacer. Lo odiaba por eso. Habían sido amigos, compañeros… casi como hermanos desde el día que entró a su casa y Axel descubrió su naturaleza divina. Sin importar todo lo que habían vivido juntos, Alaric se negaba a mostrar la apariencia que celosamente resguardaba debajo de la capucha.

—A pesar de ello la dejaste justo a mi alcance. —Alaric apretó las manos y las ocultó detrás de su espalda, avanzó despacio hacia él, calculando cada movimiento. —Sabes que es lo correcto.
—Siempre te dejas llevar por el sentimentalismo.
—Alaric. Lo que le harán no está bien. ¡Sólo es una niña! No tiene la culpa de nada…
—¡Tenías su edad cuando llegaste aquí! ¡Yo era aún más joven que tú! ¿Me ves llorando por cumplir con mi deber?
—Te volviste loco, todos lo han hecho.
—El único que parece haber perdido la cordura eres tú —susurró.

Sonaba decepcionado, su tono de voz bajo y ronco era un golpe para Axel. Alaric era de los pocos en los que realmente confiaba, uno de sus mentores. Lo fue desde el momento en que lo convenció para ir al Edificio Blanco, tomar las riendas de su destino. Pero esa amistad llegó a su fin en el momento en que Axel abrió la puerta de la Torre Norte, antes de volverse le dijo:

—Correré ese riesgo.
—Ya no serás uno de nosotros, Axel.
—Ser un Eriline ya no tiene significado para mí.
—No puedes huir de la oblación. No se huye del destino.

Él se especializaba en hacer cosas imposibles, sobrevivir era la mejor de ellas. Si alguien podía conseguir que la oblación no se llevase a cabo, sería Axel. Desde ese momento declaró la guerra a los Eriline, el destino… y los dioses que lo pusieron en esa encrucijada.

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