Capítulo 45

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1883

Peter Kavonsky

Salir de casa no me ha gustado, pero Patricia insistió en que papá debía venir a comprar más materiales para su trabajo.

Es el jefe de una fábrica de hierros, los vende a países lejos de donde vivimos. Todos los años nos toca venir desde Polonia para renegociar las cantidades de metales que les enviará la fábrica que se los vende en Checoslovaquia. No es que odiase a papá, pero odiaba que me obligase a venir cada año. Ahora y después de haber reemplazado el lugar de mi madre una vez más, odiaba que una tal Patricia tuviese que venir con nosotros. Cuando me dijo que tendría una nueva madre rompí todos los jarrones de mi habitación y tiré los platos de la vajilla de nuestra cocina. Realmente no quería marcharme a aquel horrible hotel, como tampoco quería tener a una mujer desconocida viviendo con nosotros, pero ambos seguían insistiendo. Traté de convencerlos, pero no pude.

Podía quedarme con mi amigo Mike, e incluso con Marie. Eran mis mejores amigos desde los tres años, y aunque ahora tenga ocho y no sea demasiado mayor, lo siguen siendo. No pusieron impedimentos en que permaneciese en cualquiera de sus casas durante la semana en la que estaríamos fuera, pero papá se negó.

Dice que solo serán unos días, que haga caso a lo que esa mujer a la que debo llamar mamá me ordene. Pero son siete largos y aburridos días con alguien que no quiero a mi lado.

Mi verdadera madre murió cuando yo nací. Así que aquella mujer —que en realidad era mi madrastra— no mandaría sobre nada que tuviese que ver conmigo.

No la dejaría.

Patricia era agradable, pero eso a mi me daba igual.

Sabía que me gustaban los trenes de madera, que en realidad eran mi pasión, así que me compró miles para tratar de comprarme a mí.

Tampoco lo consiguió.

Papá debía tratar aquellos asuntos de su trabajo en Serfyx, y puesto que supo del nuevo hotel que los reyes habían instaurado, decidió que Patricia y yo nos instalaríamos en un pueblo de los alrededores.

Concretamente, creo recordar que lo llamó Deruv.

El hotel era bonito, consiguió llamar mi atención porque estaba repleto de distintos tonos en color plata y blanco.

Era como una mansión rodeada de miles de casas que parecían estar a punto de caerse.

Todo alrededor del hotel era aburrido, sin color. Vi a un montón de gente recorriéndome con la mirada, como si fuese un bicho extraño.

Patricia agarró mi mano con fuerza y me sostuvo junto a ella. Supuse que tenía miedo de que aquellas asquerosas personas alrededor de nosotros me hiciesen algo malo.

Aún así, yo era mayor y podía defenderme solo.

Solté su mano con brusquedad y le pisé el pie con la planta de mi zapato.

Lo hice con toda la fuerza que pude, mientras Patricia parecía estar tratando de controlar su respiración. O su paciencia, no lo sabía bien.

Me dirigí a la puerta del lugar y toqué el timbre.

Apareció una señora de pelo rubio y ojos claritos. Eran grises, como los míos. Aunque mi pelo no era del mismo color, era negro azabache.

Era bonita, pero la expresión que tenía sobre su rostro no me transmitió mucha confianza.

—Soy Peter Kavonsky, vengo con esa señora de ahí —repliqué realizando una mueca de asco, señalando con el dedo índice a Patricia, la cual se encontraba tras un arbusto, adolorida.

La leyenda de RachellaWhere stories live. Discover now