Capítulo 28

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Debía contarle lo sucedido a mi madre, pero no sabía con exactitud cómo hacerlo.

Tampoco sabía como reaccionaría a ello.

Ojalá hubiese instrucciones para este tipo de cosas.

Algo que indicase de antemano lo que sucedería, para entonces, decidir si era buena idea hacerlo.

Aquel momento en el que me situé entre sus brazos me sentí a salvo.

Incluso estando en la parte trasera de la mansión. Incluso pudiendo estar a ojos de todos.

Hasta pudiendo ser descubiertos, en aquel preciso instante sentí que nada más importaba.

Me sentí en paz.

El miedo se esfumó. Fue lo más real que había sentido en mucho tiempo.

De verdad creí que todo iría bien, que con Javier junto a mí, saldríamos de esta.

Juntos.

Solo me faltaba ver como reaccionaba mi madre al hecho de que hubiese decidido hacerla abuela.

No era una ilusa, intuía que el príncipe y yo no habíamos dejado de vernos. Sin embargo, desde aquella primera conversación en casa, no habíamos vuelto a hablar del tema. Hacía meses de ello, y sabía que, en el fondo, ella conocía a la perfección lo que nosotros tanto tratábamos de esconder. Nunca más comentó nada al respecto, supongo que lo dejó todo en mis manos; que aceptó mi decisión, y el riesgo que conllevaba tras ella.

Por ello, reuní el valor suficiente para atravesar la puerta de casa y tener dicha conversación, por incómoda que fuese.

—¡Hola cariño! —gritó entusiasmada —. ¿Cómo ha ido el día?

Percibí la felicidad con la que pronunciaba aquellas palabras, la cual hacía que el nerviosismo que recorría mi interior disminuyese su poder sobre mí. Todo cuanto hiciese feliz a mi madre era motivo suficiente para hacerme feliz a mí. Y, aunque desconocía el porqué de su sonrisa hoy, estimaba que fuese por la ayuda que Max seguía brindándonos.

—¿Cuántas han sido esta vez, mamá? —murmuré haciéndome hueco frente a ella.

—Cuatro, Danka. Nos ha dado cuatro barras de pan —exclamó esbozando una sonrisa.

Mamá seguía ayudando a Max en la panadería. No estaba lejos de casa, no suponía un esfuerzo físico que ella no pudiese resistir, y, además de otorgarle una mínima parte de toda la felicidad que ella merecía, nos recompensaba con algunas barras de pan, las cuales nos servían de comida.

—¡Eso es genial! —dije feliz, achinando los ojos con sinceridad.

—Mmm... —murmuró ella pensativa, sin creer mis palabras —, algo te ocurre.

Bueno, había tratado de ocultarlo, pero mi madre sabía leer lo que se escondía sobre mi rostro. Para ella, yo era un libro abierto. Así que aquellos dos minutos en los que había conseguido —satisfactoriamente— ocultar aquella noticia, habían llegado a su fin.

Genial, Danka. A ver como empiezas a decir esto.

—Mamá, tenemos que hablar —dije mientras enrollaba el dedo índice por uno de los hilos que colgaban de mi vestido.

Me observó, de arriba a abajo, mientras analizaba preocupada la razón por la que fruncía el ceño.

Evité a toda costa encontrarme con su mirada, sin embargo, ella agarró mi rostro con suavidad y lo elevó, dejándome a la altura de sus ojos.

—Danka, ¿Qué ocurre?

1, 2, 3. Respira.

En realidad, cuanto antes lo digas mejor, Danka.

La leyenda de RachellaWhere stories live. Discover now