CAPÍTULO 9

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Después de dejar las bolsas de tela en la arena, comenzamos a sacar algunos bártulos como las toallas, una pelota de volleyball y la crema bronceadora. Nos metemos un rato al agua, hace un calor de mil demonios y necesitamos refugio fresco con urgencia.

Nos ponemos crema mutuamente en las zonas a las que no llegamos, yo me quito las chanclas y las dejo junto a mis cosas. Kari se quita la gran pamela beige que la corona y la posa sobre su bolsa. Tina se quita sus gafas de sol de última moda y las guarda en su funda. Por último, cuando ya nos estamos dirigiendo Tina y yo a la orilla, Kari agarra el flotador con forma de flamenco que hinchó junto a su hermano anteayer.

Nos hemos pasado estos días repitiendo esta misma rutina: venir, jugar a las palas, comer en el club, irnos a casa y ducharnos, y pasar el resto de la tarde en casa de una de las otras.

El primer día sentí cierta animadversión hacia el agua y decidí que con quedarme en la orilla era suficiente. Y aunque mis amigas pretendían quedarse conmigo ahí, las animé a que se adentraran hasta donde quisieran, y me hicieron caso. Yo cogí un libro que me traía y que había leído por redes que era muy adictivo -algo de unos hermanastros que se repelen como el agua y el aceite, y que alguno de lo dos era culpable-. Sin embargo, al rato venían a sentarse conmigo.

Era verdaderamente frustrante saber que quizás no volvería a disfrutar del agua como antes, sobre todo, si no dejaba de recordar las sensaciones de aquella noche; recuerdos demasiado negativos y opresivos la envolvían.

Ayer di el paso, me costó un tiempo, cosa que creo que es totalmente comprensible teniendo en cuenta lo ocurrido. Pero cuando vi cómo Kari y Tina se metían chapoteando al mar, pensé en que quería estar divirtiéndome con ellas y no lamentándome ayudando así al pozo que se formó el domingo en mi interior, que cada vez era más grande gracias a la mezcla de desasosiego y miedo que sentía. Así que, decidí no quedarme a resguardo y no temer al mar. Me puse en pie y caminé hacia la orilla con paso firme. Al llegar me quedé quieta, pensando en cuál sería el siguiente paso, el que no me haría arrepentirme de mi decisión. Entonces, Kari se giró para echarme un ojo y al notar la tormenta que había en torno a mi cabeza, se acercó sin dudarlo. Me tendió su mano, a la que me aferré con verdadera ansia, y la miré a los ojos. Ella me sonrió, y sin soltarme fue avanzando paso a paso mar adentro. Yo la seguía, respirando hondo e intentando no agobiarme. A cada paso que daba, me acompañaba el pánico y el recuerdo del momento en que dejé de hacer pie aquella madrugada. Pero esa no era la situación, por lo que me centré en el presente y continué con mi respiración, pretendiendo controlarla.

-No tenemos por qué avanzar más -soltó Kari con suavidad, y sonriendo-. Estás siendo muy valiente, Tea. No todo el mundo que ha pasado por algo similar a lo tuyo tarda solo un par de días en volver al agua.

Me detuve, tirando del brazo de Kari para que ella también frenase. Me di cuenta de que tenía razón, había personas que tardaban años o incluso nunca volvían a bañarse. Y eso, aunque puede sonar mal, me hizo sentir bien en aquel momento. Así que tomé una decisión determinante: avanzaría hasta que el agua me llegara hasta el pecho. Empecé a caminar sin soltar su mano, tomando la delantera. Sentía que el agua me llegaba cada vez más arriba.

-Tea -me llamó la rubia, pero no me giré y seguí avanzando para llegar a mi meta-. Altea -dijo más alto esta vez y acompañándolo de un tirón de manos-. No hay prisa, no hace falta hacerlo todo hoy y de golpe, ¿vale?

La miré con fijeza. Tenía una especie de ansia por llegar, por demostrarme a mí misma que aquello no había sido tan trascendental. Tenía la respiración agitada, ya no quedaba nada de esas inspiraciones pausadas y calmadas que me ayudaban a mantener la estabilidad tanto física como emocional.

-Podemos ir pasito a pasito.

Me giré hacia delante, apreciando la profundidad y el mar infinito. Kari tenía razón, no hacía falta que lo hiciera de golpe. Me volví hacia mi amiga y le sonreí.

El verano que fuimosWhere stories live. Discover now