DANTE III

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Hace apenas unas horas que llegamos y todavía no hemos sido capaces de hablar con padre.

Tenemos que sacar brillo a algunos detalles sobre el plan de las niñas ricas y deberíamos estar más preocupados aún por no encontrar la base de los mafiosos daneses.

Ninguno de los tres nos vamos a arriesgar a que llegue a oídos de padre, no podemos. Las consecuencias podrían ser terribles y eso que somos sus propios hijos.

Y hay algo que me está molestando. Hace tres días que llevé a Altea al balneario y me siento algo inquieto. Reconozco que por un lado me alegra estar cumpliendo el plan y por otro… Por otro lado, hay algo que me pica en el pecho, pero no le doy importancia. No debería.

Estoy en mi despacho, organizando mis próximos actos en base a los planes que las chicas han montado aquí, en Sicilia.

Lo tenemos fácil; de momento solo están Altea y Kari. Martina ha tenido que quedarse en la ciudad, aunque es cuestión de tiempo que se reúna con sus amigas.

Martina… últimamente actúa raro con nosotros. No es que hayamos quedado mucho en grupo, pero ha habido un ligero cambio en su actitud: está menos receptiva con los tres y esto podría ser un problema en el futuro. Habrá que mirar qué podemos hacer para que su confianza aumente.

Unos golpes sobre la puerta de mi despacho hacen que me ponga alerta.

—Adelante —digo en mi idioma natal.

Seguidamente, esta se abre y aparece un soldato de la famiglia.

—El Don quiere verle.

Afirmo con la cabeza y el hombre vuelve por donde ha venido.

Trago saliva y me enderezo la corbata, preparándome, a la vez, para la conversación que ahora va a tener lugar.

Ando por los pasillos hasta llegar a una gran puerta doble de madera de nogal, custodiada por un par de hombres que, al verme llegar, inclinan la cabeza ante mí.

Llamo a la puerta y, solo cuando escucho «avanti» accedo al interior.

Sentado detrás de una mesa de la misma madera que los muebles del despacho, se encuentra el Don, el padre de la famiglia, Salvatore Stracci. También conocido como «Titano», puesto que es tan grande que nadie puede destruirlo a él ni a sus hombres.

—Hola, padre —saludo nada más ponerme al frente de la mesa.

Este se levanta de su silla de cuero y rodea la mesa que nos separa.

Se sitúa frente a mí y levanta la mano derecha en la que lleva el anillo con el emblema de la casa —dos revólveres 357 magnum de seis tiros cruzados en la parte del cañón, y un sombrero encima de estos— para que lo bese.

Ritual estricto que hay que seguir para demostrar respeto.

Tras el gesto, me da un par de golpes en la espalda con afecto y vuelve a sentarse a la mesa.

—¿Qué tal, hijo? —pregunta mientras saca un puro de uno de los cajones de su mesa y lo enciende.

—Bien, todo va bien. Estoy a punto de conseguir que nuestro proyecto llegue a un nuevo nivel —respondo, escondiendo la emoción.

—¿Qué método estás utilizando?, ¿extorsión? Ponme al día —ordena.

Me aclaro la garganta y los nervios comienzan a comerme.

—No estoy utilizando un método tan agresivo. Con esta empresa creo que es mejor ir suave y colarme de manera que apenas se note —Él me mira, escéptico—. Y todo gracias a la hija del CEO.

El verano que fuimosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant