CAPÍTULO 8

19 3 0
                                    

A la mañana siguiente, me levanto con un plan muy claro: volver a la playa y preguntar por la zona. Fácil y sencillo.

Y he decidido hacer lo que debo hacer, y contestar a mis amigas. Abro la conversación con Kari y respondo que estoy bien, aunque estaré unos días sin mucha actividad física para reposar. Me contesta enseguida y me pregunta si puede venir a verme. Y se me ocurre contarle mis planes de investigación. Aparece el «escribiendo» varias veces, sin embargo, no termina por enviarme nada y eso me extraña. Pero entonces me llega el «¡me llevo la lupa!».

Vacilo al meterme en la conversación con Martina. En el primer mensaje me pide, sin muchas florituras, que vuelva enseguida a hablar cara a cara con ella. Los siguientes son de media hora después, y tienen un tono más preocupado, porque al parecer no me encontraba. Y los últimos, son de puro enfado: «¿cuándo piensas madurar?», seguido de «no me puedo creer que nos hayas hecho esto». Y sí, más kilos de culpabilidad caen sobre mi espalda.

Le mando un único mensaje, que no pretende ignorar lo que me ha soltado, pero creo que lo mejor es que hablemos en persona. Y con Kari delante por si se salen las cosas de madre.

Desayuno en la cocina, mientras estoy en mi mundo y pensando en cómo disculparme con Martina. Bueno, con todos, en realidad.

Aún quedan un par de horas para verme con ellas, así que decido que voy a darle un buen paseo a Perla por el campo. Me visto con un top deportivo a juego con las mallas, me pongo una camiseta algo suelta por encima, me calzo unas deportivas y cojo una chaqueta por si acaso hace algo de frío. Me recojo el pelo en una coleta alta -las trenzas me las quitó mi madre en el hospital-, le pongo la correa a la perra y salimos a despejarnos.

***

Un pelín antes de la hora acordada ya estoy en el punto de encuentro -el pub de anoche, que a estas horas está cerrado-. Ya sé más o menos por dónde quiero preguntar, pero lo que sí que sé al cien por cien, es lo que le voy a decir a Tina.

Mi rubia favorita aparece junto a la que podría ser la próxima supermodelo y, antes de que me dé tiempo a abrir la boca, ambas se abalanzan sobre mí, estrujándome muy fuerte, pero agradeciendo que lo primero que hagan al verme sea abrazarme y no gritarme. La gente de nuestro alrededor nos mira sin saber qué pensar, pero no detiene su rumbo.

La primera en desenredar sus brazos de este nudo formado por nuestras propias extremidades, es Martina. La miro durante unos segundos, y ella a mí. Termino esquivando su mirada. La cobardía me puede.

Cuando Kari decide que ya me ha aplastado lo suficiente, comienza a parlotear y a caminar, por lo que Tina y yo la seguimos. Llegamos a una pequeña cafetería y nos situamos en una mesa del fondo.

Me siento, y ellas dos se colocan en el banquillo de enfrente, quedando clara la división de quiénes van a pedir respuestas y quién las tendrá que dar.

Cojo aire, preparándome. Apenas he abierto la boca desde que las tres nos encontramos, me está costando encontrar las palabras. Pero aun así, decido enfrentarme a la situación.

-Ayer... Ayer se me fue la situación de las manos -afirmo mientras paseo la mirada entre las dos-. Estaba enfadada, disgustada y borracha.

Ninguna abre aún la boca, por lo que continúo.

-Sé que no es excusa, porque nunca antes había pasado. Ha sido una terrible actuación por mi parte. No pensaba que pudiera ocurrirme algo así.

Todavía no están dispuestas a decir nada. El ambiente ha cogido espesura, nada que ver con el que había ayer mientras cenábamos.

Mi nerviosismo crece y no dejo de frotarme las manos por debajo de la mesa, intentando buscar mis próximas palabras.

-Tea... -titubea Kari-. ¿Nos puedes explicar qué pasó ayer? Hemos intentado buscarle una lógica, pero no conseguimos comprender en qué momento decidiste que era buena idea bañarse de noche con unas cuantas copas de más.

El verano que fuimosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant