CAPÍTULO 12

10 1 0
                                    

Me he pasado toda la mañana en una jornada intensa de ejercicio. Matías me ha mantenido por varias horas de aquí para allá; que si estiramientos, que si calentamiento, que si cardio, que si pesas… Me quejo, pero después de casi una semana de reposo total, lo necesitaba.

Todavía estoy sudorosa porque acabo de llegar de darle un buen paseo a Perla, y ella está encantadísima. Me lo demuestra mirándome con esa adorable carita y con la lengua fuera.

Entramos en casa y Perla se va corriendo a perderse en el jardín de la parte trasera. Estoy apunto de empezar a subir las escaleras, cuando mi padre me llama desde la puerta de su despacho.

—Recuerda que esta noche viene Alberto a cenar. Vendrá con su hijo, no sé si te acuerdas de él, os conocisteis cuando erais muy pequeños, y no habéis vuelto a coincidir.

Pf, no me viene ningún recuerdo a la cabeza.

—Estaré lista a las ocho —Le sonrío. Me lanza un beso en el aire y se vuelve a encerrar en su madriguera.

Llego a mi habitación y disfruto de un baño calentito, porque sí, agua caliente siempre. Los que se duchan con el agua congelada están locos, solo que no quieren admitirlo.

Cuando salgo del lavabo, ya vestida, me tiro de espaldas a la cama y me quedo mirando el techo. Anoche no dejé de reproducir la cena de ayer —como unas diez veces—, y lo peor es que no entiendo por qué. No ha sido una cena que se saliera de lo normal, todo lo contrario. Dante sigue inquietándome, aunque no de la misma manera que antes.

Me parece un tipo extraño, con una familia medio normal, y me da curiosidad. Mucha.

Dicho esto, también pienso que he avanzado mucho con él. Ya se puede decir que nos soportamos y que podemos estar en grupo sin estallar uno contra el otro —por tiempo limitado—.

El ruido de una vibración llama mi atención. Desde que mandé aquellas fotos anoche, no he mirado el móvil más que para hablar con Matías.

Me incorporo y acerco hasta aquel objeto, lo cojo y desbloqueo la pantalla. Al bajar la barra de notificaciones, los ojos se me abren como platos. Ni cuando discutimos por los viajes se crea tanto debate.

Me meto en el grupo y leo los mensajes por encima. Hay muchas exclamaciones y lo que parecen ser gritos —o así los interpreto—. Comentarios del tipo «no me lo puedo creer» o «qué escondido te lo tenías, eh».

Me río, es inevitable. Si es que son unas intensas de la vida, las adoro.

Me centro en uno de los mensajes de Tina.

Tinita: No me lo puedo creer, ese club es muy exclusivo, y cuando digo muy exclusivo, quiero decir que las listas de espera son de casi un año y que yo apenas he estado un par de veces con mi padre y sus socios.

Sorprendida, comprendo que la familia de Dante tiene muchísimo más poder del que pensaba. Ya le preguntaré la próxima vez.

“La próxima vez”.

Hasta yo me asombro de las ganas que tengo de que llegue ese día.

Salgo de la conversación y veo que tengo un mensaje suyo.

Dante: Espero que te lo pasaras bien anoche.

Yo: Me sorprendió para bien.


Me muerdo el labio inferior.

Suelto el móvil de golpe cuando me doy cuenta de que espero su respuesta con una sensación extraña en el estómago, y me asusto. Pero lo vuelvo a coger enseguida.

El verano que fuimosWhere stories live. Discover now