Triángulo de serpientes

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¿Es amor, obsesión o deseo lo que mueve a la serpiente?

Tom nunca se había sentido tan alejado de su éxito como en aquel momento. April ahora sabía más que nadie sobre él, confiaba en que ella no hubiera prestado suficiente atención a sus gritos por la furia propia, pero de cierta forma sabía que eso no sería posible. Ella siempre había querido la verdad de parte de él, y ahora que por fin estaba obligado a decirla seguramente ella no había perdido la oportunidad de escuchar y memorizar absolutamente hasta la última palabra que brotaba de los labios del su intrigante compañero de clases.

Ellos seguían unidos, aunque habían dejado de besarse, luego de un buen rato de hacerlo sin control, Tom la seguía sujetando con fuerza. Ella respiraba entrecortadamente, tenía las mejillas rojas y se mordía el labio, mientras miraba a su atractivo compañero. Tom solo la miraba. No sabía si era prudente continuar, además de no estar seguro de cómo continuar, nunca había estado en tal situación, nunca se había planteado la idea de estar en algún momento de su vida en tal situación. Ella le soltó el cuello y apoyó el rostro en su pecho. Tom no dijo nada, tampoco hizo nada.

Los minutos pasaban en completo silencio. Tom empezó a sentir a April más pesaba, ella se resbalaba. Él la sostuvo con su cuerpo, su compañera y ahora amante se había quedado dormida. Tom se recostó en la pared aún con ella entre los brazos y se deslizó hasta quedar tendido en el suelo con April sobre él. Tom recordó la última vez que había tenido una chica sobre él, que resultó ser también la única vez y la misma chica.

Recordaba el polvo, la sangre, el ruido, y a la entrometida April provocando los latidos de su corazón. No recordaba haber sentido ese latido antes de los últimos acontecimientos con April, él la conocía hace tanto pero solo hasta ese año había sentido tal cosa, fue hasta ese año después de la muerte de la madre de April que ella se había unido más a él. Tom la miró dormir, se veía tan serena, tan indefensa, tan fácil de dominar, todo lo que nunca había sido. Tom visualizó esos brillantes labios que tanto tiempo había detestado ver moverse y que ahora no dejaba de pensar e incluso soñar con ellos, no dejaba de soñar con aquella mojada April que lo besaba bastante más apasionadamente de lo que había ocurrido en realidad.

Escuchó un grito. Abrió los ojos, varias horas después, aun en la misma posición que la noche anterior había acabado, con April muy cómoda sobre su pecho, seguía durmiendo agotada. La preparación de aquella dorada poción le había costado muchas horas de sueño. Tom no entendía que lo había despertado, pero luego lo entendió.

—April no te voy a esperar, ¿Dónde te metiste? —era la aguda voz de un niño que era muy bueno para las artes oscuras pero que aún ni siquiera entraba en la pubertad, se escuchaba desde el pasillo— El expreso sale en media hora y no lo pienso perderlo por tú culpa, maldito elfo no puedes buscar más rápido.

Tom escuchó un golpe seco y el lloriqueo de un elfo doméstico, sintió como April despertaba lentamente y se incorporaba.

—Sé que sabes dónde está, si no me dices te juro que te encontrarás con tu maldita difunta madre...

—¡Noah! —April gritó poniéndose en pie. Tom la miró intentando dejar por olvidado el tema de la noche anterior— Hablaremos más tarde —dijo la chica acomodándose el cabello y se fue, era evidente que ella no olvidaría nada de la noche anterior.

Tom pensaba que seguramente se odiaría por haber sucumbido al sueño y perder el efecto de la poción, al menos ahora en su próxima charla Tom podría mentir.

Noah no mentía, el expreso partiría en muy poco tiempo. Noah ya estaba listo, April y Tom se apresuraron a recoger sus cosas para partir. No les tomó mucho tiempo prepararse para salir, no habían llevado maletas, ni muchas cosas, casi todas sus pertenencias escolares los esperaban en el colegio. El único que llevaba la túnica del colegio puesta era Noah, que también llevaba algunos libros. April llevaba su pequeño caldero ahora vacío y ropa muggle poco acertada para la época, Tom solo llevaba la ropa con la que había llegado a la mansión en una mochila y vestía la misma sobria túnica con la que había dormido y que le había llevado la elfina la mañana pasada. Los tres se apresuraron a tomar polvos Flu que los llevará al caldero chorreante y poder desplazarse al andén.

El Origen del Mal: Tom RyddleWhere stories live. Discover now