La magia más oscura

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Ama, como si nunca te hubieran lastimado.

El hechizo de Tom golpeó el pecho del enorme capitán, este cayó junto a April retorciéndose y gritando fuera de control. Producía tanto un sonido como una imagen aterradora, como si todos los huesos de su cuerpo estuviera ardiendo.

Tom caminó con decisión hacia el centro de la terraza, se acercó a April, aún con la varita en la mano fuertemente sujetada apuntando a Tomás, aunque no era necesario el chico estaba sin duda bajo el control de Tom.

—April, ¿estás bien? —ella seguía tirada en el suelo con el rostro encendido en el calor del momento, el cabello enredado y el vestido rasgado. Miraba a Tom sin comprender nada.

—Levántate. Nos vamos —le dijo él teniéndole su brazo libre.

Ella por fin reaccionó, se arrastro unos centímetros, alejándose tanto de Tom como de McClaggan, estiró el brazo para alcanzar su varita, que había perdido en medio del ataque de Tomás. Miró aterrada al corpulento chico que se retorcía gimiendo bajo el poder de la maldición de tortura, seguidamente miró a Tom tendiéndole una mano para que se apoyara mientras que en la otra sujetaba la varita que le había causado tal daño a McClaggan y provocaban sus aterradores gritos.

—Expelliarmus— dijo ella en un susurro. Tom solo supo cual hechizo había pronunciado cuando su varita se desprendió limpiamente de su mano— Accio —la varita de Tom recorrió la sala y fue a posarse en la mano de April.

Al instante los gritos de Tomás se detuvieron, aunque el chico seguía temblando en el suelo, era como ver a un bebe enorme que le ha caído agua hirviendo encima, estaba en posición fetal y gimoteaba.

—¿Qué te pasa? —preguntó Tom asombrado al ver su varita abandonar sus dedos— ¡Dame mi varita!

April se quitó las zapatillas, se incorporó temblando sin aceptar la mano que le tendía Tom. Ella había perdido todo el glamour que había presumido minutos antes en la fiesta, su cabello estaba revuelto, su maquillaje corrido sobre las pálidas mejillas, su vestido tenía una enorme abertura que le llegaba casi a la cadera. Tenía ambas varitas en la mano derecha y con la otra se arregló la parte de arriba el vestido, mientras gesticulaba un débil:

—Tom... es una maldición imperdonable —no era una pregunta. April parecía temerle mucho más a Tom, y creer que él era mucho más culpable de lo que lo era Tomás.

Tom estaba a punto de reclamarle, cuando lo interrumpió una voz que imploraba.

—Por favor no más... yo no ¿Cómo yo...? —preguntó con un hilo de voz Tomás, frotándose los brazos mientras temblaba aterrado. April palideció al instante, se apresuró a apuntar con su varita y antes que el corpulento chico pudiera decir nada dijo:

—Desmaius —un rayo rojo salió de la varita de ella y golpeó al chico en el pecho, quien cayó pesadamente inconsciente.

Algo raro pasaba, Tom estaba a punto de preguntar qué era exactamente lo que estaba pasando... pero algo lo obligó a guardar silencio se escuchaban los apresurados pasos de varias personas que se acercaban al lugar, seguramente habían escuchado los poderosos gemidos de Tomás y se dirigían a ver qué pasaba.

—Deprisa, tenemos que irnos de aquí—April se acercó a Tom y lo tiró del brazo, pero él no se movió.

—¿Por qué? Ese fue el maldito que intento tomarte por la fuerza. Es él quién debería preocuparse porque lo descubran, no nosotros. Solo le hice lo que se había ganado.

—¿Te crees muy heroico? Te recuerdo que las maldiciones imperdonables, son imperdonables precisamente, se penan con cadena perpetua en Azkaban —le refuto ella jalando con fuerza. April no parecía para nada enojada, por el contrario parecía muy preocupada.

El Origen del Mal: Tom RyddleWhere stories live. Discover now