Los dorados ojos de la muerte

45 11 1
                                    

-Sesshōmaru-se escuchó decir a la potente voz en medio del amanecer.

El esbelto hombre de cabellos plateados posó su mirada en el horizonte.

-Dilo rápido-respondió cerrando los ojos.

-Ve a la región noreste.

-Por cuanto tiempo más debo recoger sus asquerosas existencias?

- Sesshōmaru. Eres un ángel, pero tú falta de amor y empatía por los humanos te han llevado ha ocupar el lugar entre la vida y la muerte.

-Sabes bien cuál lugar es mío por derecho, padre!-rugió a la nada

.
.
.
-Cuando mis padres vengan por mí les pediré que te lleven con nosotros.

Kagome suelta la frase igual que un estornudo. Demasiado fugaz, sin mayor importancia.

Sigo sacudiendo el polvo acumulado sobre la figura de un santo cuya identidad he olvidado o quizás nunca he conocido.

Mientras Kagome continúa haciendo planes a futuro yo me distraigo mirando las figuras de querubines dibujadas en el techo de la iglesia. Pequeños y regordetes bebés con alas jugueteando o descansando sobre nubes. Ángeles guerreros de hermosos rostros y pesadas armaduras. Muy pintoresco e irreal.

Mis ojos siguen apreciando las pinturas hasta que descubro la figura del hombre que he visto antes en la azotea.  Él no intenta ocultarse, más bien sostiene la mirada en algún punto desconocido, de pie sobre el antiguo pilar principal que está ahora adornado con lirios blancos.

Cómo demonios llegó hasta ahí?
Y cómo es que ni las monjas ni Kagome han advertido su presencia?

Sus ojos, de un extraño y hechizante matiz dorado se encuentran con los míos y él hace una mueca en su perfecto rostro. Un intento de sonrisa, quizás. Un gesto de fastidio, probablemente.

Por un segundo olvido el hecho de que estoy sobre el último peldaño de la escalera y pierdo el equilibrio al intentar señalarlo. Caigo sin remedio sobre el altar y el impacto me deja un dolor en el trasero y la espalda. Me levanto adolorida entre las voces de Kagome y los gritos de Sor Úrsula.

-Mira el desastre que haz hecho, niña!. Como daremos el sermón de la mañana!

-Cielos, casi me mato y usted se preocupa por el altar-me quejo mientras me levanto adolorida

-Rin, súbete a mi espalda, te llevaré a la enfermería.

-Señorita Azucena, no tiene permitido dejar este recinto.

-Pero, es que Rin-balbucea mi amiga

-LIRIO-enfatiza ella-ve por tu cuenta a la enfermería y no regreses hasta que envíe por ti.

Le sonrío a Kagome al salir para tranquilizarla y me las arreglo, a pesar del dolor, para llegar hasta la enfermería. Como de costumbre el lugar está vacío y nuestra única camilla, desocupada.

Ha pasado mucho tiempo desde que la vacante se encuentra sin dueña. La última enfermera del convento nos dejó hace dos años.

Me recuesto después de tomar del botiquín un analgésico y cierro mis ojos con cansancio cuando el dolor empieza a remitir.

El viento suave mece las blancas cortinas y entonces noto la presencia de alguien más en aquella pequeña habitación, pero finjo estar dormida. Ni siquiera hace falta mirar para saber que es él.

Aunque esta callado casi puedo escucharle reprochando el hecho de que lo estoy ignorando y sentir el peso de su mirada en mí.

-Levántate- ordena y acto seguido abro los ojos y me incorporo hasta quedar sentada en la maltrecha camilla.

Qué puedo decir? El tipo tiene un tono de voz autoritario que no creo que nadie sea capaz de desobedecer.

Sin contar el hecho de que estoy demasiado acostumbrada a obedecer órdenes. Estoy apenas en mis primeros días de mi tardía rebeldía adolescente.

Su cabello plateado se mueve ligeramente con el viento que entra a través de la ventana y sus dorados ojos lucen más brillantes con los primeros rayos del sol.

-No eres humano, verdad?-pregunto tontamente.

Él mira hacia afuera en respuesta.

-Eres un demonio? Un ángel?

-Algo así, humana.

Trago en seco y a pesar del miedo, termino de levantarme y camino descalza hacia él. Nuestras estaturas difieren bastante. Él debe ser al menos unos 40 o 35 centímetros más alto que yo.

-Entonces, explícame, qué eres?

-Qué eres tú? Acaso eres una sacerdotisa?-me contesta aún sin mirarme

-Una qué?

-o estás por morir?

-De qué estás hablando?

Su mirada regresa a mí y un escalofrío me recorre el cuerpo.

No siento miedo, es solo... anticipación. Eso es. Siento como si su mirada, tan única y profunda, será determinante en algún momento de mi vida.

-Olvídalo.-me responde y empieza a alejarse en dirección a la puerta.

-Oye, espera un minuto.-pido casi como una súplica.

Él se detiene de espaldas a mí.

-Me llamo Rin, cuál es tu...?

-Antes te han llamado Lirio.-me interrumpe sin voltear.

-Ese es mi nombre de bautismo-le explico- pero mi nombre es Rin, cuál es el tuyo?

-No necesitas saberlo.-dice y se marcha sin darme tiempo a reaccionar.

-Jodido imbécil-me digo a mi misma una vez recobro mis sentidos.-Deja que te vea y me las pagarás!!.

La Muerte Y La FlorWhere stories live. Discover now