Capítulo 32

77 8 0
                                    




Unos días después y Valeria anunció su embarazo, frente a todo el plantel de médicos forenses y científicos del laboratorio tres. La saludaron con besos y abrazos, y Abigaíl le sonrió mientras la escuchaba hablar de sus próximos proyectos. En realidad, tampoco la escuchó. Nadie la escuchó. La prestaban atención a Eva.

—Es imposible —dijo Romina—. Mirá que me cae muy mal, eh, pero...

Augusto asintió con la cabeza. Estaba de brazos cruzados.

—Te lo puedo creer de cualquiera, ¿pero que Eva haya...?

—Imposible —agregó Iván—. A mí me ayuda con mis análisis y eso que trabajo hace veinte años más.

—¿Y por qué se mandó al frente así? Si ella no fue...

Los tres miraron a Valeria.

Eva estaba presente. Con una sonrisa, aplaudía los comentarios de Valeria. En un momento incluso empezaron a saltar de la felicidad, y le regaló una pulsera y dos anillos que había conseguido en el Barrio Chino. Hasta que todos se acercaron a Valeria, y Eva se alejó. Se desplomó sobre una de las sillas. Colocó una cara de cansancio que nadie pudo explicar. Las ojeras. Las manos frías y pálidas. El cuerpo encorvado. Como si estuviera haciendo un esfuerzo descomunal solo para... respirar.


...


Después de una semana, se sobreentendió que no la iban a echar. El comisario saludaba a Eva con total normalidad. El detective Leroy la llamaba para tener conversaciones privadas sobre el caso. Incluso tuvo un aumento del suelo del diez por ciento.

Cuando Abby le preguntó a Clara por qué, Clara respondió con un gesto negativo y, después, levantó los hombros.

—Acá nada funciona como debería.

Pero el resto del plantel estaba contentos. Y si no lo estaban, por lo menos lo disimulaban. Augusto empezó a hablarle a Eva de cosas que no eran del trabajo, y ambos se enfrascaban en discusiones larguísimas sobre política, cambio climático, educación y seguridad. Iván era mucho más grande que ella, pero le acariciaba la cabeza como a una nena y trataba de aconsejarla sobre el estudio en la facultad, ya que él se había recibido de lo mismo. Romina era la única que ni le hablaba.

—A ella el detective le habla mucho. La mira a los ojos. —Estaba tomando un sorbo de un té helado. Observaba con recelo a Eva, que estaba analizando una muestra de sangre.

—Ella dice que no son pareja. Que son amigos —dijo Abigaíl.

—Amigos son los huevos.

—Y a vos qué te importa. No es tu novio.

—Ya sé. Pero ¿qué tiene ella que yo no? Eso no entiendo. —Y tiró el té helado al piso—. ¡Eva, se me cayó esto!

—¡No te preocupes, ya voy! —dijo Eva. Se lavó las manos rápido y agarró el trapo de piso.


...





—¿Qué hacés acá? —preguntó Erick.

Cuando Eva abrió la puerta, primero, un haz de luz la cegó; después, se dio cuenta que, otra vez, se había mandado una cagada: el detective no estaba solo. Y ella había abierto la puerta como si fuera su casa, o peor, como si estuviera a punto de descubrir una infidelidad, con una velocidad y fuerza bruta. Enseguida se puso roja y bajó la mirada con media sonrisa de culpa.

—Mil disculpas —dijo—. Vuelvo en otro momento.

—No hace falta —respondió Pablo Ariza.

La mirada de Erick estaba... congelada. No había otra forma de describirlo: tenía los hombros tensos y el cuello duro; tragó saliva y respiró hondo cada vez que Pablo habló. Pero lo que más le llamó la atención a Eva era la pierna derecha que temblaba, que se movía sin parar y hacía un ruido continuo, silencioso y plausible, debajo de la mesa.

Heridas sin CicatrizWhere stories live. Discover now