Capítulo 36

61 8 0
                                    

Caminó hasta la oficina de Clara, pero antes de tocarle la puerta, vio la figura del detective Leroy. Por la rejilla. Estaban hablando, muy cerca.

Volvió a los tres días. El día estaba cubierto por una capa gris y se había llenado de humedad. A Eva le dolían las rodillas y las articulaciones de la espalda, por lo que tardó más de lo normal en llegar al trabajo. Augusto la llamó dos veces para pedirle su opinión sobre la investigación; Valeria le habló una hora y media sobre los problemas con su novio; Iván le hizo cosquillas hasta que le dolió la panza de tanto reírse. Cuando terminó la pila de su trabajo, Eva decidió que era momento de descansar en el baño. Se sonó los huesos del cuello y le dijo a Valeria "En quince vuelvo".

Caminó por el pasillo, y se dio cuenta que ahora no tenía esa mochila. No tenía un nombre especifico. Era esa. Nada más. Ahora que el detective sabía de su enfermedad, el nudo, o perdió peso, o se aflojó o, perdió tela. Algo perdió, pero era positivo.

Entonces cruzó el pasillo hasta el baño y se encontró con la oficina de Clara. Y escuchó su voz, otra vez.

Eva acercó los ojos hacia la rejilla de la oficina. La voz de él, envuelta en una sonrisa, le pareció más cálida que de costumbre. Y la voz de Clara, algo irónica, algo feliz, la confundió.

Quince minutos después, Eva salió del baño y se encontró con la misma risa. Todavía estaban juntos en la oficina.

Se sacó el pensamiento de la cabeza; siguió caminando. Llegó a su oficina y Augusto la llamó.

—No vas a poder hacerlo en diez minutos —la desafió. Ella sonrió, aunque sentía un nudo en la boca del estómago. Se ríen juntos, conversan, se ven... Eva se sintió como la tercera en discordia. La amante. La segunda. La otra.

Augusto medía un metro ochenta y siempre la veía desde arriba; pero con una sonrisa y el pelo ondulado tapándole los ojos verdes. Tenía un bigote que lo volvía diez veces más antihigiénico de lo normal; y olía a perfume de menta sobrecalentado en un puesto al aire libre. La desafiaba seguido. Le decía "a que no podés", "a que no te sale", porque sabía, justamente, que ella iba a poder.

—Basta, ¿no te cansás de que te humillen todo el tiempo? —Eva agarró el microscopio y derramó un punto de sangre sobre la base de vidrio—. Lo hago en cinco.

—Doscientos cinco por trece.

—Dos mil seiscientos sesenta y cinco —respondió Eva. Apoyó el ojo sobre el microscopio y manipuló el vidrio.

—Dividido cinco...

—Quinientos treinta y tres.

Augusto sonrió.

—¿Cómo podés...?

—De chiquita mamá jugaba a eso. —Cuando dijo "jugaba", Augusto torció el labio, pero Eva no se inmutó. Por su tono de voz, más que un juego pareció una tortura.

—¿Y si lo decías mal?

Eva no respondió. Sacó la lámina de vidrio y le dijo los resultados del experimento. Augusto abrió los ojos.

—Lo hice en tres. —Eva guiñó y se rio.

Entonces, ella escuchó los zapatos de una persona entrando a la oficina, golpeando las baldosas con rapidez. Se dio vuelta y encontró al detective Leroy, parado frente a Valeria; le señalaba unos resultados y ella asentía, algo nerviosa. En ese instante Eva recordó que esa mañana no se saludaron; no se vieron; no se encontraron ni por casualidad. Solo cuando fue al baño.

En un momento, ambos cruzaron miradas. Eva apartó el flequillo de su frente y él enmudeció. Entre ellos había dos escritorios, gente en camisa blanca y transpirada, olor a encierro, formol, y el sonido de voces y máquinas funcionando. Fue apenas un instante pero Eva comprendió que él no la esperaba, menos en ese momento, y luego de ese segundo (él está pálido, ojeroso, tiene los labios secos, pero sigue siendo bello, bellísimo, como diría la tia Mabi,y cuando me mira me siento mejor, pero...) Erick apartó la mirada. El comisario justo cruzó por el pasillo y Erick aprovechó y corrió detrás de él. Eva tuvo la idea (una idea que sin embargo le dolió; que le aplastó el pecho) de que el comisario había sido la excusa perfecta para no verme a mí.

Heridas sin CicatrizWhere stories live. Discover now