Capítulo 22

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Después llegó la noche. Y el día. Y la noche. Y luego de dos semanas, Eva notó el cambio.

Cuando Eva abría la alacena, se le caían todas las cosas sobre la cara. Siempre estaba llena. Había todo tipo de pastas y, en la heladera, él había guardado tappers con salsa de tomate. Más de una vez, cuando se cruzaban por casualidad y tenían que hablarse para llenar el silencio, él le aseguraba que lo hacía para compartir: no había problema con que ella comiera las cosas que él preparaba, aunque, especificaba, no hay nada de carne. Eso le llamó la atención. Además, el piso estaba siempre limpio; no tenía ni un pelo blanco ni una mancha de aceite. Las ventanas estaban abiertas, pero él había comprado un aromatizante ambiental con olor a jazmines, y ahora entrar a su casa era como entrar a un spa. A veces ella se olvidaba algún plato sucio, o tenía que salir corriendo y no terminaba de ordenar el living en donde había almorzado. Y él lavaba sus platos, acomodaba su desorden.

Era un compañero maravilloso.

Pero cada tanto recordaba, o tal vez siempre recordaba y le costaba asimilarlo por completo: y era que Benjamín, el mismo que le preparaba la comida en tappers, le había llamado posible homicida. Como los comentaristas. Como la gente en la calle. El peso de esa acusación era más grande que el dolor de las articulaciones. Eso, y la violencia. Benjamín era violento pero de otra forma. Tenía una mirada violenta, una respiración violenta, una fuerza violenta. Jamás le había levantado la voz ni le había dicho algo fuera de lugar. Pero cuando la miraba Eva sentía que se le aflojaban las rodillas. Perdía. Y se le sumaba esa frase, la que le había dicho Valeria, "y la intuición de que si el mejor detective del país confía en vos, es por algo". Él le echó en cara que era culpable, y después la dejó a cargo del homicidio de Victoria Ocampo. Eva no sabía si creerle a sus palabras o a sus acciones, y entonces decidió alejarse dentro de lo posible, dentro de los límites de la casa que compartían.

Una sola vez le llamó la atención. Cuando lo encontró despierto a las tres de la mañana, con la mirada fija en el televisor. Este chico no duerme, pensó. Pero no le voy a preguntar. Se pasó la mano por el pelo y volvió a acomodarse debajo de las sábanas. El ambiente estaba frío. Porque le voy a dar el pase para que me pregunte él a mí.

En el trabajo hubo algunos cambios. Valeria no se despegaba ni para ir al baño. Almorzaba con ella y con Facundo; a veces, incluso aparecía Benjamín y conversaba con Facundo (al parecer, eran mejores amigos desde la infancia; se lo confirmó la foto de ambos sentados en hamacas de un jardín) y ahí Valeria mencionaba algo de comer un asado los cuatro juntos. Benjamín miraba su taza de "No molestar" y sonreía.

Volvieron al trabajo, y ahí fue cuando ella, antes de cruzar la puerta al patio, sacó de la cartera protector solar y empezó a pasarse por el cuello y la cara.

—¿Sos alérgica al sol? —preguntó Valeria.

—¿Eh? No —respondió ella, girándose. Guardó el protector rápido y salió disparada hacia el patio.

A Clara la quería tener más lejos que nunca. Cuando se mencionaba al detective, su jefa endurecía el cuerpo y se le tensaba la mandíbula. Miraba a Eva y la mandaba a hacer trabajos más molestos. Le alcanzaba la escoba, el trapo de piso. O la mandaba a imprimir, aunque esto solo lo hizo durante los primeros tres días; después, algo pasó. Un milagro.

En la sala de fotocopias, ella estaba esperando a que saliera alguna página cuando escuchó que se abría la puerta. Los portigones estaban cerrados y no entraba una gota de aire, ni de luz. El olor a encierro se volvió una costumbre, aunque nunca lo asimilaba del todo, y se sentó en una de las mesas a ver cómo se prendía y se apagaba la fotocopiadora, hasta que se dignaba a funcionar. Entonces, cuando la luz de la sala de descanso la alumbró, Eva giró la cabeza y vio al detective Leroy.

Heridas sin CicatrizWhere stories live. Discover now