Capítulo 48

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Ese lunes, Eva llegó tarde y Clara la retó, cruzada de brazos. Evita se disculpó y se puso a trabajar lo más rápido posible. Incluso corrió hacia la fotocopiadora de la sala de descanso, puso el pendrive azul, imprimió dos papeles y salió corriendo otra vez para el laboratorio, pero con un pendrive rosa. Sin darse cuenta, agarró el pendrive junto al suyo y no se enteró de nada hasta que llegó a la casa de tía Mabi y vació el bolso sobre la mesa.

Eva se quejaba que no encontraba el DNI, y Rodo le advirtió que podía estar en su bolsillo. Y tenía razón. Así que ella juntó todo lo que estaba sobre la mesa y, de repente, lo vio. Una hoja extraña.

Ella era la encargada del laboratorio y cada tanto escribía informes que los enviaba Abigaíl, pero sí o sí se pasaba cinco horas con números y anotaciones científicas y cálculos que tenía que descifrar. La hoja que encontró era un informe. Nada más. En ese momento se acordó que había impreso en la sala de descanso dos hojas, y que después se llevó tres. Pasaba cuando alguien se cansaba de esperar y apagaba la impresora; en la memoria de la máquina quedaba ese archivo y después se imprimía cuando veía otra persona y la prendía. 

Guardó toda lo del bolso menos el pendrive rosa, que quedó colgando en la silla sin que Eva lo notara. Mabi lo encontró  y lo guardó en el cajón de la pieza de Eva, algo que doce días después, en medio del gran desastre que sacudió a la familia y al país entero, sería toda una revelación.

Evita leyó el informe y volvió al departamento, con el rostro turbado.





...


—Erick —llamó Eva—. Mirá esto.

El detective notó que algo estaba mal, sin ni siquiera leer el informe. Ya cuando Evita entró con la cara pálida y un semblante asustado, él se pudo imaginar algo horrible. Trató de parecer conciliador y leyó el informe con soltura. Pero de a poco le fue cambiando el semblante. Estaba solos. Evita empezó a frotarse los brazos y achicarse.

—¿Dónde lo encontraste? —preguntó Erick.

—Se imprimió en la fotocopiadora.

—¿La fotocopiadora de la sala de descanso?

Eva asintió. Él se pasó la mano por la cabeza.

—No sé qué fidelidad tenga esto. —Erick caminó hasta su pieza y le sacó varias fotos al informe—. Pero hay que tenerlo siempre cerca. Y no perderlo. Nunca.

—Para mí es verdad —dijo Eva—. Nos estamos metiendo en algo jodido. En algo del Estado. Nos van a matar.

—No nos van a matar, Evita. No estamos en una dictadura. Hasta que se verifique que esto sea... —Miró la hoja. La releyó—. Parece muy verdad.

—Es lo que te estoy diciendo. ¿Y si le preguntamos?

—¿A Richard el Millonario? Apenas puede hablar tres monosílabos seguidos.

Ambos recordaron el apodo: el Millonario. Les pareció increíble que se haya vuelto realidad.

—¿Cómo es posible? —preguntó Erick.

Eva agarró la fotocopia y la empezó a leer en voz alta.

—Ricardo José Altamira. Dos millones a la librería La Cinta, para proporcionar copias de calidad y color. Tres millones y medio a la cafetería Augusta en Ramos Mejía, para la entrega diaria de café y medialunas al centro de capacitación y Recursos Humanos de la comisaría en CABA. Lo mismo con los restaurantes. —Entones Eva sonrió—. Veinticuatro millones para dos hoteles. Alojamiento de los capacitados en el Interior... Es completamente absurdo.

Erick revisaba el celular.

—La cafetería Augusta en Ramos Mejía está en "remodelación" hace siete años. —Mostró una foto del local y el cartel que avisaba la suspensión.

—Y la librería, y las copias... Hace un año que uso una fotocopiadora que se...

—Vos hace un año, pero el resto de los policías nunca usaron una fotocopiadora que no sea la de la sala de descanso. El problema —Erick no parpadeó— es que todos los meses le enviaron esta cantidad de plata a Richard.

—Y él vive en la calle.

—Son empresas fantasma —recalcó Erick. Se sentó en la silla del comedor y acostó el mentón sobre las manos entrelazadas—. Con un dueño falso y empresas que no funcionan, ellos...

—Lavan dinero. —Eva se levantó con el puño levantado—. Es de lo que acusaron a tía Mabi cuando le encontraron plata en el banco sin declarar. ¿Pero quién hace la transferencia?

—El Estado Nacional.

—Pero tiene que haber alguien que pida esa cantidad de presupuesto.

—El que se encarga del presupuesto dentro de la comisaría. Está en la sala de administración, pero no sé quién. O sea todos trabajan de lo mismo.

—Pudo haber sido cualquiera.

—Exacto.

—Tenemos que ir —dijo Eva. Erick la miró—. Vayamos ahora a averiguar.

—No, ahora no.

Se había hecho de noche. La luz de los faroles blancos se prendió.

—Vamos mañana —dijo el detective. Se levantó de la silla y se agarró la panza, como si le hubiera dado una puntada—. Mañana a plena vista de todos.

—¿Eh?

—Así nadie nos descubre. Creeme que funciona. Siempre trabajé así —recalcó él y, acto seguido, se guardó en su pieza.

Eva quedó con las palabras en la boca, y un brinco en el pecho que apagó saliendo a caminar. Después, se autoconvenció de que él tenía razón y era menos sospechoso ir al día siguiente.

En toda esa noche, él se removió de un lado al otro, se tapó y destapó, miró el techo como quien ve el Infierno. No durmió.

Heridas sin CicatrizWhere stories live. Discover now