3. Raqueti

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—Micaela sí es bonita, ¿verdad?

—Pero Nene mi varón—respondí.

—El mío también—estuvo de acuerdo.

Estaba viendo La Mujer Perfecta con mi abuela. La televisión venezolana se fue a la shit hace tiempo, así que no les queda más remedio que repetir novelas viejas. Mi señora y yo no nos quejamos.

Mi abuela paterna olía a pancito dulce, gracioso, porque su nombre era Dulce. Le quedaba perfecto.

—¿Ya te viste con el amigo tuyo ese?—me preguntó en medio del corte comercial.

—No—respondí automáticamente.

—Pa' que me mientes, piojo, si sabes que no puedes—entrecerró sus ojos. Tenía la mitad del cabello blanco, su piel estaba marcada de vitíligo y tenía la pijama puesta al revés.

—Ay, awe—chillé viendo hacia todos lados cuidándome de que mi mamá no escuchara y me lanzara una chancleta.—¿Cómo sabes que ya lo ví?

—No me puedes mentir, soy una señora, cuando tu vas yo fui y vine tres veces. Ayer estabas demasiado contento, mi muchachito—acotó riéndose como carajito cómplice.

Yo no había vivido con ella la mitad de mi vida, pero me conocía mejor de lo que me conozco yo mismo.

—Fue un rato nada más, no me morí ¿Viste?—resalté.

—Yo sabía que no te ibas a morir, pero igual debes tener cuidado, hay mucho loco en la calle.

—Quisiera volver a verlo—dije poniéndome de cabeza en el mueble.—Nos encontramos en la plaza José Yoel Paez, que queda por mi liceo. Se reúnen unos chamos a rapear y tal... Están los viernes y sábados.

Mi abuela se quedó mirando a la nada por unos minutos, hasta pensé que se había quedado dormida con los ojos abiertos. De pronto dió un brinco que casi me tumba al piso.

—¿Me acompañas al centro hoy?—saltó viéndome con la sonrisa del Grinch—quiero ir al castillo a averiguar el precio de unas telas.

Soy pendejo, los primeros diez segundos no entendí a qué venía todo. Hasta que recordé.

Hoy era sábado.

Nooojodaaaa, ni pa' agarrar agua después de cinco días sin tener había corrido tan rápido.

Ni me había bañado, pa' serte sincero. Agarré unos pantalones rotos, una franela azul oscuro unicolor, las Vans que en cualquier momento me dejan en la calle, y salí a esperar a mi doña.

—¿A dónde van?—preguntó Chae, que se estaba rellenando una arepa perico en la cocina.

—Con la awe al centro—no era mentira, además con mi abuela de cómplice me sentía menos culpable.—¿Tú?—pregunté al verla muy vestida también.

—A hacer una exposición con una compañera—dijo. Estaba tan arreglada que dudé por un segundo. Las tareas no dan tantas ganas de vivir como pa' ponerte bonito.

—¿Te vas con nosotros entonces?—ofrecí.

—¡No! No, ella no vive muy lejos, me voy en un rato, ustedes váyanse alante'—contestó.

No sé si fueron ideas mías, pero comenzó a rellenar la arepa más lento.

En fin. La dejé y salí con mi awe Dulce a agarrar camioneta. Cargaba su carterota gigante, lentes de sol y un paraguas. Yo de vaina me traje la cédula, a veces creo que por ser menor de edad la vida me protege.

Cuando eres nuevo el un lugar no sabes medir que tan lejos están las cosas. Yo considero que el centro de Maracay no está muy lejano a mi choza, pero podría definirlo mejor cuando me fuese a pie.

¡Oppa, nagueboná! [Changlix]Where stories live. Discover now