CONEXIÓN: IV

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Remo llegó a Silvera sediento de respuestas. Rose aún estaba somnolienta cuando llamó a la puerta de casa y no a la del negocio, en busca de identidad. Incluso llegó a asustarse. ¿Quién llamaba con tanta energía a esas horas de la mañana si no era para robar o hacerle daño? «Ah, eres tú. El intenso», pensó cuando abrió un resquicio de la puerta para cotillear.

—¿Quieres café? —Le hizo pasar, sin dar muestras de que le sorprendía encontrarlo allí tan pronto. Le había hecho una oferta, pero no esperaba que tardara tan poco en hacer efecto.

—Me he tomado uno antes de salir de casa y otro en la carretera. —Le dio la impresión de que le vibraban hasta las pestañas. Le ofreció asiento en una silla de la cocina, a pesar de que no creía que fuera a aguantar sentado—. ¿Quieres donuts? Son veganos. —Alzó una caja que llevaba en las manos como una bandeja.

—Tengo que trabajar —le dijo, sin remordimientos.

—No te preocupes, esperaré a que termines. ¿O puedo ayudarte? ¿Cómo preparas los encargos de los clientes?, ¿igual que el mío? Tendrás mucho tiempo libre mientras finges que eres humana... —Rose frunció el ceño. Era humana, solo tenía un extraño don—. ¿Y la infusión esa que me diste el otro día no la tendrás a mano?

Sonrió. La noche anterior había preparado unas bolsitas que en nada se diferenciaban de las cajas de té adulteradas del súper, para regalárselas cuando se volvieran a ver.

—No me vendría mal un becario —contestó con suficiencia fingida, mientras acercaba el hervidor de agua al fogón—. ¿Has saludado por lo menos a mi padre?

Remo se sonrojó.

—No. Lo siento. ¿Dónde está? No lo he visto.

—Es broma, tonto. —Se echó a reír de una forma tan risueña que no cuadraba con ella—. Papá está haciendo gimnasia en el patio, se levanta mucho más pronto que yo. Ahora vendrá a desayunar. Le saludas.

—¿Crees que le molestará?

—¿A papá? —Alzó las cejas, algo incrédula—. A papá le encanta estar rodeado de gente. Sobre todo si eres tú. —Hizo una pausa, después se atrevió a soltarlo—. Y sobre todo si vienes a hacerle compañía a su hija medio loca. Me da bastante la chapa con la tontería de que tengo que hacer amigos.

—¿No tienes amigos?

—Por supuesto que los tengo. Tigrillo es una compañía muy valiosa. No es ruidoso, es independiente y respeta mi intimidad.

Ninguno de los dos dijo nada más hasta que el agua no empezó a hervir y Rose le sirvió a Remo una taza de su infusión especial. Miró el reloj de soslayo, para comprobar cuánto tiempo tenía antes de que Luke apareciera por la cocina en chándal, pidiéndole que le hiciera una taza de café y unas tostadas con aguacate mientras él se duchaba.

—Supongo que tu visita no ha sido de mera cortesía. —Rose rompió el hielo cuando se sentó frente a Remo, que daba pequeños sorbitos del líquido dorado.

—Te necesito, solo confío en ti. —Fue directo, porque no merecía la pena andarse con rodeos. Estaba cansado de los rodeos y ese lugar le daba paz, justo lo que más necesitaba.

Quizás la cocina fuera mucho más pequeña que la de su padre y ni hablar de la de Vivian. Menos luminosa, con muebles más desparejos y gastados. El linóleo de cuadros amarillos pastel y blancos habrían hecho a las amigas de su madre gritar, pero olía a café recién hecho y un aroma que todavía no identificaba, pero le agradaba.

No había visto el resto de la casa, ni quería si Rose no se la enseñaba. Tampoco lo creía necesario. Esa pequeña cocina podría convertirse en su mundo, donde dejar las horas pasar, escondido, mientras escuchaba avanzar las agujas del reloj que tenían colgado de la pared y el zumbido de la nevera.

Reseco de veneno, sediento de sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora