GERMINACIÓN: II

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Rose le obligó a descansar tras la (minúscula) hazaña. Argumentó que no quería sobrecargarlo, ni traumatizarlo, aunque a Remo no le encajara que los traumas ajenos fueran cosas que preocuparan a la chica. Tampoco le permitió ver cómo trabajaba en el encargo de los tulipanes amarillos. No le quiso explicar el motivo, alegando que le daba pereza darle una respuesta tan larga.
Lo echó del invernadero sin contemplaciones, con una orden muy clara: «vete a casa a darle de comer a tu gatito y relájate». La mirada de advertencia que le echó significaba que como se le ocurriera espiar por los cristales se arrepentiría. Una de las mayores características de la personalidad de Remo es su obediencia.
Rose había sido clara en pedirle que subiera a descansar, pero le resultaba incómodo entrar en una casa que no era la suya. La otra opción era volver al mostrador y esperar a algún cliente que no sabría despachar o que Luke volviera de arreglar los papeleos o lo que fuera que estuviera haciendo. Le había puesto difícil la decisión y, al final, subió las escaleras hacia el piso de Rose y Luke, algo cohibido, con el gatito en brazos. Le había parecido increíble que conectara tan bien con él como para que fuera dócil cuando necesitaba que lo fuera.
—¿Y ahora qué? —dijo en voz baja después de cerrar la puerta y soltar en el suelo al animal—. ¿Dónde tienes la comida? No me lo ha dicho...
Se había quedado plantado en el pasillo. Todavía entraba algo de luz. Si seguía ahí pensativo, se quedaría a oscuras, estancado. Una analogía bastante acertada.
Tomó rumbo al único lugar que conocía: la cocina. También el lugar más lógico para guardar la comida de gato, aunque era cierto que había acompañado a Rose unos días antes al almacén.
«Cuántas cosas han cambiado», pensó, mientras presionaba el interruptor de la luz de la cocina. Su compañero de nombre feo y no definitivo se había escabullido. A lo lejos escuchó el sonido de alguien removiendo arena con unas zarpitas pequeñas.
—¿Si abro la alacena...? Quizás esté ahí —murmuró, no muy convencido de atacar la intimidad de la familia.
Suspiró, incómodo. Rose no hacía más que ponerle en contextos comprometidos y apostaba una mano a que ni se daba cuenta. Abrió el primer armario que encontró. Platos.
¿Por qué no quería que la ayudara con el encargo? Ni siquiera verla. Con la pasiflora no se había cortado ni un poco.
En el siguiente armario había vasos. Un montón de especias... Tuvo que abrir tres más hasta que encontró una bolsa pequeña con comida para gato bebé. Estaba tan sumido en sus pensamientos que le dio igual haber inspeccionado toda la cocina.
—A ver, Remo, razona. —No le fue complicado encontrar el comedero—. No querrá que me vea condicionado... —Se agachó para cogerlo. Estaba sucio, con trozos de comida húmeda pegada—. Seguramente no quiere que me compare con ella, que lleva años haciéndolo. Sí. Será eso.
Se colocó frente al fregadero para enjuagar el comedero, mientras se hacía una nota mental de preguntarle a Rose con qué podría fregarlo las próximas veces. No era su casa, pero la cocina le relajaba tanto como el resto de días que se había sentado ahí. Era tranquila, solitaria, olía a café la mayor parte del tiempo y tenía a un gatito naranja comiendo.
La misión estaba cumplida, la siguiente era que descansara, que se relajara. ¿Tendría que descalzarse, tirarse en el sofá, prender la televisión y hacer como que vivía ahí, sin preguntar?
Volvieron los pensamientos intrusivos sobre quedarse ese fin de semana con Rose y animarla a salir con él por Nueva York. Ella empezaría a descubrir que la compañía no es siempre mala y él no se perdería. Cuando estaba cerca de ella sentía que avanzaba o al menos que lo intentaba, porque ella se encargaría de enseñarle.
Volvió a revisar los armarios de la cocina y la nevera. Le apetecía aceptar el tímido ofrecimiento.  Su padre nunca necesitaba el coche. Lo pedía todo por Internet y Laika hacía los recados en bicicleta. Tampoco quería hacer maratón de Fast and Furious. Quería quedarse con Rose, darle de comer al gatito naranja, avanzar, descubrir cómo mejorar en Crecimiento de tulipanes amarillos para productoras y adentrarse en Introducción al envenenamiento o Regeneración voluntaria I. Otro fin de semana más sentado en el sofá de la casa de su padre, con cerveza, hot dogs, palomitas y chascarrillos le volvería loco.
En la cocina de Luke y Rose había todos los ingredientes para hacer aloo masala y curry de calabaza. La información le había ido llegando sola. Estaba a punto de comprobar que, en efecto, le relajaba la cocina. No hacía falta sacar a Rose de casa para que pudiera probar comida india. Podría agradecerles su amabilidad preparándoles la cena. Llegaría a casa más tarde, pero en cualquier caso, Laika y Leo podrían tener algo de intimidad. Remo creyó que el plan era perfecto para todos. La solución le gustó tanto que se puso a silbar a la par que reunía sobre la encimera todo lo que necesitaba para sorprender a Rose.
Cocinar contaba como descansar.
Después la retaría a buscar un indio de verdad para que comparara la comida y le dijera si aprobaba. Podrían salir a despejarse sin tener que insinuarle que su modo de vida no era sano.
Llegaría tarde para ver una maratón de películas, pero llegaría.
Tendría tiempo para charlar con Luke.

Reseco de veneno, sediento de sueñosWhere stories live. Discover now