GERMINACIÓN: III

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Trató de ser lo más silencioso posible abriendo el portón del garaje. Utilizó la linterna del móvil para moverse sin necesidad de encender una luz. Tenía sueño y el viaje se le había hecho más largo de lo habitual, porque no quiso irse hasta que él y Luke convencieron a Rose de meterse en la cama tras un día duro de trabajo. Llegó a casa de Leo de madrugada y no quería despertar a nadie.
Accedió por la misma puerta por la que entró la primera vez con su madre, intentando no tropezarse con nada, como los mil juguetes ruidosos que Tara tenía esparcidos por el suelo. No le hizo falta esforzarse porque la luz del recibidor estaba encendida y Leo sentado en una butaca —que solo él sabía de dónde la había sacado— con la perra dormida en su regazo y una lata de cerveza extra grande en la mano que podría ser atrezzo... O no.
—¡Joder! —Remo ahogó un grito y se llevó la mano al pecho.
—¿Hijo?
Su padre también se sobresaltó, lo había pillado en medio de una ligera cabezada para matar el tiempo. Al lado de la butaca había puesto una mesita auxiliar vieja, con la pata coja y calzada con un ejemplar de bolsillo de Crimen y castigo. Sobre ella, un teléfono y un cenicero lleno de colillas.
—¿Qué ha pasado? —Leo estaba ojeroso. Las alarmas de Remo saltaron. ¿Habría pasado algo en su ausencia?—. ¿Es grave? —Le atravesó una sensación de urgencia por el estómago y en cuestión de segundos, se arrepintió de no haber hecho caso a su madre e irse a Montreal. En esa casa arrastraba al peligro a Leo y a Laika. No lo merecían.
—Que no llegabas. —Leo se frotó la cara con una mano. Estaba más serio de lo normal. Parecía incluso preocupado—. ¿Has visto qué hora es?
«Espera... ¿qué?». Remo abrió la boca y la cerró de nuevo. No terminaba de comprender el hilo de pensamientos de su padre. ¿Estaba pasando lo que creía que estaba pasando? ¿Su padre se había quedado despierto a la espera de que llegara, como las madres de los adolescentes sobreprotegidos de su instituto?
—Las cuatro y media de la mañana —respondió de forma automática. No podía sentirse amedrentado por llegar a la hora que le daba la gana a esas alturas. No tenía quince años.
—No me avisaste de que no ibas a venir a cenar.
Era cierto que había perdido su tono bromista, pero tampoco le quedaba muy bien el serio, ni siquiera él mismo se lo terminaba de creer. No obstante, lo intentaba.
—¿Tenía que avisarte?
—Te llamé y no me cogiste el teléfono. Te escribí... ¿Para eso quieres un teléfono? —Se levantó con cuidado de no molestar a Tara, que en cuanto tuvo para ella sola el asiento, se acopló sin preocuparse de nada más que de dormir a pata suelta.
Lo primero que se le pasó por la cabeza fue responder que, en efecto, él no quería un teléfono todavía, pero Remo es una persona razonable, que piensa las cosas antes de decirlas. No era la frase más adecuada en ese momento. Tampoco lo era bromear con que se había convertido en una imitación barata de Vivian.
—Perdón. Estaba distraído.
—No quiero ponerme chapas, leoncito. —Leo cogió en una brazada todas las latas vacías que encontró—. Es solo que me tenías preocupado. No quiero que te pase nada. Será mejor que estés más pendiente del teléfono. —Hablaba en voz baja, por lo que asumía que Laika estaba dormida en el cuarto de ambos.
—Tienes razón, papá. Me he descuidado. Perdóname. —Le ayudó con el cenicero lleno y lo siguió hasta el cubo de la basura.
—¿Has conducido a estas horas sin descansar? Dime que no, por favor.
La torpeza con la que abrió la puerta bajo el fregadero fue suficiente para delatarse. No importaba lo que fuera a decir... Leo se había dado cuenta.
—No quería llegar más tarde. —Se sonrojó. No quería quedarse en casa de Rose, porque quería cumplir con ambos.
—Es una irresponsabilidad por tu parte, Remo. Tendrías que haber dormido y venir mañana por la mañana. Con un mensaje habría sido suficiente.
Los dos se deshicieron de la basura y se quedaron frente a frente.
—Tienes razón. —Miró a sus pies descalzos—. Quería dejaros un poco de tiempo a solas... A Laika y a ti —explicó, algo cohibido—. Pensé que quizás agradecíais tener una noche de viernes para vosotros solos.
Los hombros de Leo se relajaron y sonrió con su mueca de siempre. Vivian no se lo habría creído, aunque fuera en un gran porcentaje cierto. Le habría dirigido una mirada inquisitiva y le habría observado las próximas horas en busca de cualquier pista que le llevara al cuerpo de un delito atroz. Leo no. Leo le había creído a la primera y le había agradado ver a su hijo pensar en ellos.
—Gracias, leoncito. Pero no hace falta. Esta casa también es tuya.
—No estáis acostumbrados a tener a alguien más con vosotros. Entendería perfectamente que...
—No. —Leo lo interrumpió, medio en broma medio en serio—. Estamos encantados de que pases una temporada con nosotros. No molestas. Ni lo pienses. La próxima vez llámanos o escríbenos un mensaje.
—Vale.
—Vamos a dormir, anda, que lo estarás deseando. Me he dejado la espalda en ese sillón del demonio. Ya entiendo por qué lo había dejado pudrirse en el garaje. —Le hizo un gesto para que subiera el primero a las escaleras. Así hizo—. Ah. —Lo detuvo agarrándolo del hombro.
Antes de darse la vuelta, Remo cerró los ojos y suspiró. Su padre tenía razón; estaba deseando irse a dormir y no quería más sermones de última hora. No iba a compensar sus años desaparecidos por una bronca de buen rollo.
—¿Sí?
—He pensado que mañana podemos ir de compras.
—¿De compras? —No se imaginaba a Leo en un centro comercial eligiendo camisetas. Ni siquiera creía que las camisetas de su padre se vendieran en centros comerciales.
—Necesitas ropa que te guste a ti y no mis sobras... Tiene que ser una mierda ir por la vida a tu edad con una camiseta de Cowboys from hell... A ver, es un discazo, las cosas como son. Un clasicazo. Pero bueno, eso, que igual habría que actualizarse un poco...
Lo que más le apetecía era responder que no tenía dinero para comprar más ropa. Pero no. En realidad, lo que más le apetecía, sí, era irse a dormir, por lo que asentía con la cabeza. Podría haberle dicho que quería ir a una orgía satánica que habría asentido de todas formas. Al día siguiente, ya descansado, averiguaría a qué se había comprometido la madrugada anterior.
Cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra.
—También quiero comprarte un portátil. Ahora mismo me pillas sin excedente.
«Espera...».
—¿Qué? ¿Un ordenador?
—Sí. No sé... Creo que es más sencillo que busques trabajo online que yendo tantos días a Nueva York. No es que no confíe en ti, pero es un poco irresponsable por nuestra parte permitir que conduzcas sin haber hecho un chequeo médico en condiciones. ¿Y si te pasa algo? Es mucho riesgo. Creo que tenemos que pensar en esas cosas para no decepcionar a tu madre, ¿no? —Remo le permitió hablar, porque no tenía argumentos válidos—. Un ordenador te va a venir muy bien para hacerte un curriculum en condiciones y esas cosas. Es una pena que no sepas nada de programación, ni de diseño, porque podría hacer algunas llamadas... Bueno. —Detuvo su monólogo—. Da igual, mañana lo hablamos. ¿Te despierto con tiempo para que te duches y todas esas cosas? Podemos cenar allí, ¿qué te parece?
—Claro, papá.
Para qué iba a decir más a las cinco menos veinte de la madrugada, en las escaleras de la casa de su padre, después de haber secuestrado su coche y su vida por algo tan egoísta —y quizás estúpido— como averiguar si era capaz de hacer crecer un tulipán amarillo en cuestión de minutos. No había nada más que decir.
—Genial, hijo. Pues buenas noches.
Remo también lo notaba incómodo. Estaba haciendo su mejor esfuerzo por comportarse de la manera más cercana a lo que había sido su madre. Estaba poniendo de su parte.
—Buenas noches, papá.
Los dos se dirigieron en silencio a sus respectivos cuartos y cerraron la puerta lo más suave posible para no despertar a Laika.
Buscar trabajo online, sin estar tanto tiempo en Nueva York, le había dicho su padre. ¿Cuánto había pasado desde que entró por primera vez, siendo el Remo amnésico, en Silvera? ¿Cuánto margen le quedaba para llegar a alguna conclusión sin tener que salpicar a su padre? ¿Cuándo podría ver a Rose de nuevo? Se habían disparado las alarmas de Leo. Se avecinaba una pequeña temporada atrapado en Boston hasta que su padre volviera a bajar la guardia.
No se arrepintió de haberle hecho la cena a su amiga.

Reseco de veneno, sediento de sueñosWhere stories live. Discover now