La historia vuelve a cambiar.

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Las piernas de Jiang Cheng se movieron por sí solas, desesperadas por correr hacia el inerte cuerpo de Jin Guangshan y cerciorarse así de la cruda realidad. Lo único que sus manos tocaron fue la frialdad de la muerte y la viscosidad de la sangre que ya había dejado de brotar debido al cese de las funciones vitales. Acababa de matar a Jin Guangshan, líder de Lanling Jin, padre de Jin Zixuan, suegro de Jiang Yanli. Acababa de matar al hombre más influyente del mundo de la cultivación. Y a su paso, acababa de lanzar al precipicio toda su vida, su trayecto y su esfuerzo. Jiang Cheng acababa de perderlo todo.

Afuera de los tumultos funerarios, una caravana de cultivadores tanto de Lanling Jin como de Yunmeng Jiang esperaban expectantes la resolución del tan inesperado encuentro entre ambas sectas y el despiadado Yiling Laozu. Un evento semejante, indistintamente del secretismo con el cual hubiese sido planificado, por supuesto que llegó a oídos de todos. Los rumores se esparcían cual agua clara en el río, después de todo.

Esto solo significaba que sería imposible salir de esa sucia cueva con los brazos cruzados y la túnica ensangrentada, anunciando a todo pulmón y con suma serenidad que Jin Guangshan estaba muerto. No, las cosas no funcionaban así. En el mismísimo momento en el cual Jiang Cheng se dejara ver ante el ojo público, entonces todos sabrían la verdad y toda su reputación se iría por el caño. No habría hombre ni mujer sobre la faz de la tierra que no se diera por aludido de semejante escándalo, de semejante tragedia. Porque Jiang Wanyin, líder de Yunmeng Jiang, acababa de asesinar con sus propias manos al líder de Lanling Jin mientras defendía nada más ni nada menos que a Wei Wuxian. La escoria, la peste, la oveja negra Wei Wuxian. ¿Cómo podría justificar algo así?

Wei Wuxian temió por la estabilidad mental de su hermano, y con el temor impregnado en las pupilas se abalanzó sobre él y lo inmovilizó sobre el suelo. No quería que cometiera ninguna clase de estupidez por culpa de un accidente.

—¡¡Suéltame, Wei Wuxian!!—gritó con todas sus fuerzas. No podía, no podía, no podía con el pensamiento de que acababa de hundirse a sí mismo y a su secta. Con uñas y dientes luchó por reformarla luego de la muerte de su padre, ¿ahora qué? Para Jiang Cheng ya no quedaba nada en ese mundo que valiera la pena—. ¡¡Todo esto es tu culpa!! ¡¡¡Tuya!!!

Jiang Cheng tomó a Wei Ying por los brazos, volteando la situación a su favor para así golpearlo con la poca energía que le quedaba. Nada ganaría con pegarle, pero al menos de esa forma disiparía las toneladas de desesperación y abatimiento que lo abrumaban. Pero lo cierto era que podría moler a Wei Ying a golpes allí mismo, podría matarlo tal y como a Jin Guangshan, y nada lograría cambiar con ello. Porque lo hecho estaba hecho, y muriera quien muriera su nombre sería igual de despreciado aunque matara allí mismo a su hermano. Luchar resultaba indistinto, nada volvería a ser como antes.

Como Wei Wuxian estaba consciente del tormento interior de Jiang Cheng, nada hizo realmente para detenerlo más allá de resistir la violencia de los puños que intentaban alcanzarlo. Él sabía a la perfección que todo era su culpa, que todo había ocurrido por sus propias decisiones, y que tal y como alguna vez le habían dicho en Yunmeng, su mera existencia no hacía sino traer desgracia a todo aquel que quisiera. Y lo que acababa de ocurrir no era sino la prueba irrefutable de ello.

Porque acababa de arruinar la vida de Jiang Cheng. A él mismo no le importaba perderlo todo, no le importaba revolcarse en el lodo y sufrir toda esa miseria a la cual tan acostumbrado estaba desde el mismísimo momento de su nacimiento..., pero, ¿Jiang Cheng? ¿Qué podría hacer él? ¿Cómo podría seguir adelante? Toda su vida había entrenado y estudiado para ser un líder de secta hecho y derecho, el mejor de su especie si era posible. Alguien como él nunca podría vivir en el exilio ni bajo el desprecio del ojo público, porque su personalidad simplemente no lo permitiría. Lo aborrecería, inclusive. Si de esa cueva salía con el cadáver de Jin Guangshan en manos, entonces Jiang Cheng sí preferiría quitarse la vida antes de someterse a sí mismo a la vergüenza. Jiang Cheng tenía todo para perder.

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Where stories live. Discover now