El dolor de Jiang Cheng.

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Jiang Cheng observó entre lágrimas cómo, una vez más, acababa de quedarse completamente solo. Y es que no importaba qué clase de sentimientos acompañasen el semblante que Ming Jia cuando se reencontraban; emociones positivas y negativas derivaban ambas en exactamente la misma conclusión: ella lo rechazaba. Una, y otra vez. De distintas maneras, bajo distintas reglas.

...Pero eso era lo que él quería, ¿cierto? Eso era lo que buscaba. Porque al comienzo, el único consuelo que acuñaba su corazón era el rencor. Ming Jia se fue del Embarcadero de Loto diciéndole que era poco hombre, que era un cobarde, y en esa ira Wanyin encontró la excusa perfecta para culparla de todas y cada una de sus frustraciones. La culpó por ocultarle su verdadero género, la culpó por ocultarle su verdadero nombre, la culpó por haberlo apoyado, por haberlo acompañado, por haberlo amado. Como si él no hubiese tenido ninguna clase de participación en el asunto, Jiang Cheng intentó entonces hacer lo que más sabía hacer: embotellar sus sentimientos, adjudicarle un culpable externo a sus problemas.

Podría decirse que tragarse la angustia fue fácil y difícil en partes iguales. Por un lado tenía que vivir con el constante deseo de tenerla de vuelta, mientras que al mismo tiempo quemaba la totalidad de sus neuronas en pos de convencerse de que ella era la única que estaba en falta. Cuando se reencontraron en la Torre de Carpa y discutieron prácticamente frente a todos, Jiang Cheng se convenció una vez más que era ella quien tenía que pedirle disculpas por haberle mentido, por haberlo engañado, mientras que él solamente tendría que sentarse y esperar por su regreso llenando su boca con la piedad que le tendría.

Sin embargo, el tiempo fue pasando y esa tan anhelada disculpa no se materializaba sin importar cuántas veces se volvían a ver. Ninguno de los dos daba el brazo a torcer, y ese ensañamiento tan puro que acompañaba sus altercados no hacía más que continuar alimentando la ira a la que Jiang Cheng tanto se aferraba. Ming Jia no le pedía perdón porque no podía aceptar la gravísima violación a su confianza, y él no escatimaría a la hora de recordarle lo mucho que la odiaba por ello.

Pero una vez más, ese odio en el cual se sentía tan resguardado, envenenaba al mismo tiempo cada uno de sus sentidos. Era evidente, en serio, porque toda la paz mental a la que, lentamente, había comenzado a llegar gracias al constante apoyo de Ming Jia, comenzaba a filtrarse fuera de su cuerpo poco a poco mientras era reemplazada por apatía. Y es que, si de por sí Jiang Cheng ya imponía bastante miedo cuando se adentraba a una habitación o cuando amenazaba con erradicar a cada cultivador demoníaco que se le cruzara en frente, ahora que su alma se encontraba abrumada por el despecho todos y cada uno de sus aspectos negativos se vieron exponencialmente incrementados. Qué difícil era, pues, interactuar con él mientras demostraba toda esa ridícula cantidad de mal genio.

Para colmo, Jin Ling también la extrañaba. Teniendo en cuenta que, al parecer, el niño siempre supo qué es lo que Ming Jia escondía, no cabía duda de que nunca comprendería la verdadera razón detrás del perpetuo sufrimiento de su tío y la notoria ausencia de Ming Jia en el Embarcadero de Loto. No podía tampoco llenarle la cabeza con cuentos equívocos acerca de una supuesta traición, porque para bien o para mal Jin Ling seguía en contacto con ella a través de Liafang-zun, y por muy jóven que su sobrino fuera, para nada era un idiota. Eso, y porque hablar mal de Ming Jia no le generaba ninguna clase de alivio, porque la mujer en cuestión no tenía tantos defectos destacables más allá de haberle mentido durante diez años seguidos. Por mucho que la odiara, no podía permitirse hacerle daño a cuestas de alguien quien, al fin y al cabo, no tenía absolutamente nada que ver con el conflicto. Jiang Cheng no permitiría que Jin Ling sufriera de la misma forma que él sufrió con sus padres, incluso si Ming Jia y él no compartían el mismo vínculo paternal con el niño.

Quizá por eso dejó de oponer resistencia a la hora de permitirle encontrarse, pues bien sabía él cuánto necesitaba a-Ling estar rodeado de la gente que más lo amaba. Más allá de esos primeros exabruptos en Lanling, Jiang Cheng nunca le prohibiría la felicidad a su sobrino, incluso si esa felicidad involucraba al objeto de sus noches en desvela.

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora