Epílogo I

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"Heather"

Mentiría si dijera que no me volví loca extrañándolo, meses atrás parecía ser una atracción pasajera, sin embargo, me enamoré de él.

Atrás había quedado Wyland y los jinetes, después de semanas viajando de aquí para allá con mi madre, como si aun escapáramos de papá, bueno, del hombre que decía con toda seguridad serlo.

Ella vivía atemorizada a pesar de que Jasper fue condenado a cadena perpetua, tanto era su miedo que comenzó a tener ataques de pánico y fue ahí cuando decidimos establecernos en un lugar, ella dio inicio a un tratamiento médico que la mantendría internada, y yo a hacer los trámites para entrar a la academia de policía.

Cuando mis ex amigos del instituto al que asistía antes de llegar a Wyland supieron que Jasper fue encarcelado, me llovieron los mensajes, en ese momento me di cuenta de lo estúpida que suele ser la gente solo para saber y seguramente jactarse a mi espalda de lo mal que lo estaba pasando, o burlarse de mí.

Por eso accedí a cambiarme el apellido, aunque no me gustaba llevar el apellido Decksheimer por motivos obvios, me incomodaba llevar el mismo que Izan como si todavía esperara en algún momento por arte de magia o por un milagro que los dos dejáramos de ser medios hermanos, pero no soy tonta y eso me traía beneficios, prefería llevar el apellido de un buen hombre antes que el de un psicópata.

Quizás no me esforcé demasiado por tener una relación de padre e hija con Maximiliano, se sentía muy extraño a estas alturas y después de todo no nos volvimos a ver ya que mi madre no se encontraba bien emocionalmente como para llegar a ciertos acuerdos, entonces él tomó distancia respetándola, debes en cuando me escribía preguntándome por ella, mientras yo moría por saber de Izan.

Un día pareció como si me hubiese sentado frente al espejo y en segundos vi pasar enero, febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre, diciembre y enero nuevamente amenazando con seguir un maldito año en el que todo fue en vano y una rutina insípida.

También me sentaba en la cama de mi habitación y miraba el regalo que Daxler me había dado, un cuadro que pintó era parte de su imaginación porque jamás nos tomamos una fotografía juntos, era tan hermosa que de solo admirarla los ojos se me llenaban de lágrimas. Éramos seis, Carla y yo juntas, y atrás de nosotras los cuatro jinetes entre los árboles de Wyland y las sombras hacia adelante mostraba nuestros cuerpos de niños intentando aun hacer perdurar su inocencia.

En ocasiones abría el mueble y podía mirar por mucho tiempo el dispositivo que Izan me había regalado, pensar que si lo presionaba los contactaría a todos y, sonreí de recordar su voz diciéndome:

—Esto es como una alarma de ubicación.

—¿Y a dónde estará conectado?

—A comisaria —contestó rápido.

—O sea que si presiono aquí —dije indicando el botón—. Los policías correrán a mí.

—Algo así. —Se encogió de hombros—. Ese ponlo en tu llavero.

Tonto.

Jamás estuvo conectado a comisaria, solo a los cuatro jinetes, pero ahí estaba yo creyéndole todo y lo extrañaba tanto que aun lloraba por él, fui bastante ingenua pensando que lo olvidaría en un par de meses.

Lo único que tenía de él para no olvidar ningún detalle de su rostro, era una grabación y un par de fotografías en mi celular, esa mañana que nos despertamos juntos lo hice mientras Izan dormía, porque sabía que no se dejaría si se lo pedía, seguía diciendo que no quería nada de cursilerías. Era mi secreto, nadie sabía que todos los días lo veía, quería creer que a medida que pasaban los meses lo iba aceptando, sin embargo era engañarme a mí misma e intenté que la vida fluyera para encontrarle sentido.

Wyland ¿Libertad, castigo o salvación?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora