17.JUEGO PERVERSO

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Qué juego perverso juegas
Para hacerme sentir de esta manera
Qué cosas tan perversas haces
Para hacer que sueñe contigo

No, yo no quiero enamorarme... de ti 

(Chris Isaak: "Wicked Game")


—¿Y cómo sé que dice la verdad? —pregunto no muy convencida y me sale un suspiro—. ¿Cómo sé que siente todo eso que está diciendo cuándo me mira?

Los labios del profesor se encuentran todavía sobre mi mano. Entonces suelta mi mano despacio. Se me acerca mientras que empieza a pasear sus dedos sobre mi brazo desnudo, con erotismo.

—Creo que se lo he demostrado. Pienso que ya le he dado a entender que me fascina y... que la deseo como nunca en mi vida he deseado a nadie —termina con voz suave y sus dedos siguen paseando sobre mi piel, cosa que hace que mi vello responda. De hecho, lo tengo de punta ahora mismo. 

—¿Es consciente de que tenemos una charla pendiente?

—Sí, señorita. Lo sé —contesta sin ganas, y quita sus dedos enseguida, al mismo tiempo que mira el suelo. 

Aunque he interrumpido su ritual de seducción, debe reconocer de que esa conversación es muy necesaria. Por lo menos para mí.

—En veinte minutos bajamos al restaurante del hotel para almorzar —dice y mira su Smartwatch—. No tarde.

—¿Dónde está el baño? —pregunto, a la vez que pienso qué ropa me pondré. Hace mucha calor y menos mal que me he traído unos vestidos veraniegos cómodos. 

Necesito una ducha urgentemente.

—Hay un baño nada más.

—Pues... pensaba que tenía mi propio baño —añado confundida.

—No. Hay solo uno, por lo tanto, le doy prioridad —indica con caballerosidad y también me señala la puerta para entrar yo primero. 

—¡Vaya! Es todo un caballero —le digo, mientras que le sonrío y los dos entramos en la habitación.

—Aproveche de que lo sea. Porque cuando la tire a esa cama que ve ahí, todos estos modales habrán desaparecido —me dice con osadía en el oído, mientras que con un brazo me rodea por detrás, y con el otro me señala la cama enorme. 

Y cuando en mi mente empiezo a imaginarme a mí y al profesor locos de placer, uniendo nuestros cuerpos, mi corazón empieza a temblar. 

—¿Me quiere asustar? —giro mi cabeza, hasta que llego a alcanzar mirarle a los ojos.

—No. Solo le quiero advertir. 

—Habla como si me fuera a pegar, y no acostarse conmigo. Por curiosidad ¿... dónde tiene el látigo? —y de repente me escucho a mí misma reírme. Es que el profesor tiene algunas cosas que me producen mucha risa, pensándolo bien. O eso, o que estoy jodidamente nerviosa. 

Él percibe que en cierto modo me estoy burlando y se separa un poco de mi cuerpo, pero aún sigue con esa mirada penetrante. Y mete las manos en los bolsillos (otro de sus gestos estrellas).

—Le quiero hacer muchas cosas. Y en realidad, señorita... la follaría ahora mismo si no tuviéramos esa estúpida charla pendiente —suelta esto con un gruñido y da un paso hacia la puerta—. Tengo que hacer una llamada, ¡dúchese!

Dice esto y sale corriendo de la habitación. Lo agradezco porque tengo que deshacer la pequeña maleta que llevo. Empiezo a buscar el cuarto de baño y cuando entro, este parece una inmensa habitación. Hay tanto una ducha y una bañera en medio, muy moderna. Una bañera bastante grande diría, hasta parece un jacuzzi. Mientras que le doy al agua de la ducha y miro los tipos de jabones y champús que hay con mucha curiosidad, vuelvo a pensar en lo caliente que es el señor Woods. Cuando me habla así, tan descaradamente, mi cabeza se va por ahí a pasear. Estoy descubriendo muchas cosas de mí, y lo que ahora mismo tengo claro es que me vuelvo jodidamente cachonda cuando usa esas palabras. 

El ProfesorWhere stories live. Discover now