Alguien afortunado

384 42 34
                                    

La verdad, son pocos los momentos donde puedo considerarme un verdadero afortunado. No porque crea que me faltan razones para hacerlo, sino porque, a veces estoy muy ocupado pensando en otras cosas como apreciar aquellas por las que, podríamos decir, estoy por encima del resto. No es que esas sean las palabras que me permitiría usar en caso tal de vociferar estos pensamientos, pero sí lo veo la manera más acertada de decirlo. A veces ignoro lo suertudo que soy por estar donde estoy.

Pero, para ser franco conmigo mismo, es fácil olvidar que tengo suerte. Al fin y al cabo, suerte es un término que se usa para describir a la causa que aparentemente determina los sucesos imprevisibles en la vida de alguien, es más fácil memorizar de que va, que sentir que la tienes de tu lado. Después de todo, ¿puedo considerarme un suertudo habiendo pasado por todo lo que pasé?, ¿no sería más preciso afirmar que si tuviera la suerte de mi lado, ni siquiera seguiría con vida?

No me malentiendan, soy agradecido con lo que tengo, pero a veces se me hace una carga muy pesada. Hay días donde puedo hacerme la falsa ilusión de que todo tiene un motivo justo y que al final del día valdrá la pena, que todos mis esfuerzos, mi trabajo, que cada una de las decisiones que he tomado en los últimos años tiene un significado. Pero el resto de los días, los recuerdos, en compañía de inaguantables arrepentimientos, no me permiten pensar igual. Es decir, se supone que una de mis características más destacables es mi forma de ver el mundo, pero no se vive de la esperanza, por más que esta sea elemental para hacernos sentir vivos.

Después de haber atravesado por experiencias tan indeseables para otros seres humanos, tener una vida tan tranquila y normal no es lo que yo llamaría digno de un hombre afortunado. Esto que tengo yo, lo que alguien diría, ''la dicha de respirar, de despertar vivo un día más'', no me hace sentir ni remotamente afortunado. O al menos no seguido, son momentos fugaces donde en verdad creo que tengo la suerte de mi lado, y que vivir es maravilloso.

Pensé que vivir no era tan malo cuando, por ejemplo, le pedí a Annie matrimonio. Pero es que, para ser justo, llevaba el anillo de compromiso guardado desde hacía más de un año, cuando nuestra relación se hizo algo formal y no un simple juego de coqueteo y manos que se rozan con disimulo cuando repartimos las pocas raciones que quedaban para las sobrevivientes del estruendo. Tampoco estaba pensando cuando lo hice, porque a pesar de pensarme mucho las cosas, cuando pronuncié aquellas palabras mi mente quedó en blanco. Cuando me aceptó, especialmente, no hubo ningún pensamiento coherente que pudiera hacerme reaccionar. Las ganas de vivir, así como la felicidad que me invadió fue suficiente para nublar mi juicio.

¡Ni hablar de cuando nos casamos!, que día... Un caos total del que me atrevo a decir: volví a quedar en blanco cuando le vi caminando hacia el altar. Hermosa, radiante. Annie siempre fue la chica más guapa que nunca vi... Y ese día, pude confirmar que era la mujer más hermosa que mis ojos nunca antes pudieron presenciar. Ni la reina Historia, que tan alabada era por su belleza podía llegarle a los talones. Annie para mí era otro nivel, una de esas bellezas que no tienen precio y que no podrías describir ni con todas las palabras del mundo. Porque su belleza no va solo en lo físico, va más allá, y aunque su piel tersa se arrugara, y su cabello rubio se encaneciera, seguiría siendo considerada por mí la mejor y más hermosa de las mujeres. Me sentí de nuevo como el niño de doce años que la vio en el campo de entrenamiento, sintiendo las mariposas en su interior revoloteando con fiereza por lo que creía un bello sueño inalcanzable.

Sí, sin duda, fueron momentos que me recordaron por qué vivir era tan hermoso.

Yendo más atrás, sin exagerar demasiado, cuando nos dimos nuestro primer beso, recuerdo fue una de esas experiencias únicas en la vida, y su rostro se veía tan lindo sonrojado que, de no ser porque yo me encontraba ocupando lidiando con mi propia vergüenza, habría saltado a llenar sus mejillas con cientos de besos hasta verla frunciendo el entrecejo y hacer un puchero. ¡La primera vez que nos tomamos de la mano se me hace igual de memorable!, porque aunque parezca una niñeria, y sea algo a lo que los demás no le den tanta importancia, cada que lo recuerdo, así como la tímida manera en que sus ojos azul cielo me evadian, siento mi corazón derretirse en mi pecho. Porque fue el primer contacto entre los dos que ella inició, y solo porque quería hacerme sentir mejor.

Dust in the wind ¦ Aruannie / Jeanpiku Where stories live. Discover now