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— Señor... ¿Cuánto cuesta una mandarina? —el niño hablaba tímidamente.

— 5 wons cada una. ¿Cuántas vas a llevar? 

— 2, por favor.

El chico pálido, dueño del puesto de mandarinas, tomó dos mandarinas y las metió en una bolsa plástica. Le dio las frutas al niño, y este le dio dinero a cambio. 

— Muchas gracias, señor mandarinas. 

¿Señor mandarinas? El pálido soltó una risita, el apodo era perfecto para él.

[...]

— ¡Tae-ho! ¿Por qué regresas tan tarde? 

— Papi, te compre esto. —el niño sacó de su mochila una bolsa de plástico, para luego dársela a su papá— Hoy es el día del padre... y yo te quería dar una carta, pero me quedó fea, entonces la tire a la basura, pero yo quería darte un regalo, entonces tome un poco de mis ahorros y te compre unas mandarinas, porque un día me dijiste que te gustaban un montón. —hiso una leve pausa, para llenar sus pulmones de aire, y después continuó— No quería que te enojaras.

— Tae-ho, mi niño, no estoy enojado. —el padre le dio un cariñoso abrazo al menor— Estaba preocupado, nunca llegas tarde a casa... Muchas gracias, eres el niño más hermoso del mundo, Tae-ho.

— No te preocupes papá, ya estoy grande, tengo 7, en 2 meses cumplo 8, soy bastante grande. —Tae-ho sonrió, mostrando unos lindos hoyuelos, heredados de su padre.

— No importa si tienes 7 o 90, tu vas a seguir siendo mi bebé. —atacó al niño con besos, y algunas cosquillas en la pancita. Cuando el menor se quedaba sin aire por tanto reír, este se detuvo.— Ven, vamos a comer las mandarinas.

— Pero las compre para ti, son tuyas.

— Pero yo las quiero compartir con mi bebé. —Tae-ho hiso un puchero, nuevamente mostrando sus hóyelos— Bien... mi lindo y gran hijo, que esta apunto de cumplir 8 años. —la carita del niño pareció iluminarse al escuchar esto— Ahora, señor Tae-ho, ¿Quiere acompañarme en mi merienda?, le prometo que le daré la mandarina más grande y jugosa.

— Sería un placer comer la merienda con usted, señor Hoseok.

[...]

Al día siguiente, por la mañana, Hoseok y Tae-ho estaban en un breve paseo por el parque. Realmente estaba siendo breve; era un sábado y el niño tuvo que levantarse muy temprano —por culpa de Hoseok—, y apenas tuvo tiempo de desayunar, porque su padre le apuraba, diciendo que era un día hermoso, y que no podían quedarse toda la mañana en la casa. ¡Era un sábado! ¿La gente que hace en los sábados? ¡Se levantan tarde y no van a paseos por el parque! 

— ¡Papi vámonos! —nuevamente pidió el menor, cansado.— Otro día podemos venir al parque. 

— Tae-ho, no seas aburrido. ¡Mira! Es un puesto de mandarinas, —arrastró al niño a la pequeño quiosco— ¿Quieres una?

— No papi, lo que quiero es ir a casa.

— Oh. Eres tu. —el chico pálido hiso una interrupción en la conversación de Hoseok y Tae-ho— ¿Quieres dos mandarinas? —dijo con voz juguetona; levantó su mirada, para conectar con los ojos almendrados del padre del niño— Disculpe, ayer su hijo compró dos mandarinas aquí... espero que no le moleste, lo que dije.

Hoseok tardó un poco en responder, atrapado en los ojos felinos y oscuros del otro y en aquella piel pálida. Tae-ho tosió levemente, haciendo que saliera de su transe y rápidamente respondió, tocando el lóbulo de su oreja, algo avergonzado— No, no se preocupe. —miró al niño por unos segundos, y finalmente dijo— Muchas gracias, pero ya nos vamos.

[...]

— Papi, —dijo el niño mientras se quitaba los tenis y se ponía unas pantuflas, para ir a la sala de estar y tirarse en el sillón— ¿Qué te paso con el señor mandarinas?

— ¿El señor mandarinas?

— Sí, toda mi clase le dice así, porque pasa vendiendo mandarinas en el parque todos los días.

— Ah... —asintió levemente— No paso nada con el señor mandarinas.

— Sí paso algo, te quedaste hipnotizado cuando el señor mandarinas estaba hablando. —encendió el televisor, y empezó a apretar los botones del control remoto, para buscar su programa favorito.

— Estaba distraído. —nuevamente estaba tocando el lóbulo de su oreja, nuevamente avergonzado, incluso su hijo lo había notado.

El niño dejo de ponerle mucha atención a lo que decía su padre, ya que había encontrado su programa favorito y no se lo perdería por nada en el mundo; tal vez su sábado mejoraría.

El señor Mandarinas - YoonseokDonde viven las historias. Descúbrelo ahora