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Arsenio me acaba de dar una espléndida noticia para las finanzas de mamá; desde hoy nuestras sesiones semanales dejarán de ser semanales y, en cambio, nos veremos dos veces al mes. No lo cuestiono, sé que eventualmente tendré que abandonar la terapia y transformarme en un adulto funcional —aunque en mi fuero interno creo estar bastante lejos de aquel acontecimiento—. De todas formas, seré sincero, me parece que su decisión es algo precipitada. Sí, soy capaz de gestionar de forma adecuada el vértigo y las crisis de pánico, pero no podría decir que soy el epítome de la estabilidad emocional. Si así lo fuera ya habría leído la carta de Arturo y de paso lo hubiera comentado con mamá, quien de seguro tendría un consejo práctico que compartir. ¿Quemarla? ¿Responderla? ¿Hacerse el loco? Pero no, sigue oculta en el clóset. Soy tan endeble que no he sido capaz de contarle ni a mi guapo terapeuta que mi «padre» ha vuelto en forma de papel.

—Arturo apareció en mi cumpleaños —suelto de forma abrupta—. Bueno, no él en persona, pero sí su presencia. Me envió un regalo. Y una carta que soy incapaz de leer.

Thor, quien supongo creía estar a punto de acaecer la sesión, mira su reloj de pulsera y exhala una robusta bocana de aire. Me pregunta cómo me siento. Respondo vaguedades monosilábicas, sigo sin una respuesta clara o contundente y me retuerce las entrañas llegar a una. Arsenio se acomoda en sillón de cuero y se abre de piernas, genuinamente está interesado en lo que digo o en la universidad le enseñaron a fingir fascinación de manera magistral.

Guardo silencio.

Me pongo nervioso, no sé si soy yo o su entrepierna luce más abultada y gorda que de costumbre. No sabría decir a qué se debe el aumento de lívido que he experimentado en las últimas semanas, pero en comparación con hace un año, en donde no se me levantaba ni aunque le rezara a las bondades de Zac Efron sin camiseta, hoy tengo ganas de masturbarme al menos dos veces al día. No siento culpa ni nada por el estilo, la herencia judeocristiana no me atormenta en lo más mínimo, además no creo que sea el primer ni el último muchacho de dieciocho años que expulsa semen como si fuera sudor. Lo único incomodo de mi situación «horny» es tener que maniobrar la erección para disimularla en el pantalón. No te pases, no creas que tengo un pene monstruoso (tampoco me gustaría tenerlo), pero si voy con vaqueros se esconde con facilidad, en cambio si visto un pantalón de tela parece que mi glande saldrá a saludar sin mi consentimiento. Y que Arsenio se asemeje a una mole vikinga no ayuda en que la erección se desvanezca.

Daría lo que fuera por desabrocharme el cinturón, bajar el cierre y tocarme en frente de él. Olvidando el pudor, el tabú de que un extraño me contemple. Que una gota de sudor se deslizase por su frente sonrosada, que lamiera sus labios voluminosos para luego rascarse la tupida barba de puro nerviosismo. Me pregunto si Arsenio tendrá una doble vida como luchador libre profesional, el porte y los kilos ya los ostenta, eso es seguro. Me gustaría verlo en bóxer brillantes y botas de cuero con suela de fierro, encima de otro hombre igual de voluminoso, o encima de mí, no me importa perder un poco el aire si es por aguantar su carne. Que su entrepierna se restriegue por la mía y la humedezca.

—Dale una vuelta —dice, pero no tengo ni la menor idea a qué.

Qué calor que hace aquí o, ¿soy yo?

—Lo haré —me comprometo sin saber.

Bebo lo último que le queda al vaso con agua gasificada y me despido colgándome el asa del bolso al hombro. Me acercó para darle la mano como es habitual, pero en esta ocasión me abraza de la nada y huelo su impetuosa colonia mezclada con toques de sudor.

Cierro la puerta y le escribo a Julieta para saber si viene por mí. Necesito contención o soy capaz de devolverme, rasgarle la camiseta color crema a Arsenio, produciendo que cada botón quede desperdigado por el suelo, y me enseñe los tremendos y espesos pechos.

Ahora puedes verme (versión explícita)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora