Epílogo

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El ruido que hacían los niños en la sala principal llegó a sus oídos apenas se acercó a la habitación. Greyson negó despacio con la cabeza, guardaba la ligera esperanza de que ninguno de sus hermanos estuviera en el centro de la discusión. Para fastidio de Greyson, en el centro de la habitación estaba Nathan, su hermano del medio, quien discutía a gritos con un adolescente de cabello castaño que lo observaba con desprecio. Ambos trataban de arrancar el control de la televisión de las manos del otro.

Dispuesto a ponerle fin a la inútil lucha, Greyson se abrió paso entre el círculo de niños y adolescentes que se había formado a la expectativa de una pelea. El muchacho sintió desagrado ante el claro morbo de la mayoría de los espectadores que, lejos de detener la situación, parecían ansiar por las consecuencias que traería.

—¡Eres un tonto, Carlos, es nuestro turno! ¡Nuestro turno! —gritó Nathan de forma aguda y estrepitosa, lo que hizo que algunos niños se cubrieran los oídos. Su voz era temblorosa y estaba a punto de romperse.

—Me vuelves a gritar así y te arrepentirás, mocoso —amenazó Carlos; mordía las palabras como un perro enfurecido que lanza una advertencia. Nathan lo observó con los ojos llenos de lágrimas, un rastro de intimidación se asomaba en su cara y, pese a eso, no soltó el control remoto.

—Métete con mi hermano y veremos quién se arrepiente —intervino Greyson con voz fuerte a la par que se cruzaba de brazos.

Nathan y Carlos se percataron de su presencia. Antes de que alguno de los dos lograra reaccionar, Greyson lanzó un manotazo hacia el control remoto. Al hacerlo, por accidente el canal en la televisión cambió y el sonido de la alarmante noticia dejó frío al joven que, hacía tan solo unos segundos, había lucido imponente y firme.

Greyson dio un par de pasos para acercarse al aparato, la noticia fue para él como un choque eléctrico. Reconoció el color verde pistacho apenas distinguible de la casa tiznada en la pantalla, así como los rostros aterrados y descompuestos de la pareja que, retenida por la policía, intentaba con desesperación acercarse al lugar. Tuvo un recuerdo fugaz de ellos dos en el supermercado, cuando lo visitaban junto a sus dos hijos. Siempre eran amables con él.

Nathan pronunció su nombre. La voz de su hermano sonó como un eco distante e inentendible que pretendía abrirse paso en la oscuridad. Greyson ya no veía nada que no fuesen las escenas en la televisión, ya no oía nada que no fuese la voz del narrador que explicaba que habían encontrado un cuerpo carbonizado en el interior de la vivienda.

Aún en el estado de shock en que se encontraba, inmóvil y absorto por la tragedia, las lágrimas brotaron de los ojos del niño. Sintió una mano pequeña aferrarse a la suya y, al mirar abajo, el rostro de su hermano menor, Castiel, no tardó en convertirse en el de la pequeña que aún no era rescatada de los escombros. Castiel y Susy tenían casi la misma edad y ahora ella podía estar muerta, al igual que Víctor.

—Por favor, no —susurró Greyson antes de regresar la vista hacia la pantalla; no se percató del minuto en que su rostro se bañó de lágrimas.

***

Ni siquiera se atrevía a alzar la vista del suelo. A pesar de ese particular cosquilleo que sentía en el estómago a modo de advertencia, Hans creyó que la tragedia no llegaría, que al final recibiría una llamada de Víctor y que su amigo le contaría la brillante manera en que había terminado con la criatura. Se reprochó en silencio haberse aferrado a la idea de que nada sucedería, de que su amigo estaría a salvo, porque en el instante en que la noticia del incendio llenó los noticieros, se congeló.

Incapaz de derramar una sola lágrima, Hans permaneció aislado en su habitación, indiferente a las voces de sus padres preocupados, quienes llamaban a su puerta y le suplicaban que los dejara entrar. En su estado de shock, no logró percatarse del momento en que la pareja se apartó de la habitación y el silencio lo abrazó.

En la soledad de su cuarto, Hans se sentía atormentado por la voz de Víctor al contarle sobre su futura muerte, misma que se veía opacada por el susurro interno de su propia culpa. Se miró las manos al recordar ese último tacto del cuerpo de su amigo, el choque de manos que se dieron al finalizar la práctica que él interrumpió para volver a abrazarlo. Todo parecía demasiado surreal para Hans; estaba atrapado en una pesadilla.

—¿Hans? —Escuchó un tono difuso y juvenil atravesar la madera de la puerta, pero que de todos modos llegó a sus oídos. Por fin, alzó la cabeza y observó sin responder—. Déjame entrar, por favor —repitió. La voz sonaba frágil y quebradiza, al borde del llanto.

Sin pronunciar palabra alguna, Hans se levantó de la cama en que había permanecido sentado todo ese tiempo. Arrastró los pies y abrió la puerta en un ángulo pequeño, apenas lo suficiente como para que su visitante entrara sin alguien más. Al cerrar de nuevo, giró la vista para ver al joven a su lado.

Apenas Hans notó que los ojos azules de Stephen estaban llenos de lágrimas, el shock se esfumó hasta abrirle paso a un llanto desgarrador e incontrolable. El muchacho se inclinó hacia el frente para abrazarse de Stephen con fuerza. Comprensivo, correspondió el abrazo en silencio mientras sentía las lágrimas de su novio mojarle el cuello.

—Di que no es cierto —intentó susurrar Hans, apenas audible, de manera aguda y temblorosa.

—Lo siento, mi amor —respondió Stephen, quien afianzó el abrazo—, de verdad, lo siento.

Hans abrió los ojos sin apartarse de su pareja y, al hacerlo, la fotografía que tenía en la mesita de noche pareció saludarlo. En ella, podía ver el rostro sonriente de Víctor mientras cargaba en brazos a Susy; a su lado, Greyson sostenía un algodón de azúcar con la mano derecha y, con la izquierda, se aferraba a la mano de Jess. En el lado contrario, abrazados, estaban Stephen y él. No podía creer lo efímera que había resultado para ellos esa felicidad, ni que esa nueva familia que Víctor había creado hubiese perdido a su pilar más fuerte.

Al pensar en ello, sintió un golpe en el pecho y un relámpago de fortaleza. No podía permitir que el grupo se fragmentara, debía encontrar una manera de mantenerlos a todos juntos y a salvo, por Víctor. Al separarse del cuerpo de Stephen, el muchacho le dedicó una sonrisa suave y le acarició el rostro con ternura.

Tal vez era una oportunidad para empezar de nuevo, sin importar lo mucho que doliera. 

 

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Papi, estoy de regreso [S.O. #1] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora