10.- El incendio

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Bajo la excusa de sentirse cansado, Víctor subió las escaleras luego de terminar la cena y se encerró en el baño del piso de arriba. El ardiente dolor que el roce de la tela provocaba en su piel desgarrada lo llevó a tomar un par de tijeras para cortar la camiseta en trozos y así poder desvestirse.

Notó que los hematomas se extendían a lo largo de su abdomen y de su pecho; se acarició con suavidad, le dolían bastante, aunque sin duda mucho menos que antes. Subió la mano hasta su pecho y tocó el moretón que tenía en el pectoral derecho. Al menos, la maldita no le había roto ningún hueso.

Al desviar la mirada hacia la camiseta que sostenía, se sorprendió al darse cuenta de que estaba limpia de todo rastro de sangre. Por la parte de enfrente lo entendía, pero estaba seguro de que atrás había sentido húmedo por las heridas. Intrigado por ello, el muchacho se giró para darle la espalda al espejo. De inmediato, descubrió que tenía profundos rasguños, aunque ninguno sangraba. Habían sido hechos por dentro de su cuerpo y la piel se había convertido en una ventana que mostraba un paisaje de músculos en flor.

Se dio la vuelta para quedar de frente al espejo con la vista fija en cada detalle de su rostro. Lucía apagado, y las ojeras profundas bajo sus ojos lo hacían ver envejecido, deplorable. Formó una mueca de desagrado y las arrugas en su tez se acentuaron; la falta de color en la piel pareció brillar por un instante.

—Parezco un cadáver —susurró poco antes de formar una leve media sonrisa cargada de altanería—. Aunque no tanto como tú, mi querida Ana. ¿No te estás alimentando bien? —Escupió con sarcasmo y, a través del espejo, gozó al ver que el reflejo de Ana empuñaba las manos.

Víctor sabía que Ana se alimentaba del miedo que infundía y ahora que él no le temía, estaba convencido de que ella perdía fuerza. Víctor alzó la cabeza, egocéntrico, y la criatura emitió un gruñido que pretendía ser intimidante, sin embargo, el muchacho se rio de ella: lucía igual de agotada que él.

—¿Qué? ¿Te vas a quedar ahí parada? —añadió con sorna—, ¿ya te cansaste de jugar?

Ana soltó un rugido gutural que hizo vibrar la casa. Los vidrios de las ventanas crujieron y las paredes se quejaron ante el sonido. El aura de odio que emanaba de su cuerpo despedía un aroma a azufre mezclado con carne podrida, y el alquitrán que se deslizaba de las cuencas vacías de su rostro se volvía polvo antes de tocar el suelo.

Víctor frunció el ceño, pero la sonrisa se mantuvo. La forma en que se enfrentarían a partir de ese instante había quedado clara en el armario, aunque una parte de él sentía que ella aún tenía más poder, depositó toda su confianza en el plan que ejecutaría en su último día, cuando la profecía de Susy se cumpliera.

El muchacho giró la cabeza con ligereza para mirar a la criatura por encima del hombro. La sonrisa en sus labios se esfumó:

—Largo de aquí, perra —ordenó Víctor—. Mañana nos veremos las caras.

En silencio y sin moverse, Ana observó con detalle al muchacho. Los huesos de la bestia traquetearon al reacomodar su cuerpo y alzar la cabeza. Abrió la boca despacio y, de lo más profundo de su garganta, una pata puntiaguda cubierta de pelo, similar a la de una araña, se asomó: el llanto de Jenny hizo acto de presencia. Víctor no estaba dispuesto a soportar que se mofara de ellos. Apretó los dientes hasta que le dolieron.

—¡Que te largues! —gritó al girarse en un arrebato de ira. El cuerpo de Ana salió volando y se desvaneció tras golpear contra la pared. Fue como si una ráfaga de energía la hubiese atacado con una fuerza descomunal.

Víctor se quedó boquiabierto. Una presencia fuerte inundaba el lugar, ¿acaso era suya? ¿Ese era el alcance de su poder? Desconcertado, se giró una vez más para mirarse al espejo y se preguntó qué rayos había sido eso. Por un momento, sintió que acababa de vivir el final de una saga de Dragon Ball Z, en la que había liberado todo su ki y alcanzado una nueva transformación. Sonrió divertido ante la idea.

Papi, estoy de regreso [S.O. #1] (COMPLETA)Where stories live. Discover now