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El ruido que hacían sus pies al correr hacía un eco inquietante. Los gritos, el olor de la sangre y la tierra mojada no les era incomodo, pero si un signo inequívoco de la masacre que estaban por mirar.
—Todos están muertos...— murmuro Megumi a su lado —No queda nadie—
Nobara cubría sus labios para soportar las ganas que tenia de vaciar el estomago y no entendía como Megumi podía soportarlo, lo envidiaba por eso. Pero lo que veían sus ojos era sin duda algo que nunca en la vida podría olvidar. Sabia que alguna cosa parecida a lo ocurrido sucedería, pero no pensaron que el evento sería tan grande, tan abominable y menos creado por quien él.
Poco a poco fueron llegando mas hechiceros, conocidos y desconocidos por lo que tomaron posiciones defensivas. A pesar del miedo que no podían ocultar, decidieron darle la espalda a los que llegaron, exponiendo sus cuellos, sus propias vidas.
—Aléjense de ese monstruo— dijo uno de los recién llegados —Si no quieren compartir el mismo destino—
Las sombras de Megumi hicieron acto de presencia, intentando ver las acciones de Yuuji, quien se encontraba detrás, aun sentado en medio del pandemonio, cubierto de sangre de pies a cabeza.
—Yo lo cuido— Nobara le llamo, quedando espalda contra espalda —Esta tranquilo por ahora—
—¿Tu piensas quedarte ahí parado observando? — la ira en su voz era palpable, en sus facciones por la forma en que su rostro se contraía
—Por supuesto. Mi querida esposa fue completamente capaz de defenderse ¿Por qué habría de mover uno solo de mis dedos? Dejen que Yuuji alimente como es debido a mis hijos—
El grupo entonces cayo en cuenta de la presencia de la maldición legendaria. Ryomen Sukuna se hallaba en toda su gloria, cruzando sus cuatro enormes brazos frente a su cuerpo, viéndolos como animales que sacrificar. Ese momento justo fue el que Yuuji decidió para levantar la mirada, haciendo que dieran pasos hacia atrás acobardados quienes habían llegado a cazarlo.
Su mirada estaba desenfocada y; mientras se levantaba, notaron un pronunciado vientre, su ropa tradicional estaba mal acomodada y cubierta de igual manera de sangre. Sus manos contorsionadas se levantaron frente a su cuerpo no sabían si en defensa o preparado para atacar, muy parecidas a las garras de un feroz animal. Su postura era ya defensiva y lo que era peor; en su boca, lo que parecía una pieza roja y coagulada, carne humana quizá cayó al suelo haciendo u sonido asqueroso, donde más partes humanas se podían ver desgarradas, sin poder identificar que pertenecía a quien.
