Capítulo 4

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La de hebras doradas se aferraba a los ropajes del castaño, mientras este la tenía en brazos y la llevaba rumbo a sus aposentos. Una vez estando frente a ellos ingresó y le ordeno a los hombres que custodiaban la entrada de sus aposentos que trajeran a la doctora.

Mehmed dejo con delicadeza a Miray sobre la cama, tomó su rostro entre sus manos y limpió sus cristalinas lágrimas, las cuales salían sin cesar. La furia lo domino, ¿Quién se atrevió a tan siquiera tocarla?, haría que pagará.

—Miray —llamó en un dulce susurro. La nombrada alzó su mirada, encontrándose con los iris cafés del príncipe, sintiendo la calidez que le trasmitían, sin poder evitarlo sollozo levemente, asustando al castaño. —, ¡¿Te duele algo?!, ¡¿dónde?! —indagó.

—No... Estoy bien —mintió, desviando su mirada, no quería causarle más problemas al masculino.

Pronto la doctora ingresó a los aposentos, al ver los rasguños, los pedazos de vidrio enterrados en su brazo y la marca alrededor de la rubia soltó un chillido, ¿Cómo es que esa muchacha había terminado en ese estado? Los ropajes que tenían no eran los de una criada promedio además estaba al lado del príncipe Mehmed, debía ser una de sus criadas, si era así, ¿Quién se había atrevido a tocarla?

Sin decir nada más se acercó hasta Miray y comenzó a tratarla. La rubia se mantenía en silencio mientras dejaba que la doctora hiciera su trabajo, apretando sus labios y cerrando sus ojos cada que sentía dolor.

—Ugh... —soltó un quejido mientras cerraba sus ojos, pronto los abrió al sentir como alguien entrelazaba sus dedos. Observo al castaño, mientras este le sonreía con cariño, su mirada llena de calidez la hizo enrojecer sus mejillas. Bajo su mirada y desvió su mirada, pero sin deshacer la unión entre sus manos.

—Cada cierto tiempo deberemos cambiar los vendajes, en el cuello aplicaremos ungüento y deberá mantener reposo para que sus heridas más grandes no se abran —habló la mujer llamando la atención de ambos.

—Entiendo, puedes retirarte —asintió el príncipe. La mujer asintió, abandonando los aposentos.

Miray se puso de pie, bajo su cabeza y reverencio.

—Yo también me retiró, su alteza. Muchas gra... —se vio silenciada cuando Mehmed la tomó de los brazos, con delicadeza, procurando no presionar alguna de sus heridas. 

—Te quedarás está noche aquí y me dirás quien te hizo eso —ordenó, llevándola nuevamente a la cama.

Miray bajo su mirada, apretando sus manos sobre su regazo, no quería decirle quien fue la que la daño, pues temía que eso le causará problemas a Mahidevran o a Mehmed, lo único que quería era vivir en paz, no, le bastaba con sobrevivir en ese infierno Otomano.
Mehmed acunó el rostro de la femenina entre sus manos y depositó en su frente un casto beso, después unió sus frentes, permaneciendo así por unos segundos hasta que la rubia se atrevió a hablar.

—Su alteza, ¿puedo abrazarlo? —preguntó en un débil susurro, temiendo ser rechazada pero realmente necesitada por unos brazos que le dieran consuelo, al menos por unos segundos.

Como respuesta, Mehmed rodeó el cuerpo de la rubia, acariciando sus hebras doradas. Con brazos temblorosos, Miray rodeó el torso del castaño, aferrándose a él, mojando su hombro con sus lágrimas y dejando de suprimir sus sollozos, cosa que hizo doler el corazón del sehzade.

El ángel del príncipe            ❝Sehzade Mehmed❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora