Capítulo 27: Calor en el frío invierno

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La Nefyte y el general habían seguido durante horas un rastro de azufre que prometía indicar dónde sería el próximo ritual. Enya temía por Egan, y a pesar de las palabras de la reina cerinie, seguía pensando que el amkíe destinado al cuarto sacrificio sería él.

Sentía que debía contarle toda la verdad. Al menos la parte que a é le correspondía, pero no sabía cómo hacer aquello sin descubrirse.

Egan aún sopesaba todo lo que había ocurrido en los últimos día. Recuerdos incompletos venían a su cerebro de la loba blanca de ojos turquesa que le había salvado la vida apareciendo en el campo de entrenamiento hace algún tiempo, cuando aquella serpiente casi lo mata.

Luego ve a la chica a su lado saliendo del río, completamente desnuda y hermosa. Bañada por la luz de la luna como si su piel fuese el sitio perfecto para recibir el halo plateado de la protagonista del cielo nocturno.

Recuerda una segunda explosión, fuego, la chica de las alas azules y mucha sangre.

También tiene la imagen de su hermana clavada en la mente, y un Tristan más tenebroso y oscuro, que lo mira de forma siniestra.

Nada de eso logra alcanzar un significado coherente en su cerebro. Aún le cuesta asimilar que aquellos seres encapuchados realicen una magia negra tan tangible, tan real, fuera de los mitos de algunas sectas y grupúsculos trastornados donde toda su hechicería queda en su mente fanática.

No entiende de qué forma el hijo de Arthur desapareció como si solo hubiese sido una visión, y en qué momento llegaron a un mundo habitado por hadas.

En ocasiones pensaba que estaba siendo víctima de alucinaciones, que aquella salvaje lo había drogado. En otros momento juraba que se encontraba en un sueño que a veces se volvía pesadilla. Pero todo era escandalosamente real, y él aún no lograba asimilarlo por completo, a pesar de haber sentido algún tipo de conexión extraña con aquel lugar llamado Cidris, y de no poder evitar la corriente pesada que lo une a la salvaje a su lado.

Estaban cansados, anduvieron durante todo el día tras aquel rastro de azufre que no hizo más que confundirlos. Cayeron justo en la trampa de esos malditos hechiceros al alejarse de su posición y permitirles preparar todo lo necesario para el cuarto espectáculo oscuro.

La noche ya se tomaba el cielo y la falta de estrellas visibles anunciaba una tormenta. Habían llegado a la cima de una mediana elevación muy cercana a donde se encontraba el resto de la manada de Tana. Los lobos aullaron anunciando el olor de los suyos y corrieron hasta perderse entre los árboles en busca de la cueva que los refugiaba a la mayoría.

Unos espantosos truenos resonaron con violencia, impactando en el tranquilo silencio que se había quedado luego de la partida de los lobos.

—Parece que va a llover —resaltó lo obvio el general  rascándose la parte trasera de la nuca, mientras miraba a la Nefyte de hito en hito.

Así llevaban casi todo el día, mirándose intermitentemente entre ambos. Cuando uno giraba la cabeza el otro aprovechaba para posar sus ojos en el primero, y viceversa.

Para el general resultaba un completo misterio aquella mujer de cabellos blancos. Era el tipo de persona que callaba más que hablaba, y parecía estar todo el tiempo perdida en sus pensamientos, casi como él cuando planeaba las estrategias para alguna misión.

—Por los truenos diría que sí —concordó ella y volvió la vista al frente.

Egan se había fijado en la forma tan inocente que tenía de poner un mechón de su cabello tras la oreja y bajar ligeramente la mirada cuando estaba nerviosa, para que nadie notara el bonito rubor que cubría sus mejillas.

Reina Loba (Guerra de Poder I) (COMPLETA)Where stories live. Discover now