3

261 19 0
                                    

Con el pasar de los días, Camilo había encontrado una nueva rutina. En lugar de que las ratas lo hicieran, era él quien tomaba todas las arepas que le dejaba su tía Julieta para llevárselas a su tío Bruno. Prestaba atención en que nadie notara como se escabullía tras la pintura junto a las escaleras y recorría los pasillos internos de Casita, teniendo cuidado de no caer en el hueco en el piso que había hecho la primera vez que había pasado por ahí. Poco a poco se fue reencontrando con el que en su infancia había sido tío favorito; y ahora, cuando más lo necesitaba, también se estaba volviendo un amigo.

Poco a poco sabía más de su tío y cómo había sobrevivido al interior de los muros, como el hecho de que aprovechaba cuando la familia salía cada día para salir a la casa, ducharse, lavar su ropa, tomar comida y regresar.

-¿Casita te ayuda?

-Ella sabe que soy yo, a veces me ayuda, pero no me obedece.

-Descuida. A nadie realmente, sólo a la abuela y a Mirabel. Tal vez sea por eso que ella no tenga un don.

Hablaban de tantas otras cosas, como de la boda de los padres de Camilo; sobre como Bruno bromeó con su hermana diciéndole que parecía que iba a llover porque estaba sudando mucho, y ella lo tomó como un mal presagio y se enojó bastante, o como misteriosamente se fue moviendo poco a poco de estar en medio de la de sus hermanas, pasó a estar en la parte trasera.

-¿Y tienes alguna teoría del por qué se movió sola?
-¡Nop! Ni idea... Bueno, sí. Una... Pero es un poco triste.

Bruno dejó el pincel con el que estaba pintando sus escenarios para sus ratas cabizbajo. Camilo se acercó a su tío y le puso una mano sobre el hombro.

-No tienes que hablar de esto si no quieres.

Bruno puso su mano sobre la de su sobrino.

-Cuando recibí mi don no sabía cómo controlarlo. Visiones venían a mí en cualquier momento y me hacían sentir aterrado. Ver a mi mamá orgullosa de mis hermanas, porque don sí era de beneficio para el pueblo sólo me hacía sentir peor. Mis únicas amigas eran las ratas- Ratas ya había aquí desde antes; las entrenaba en mi habitación. Me pasaba el día tratando de encontrar un método para controlar mis visiones. Y cuando al fin lo logré, la abuela me obligaba a recibir a las personas para que les dijera su futuro, pero... muchas veces eran cosas que la gente no quería oír. ¡Pero no era mi culpa, sabes?! Vi a Osvaldo panzón, pero es obvio se la pasa comiendo comiendo dulces, ¿¡Cómo no iba a terminar panzón?!

-Hey, tío, tranquilo.

Bruno se detuvo, se dio cuenta que estaba empezando a hablar muy rápido y a exasperarse.

- Lo siento... Bueno, pues creo que entonces, deje de dar visiones. Mi madre se decepcionó de mí. Creo que entre más sentía que ni el pueblo ni mi familia me querían más se fue alejando mi habitación y pasó a ser una torre. No tuve una visión de nuevo hasta la noche de la ceremonia del don de Maribel. Esa parte ya te la sabes.

-¡Wow! Que historia. Sabía que todo aquí se movía, pero no pensé que también pudiera hacerlo toda una habitación.

-Ya sabes cómo es esto de misterioso del encanto y los Madrigal. Dime, ¿aún puedes hacer que tu habitación se transforme en lo que quieras?

-Claro, siempre. Aún recuerdo cuando lo transformaba en un cuarto de juegos y podíamos pasar toda la tarde jugando fútbol o con mis peluches. O cuando creaba un escenario y actuábamos.

El rostro de Camilo cambió de una felicidad al recordar esas tardes de juego a una sonrisa apagada y triste. Bruno sintió una gran empatía por su sobrino. Se sintió culpable por haber dejado a sus sobrinos cuando más lo necesitaron. Al no tener hijos, él de verdad los quería. Pensó en todos los momentos que se había perdido en la vida de su sobrino.

-De hecho... Bueno, ya que me has contado dos historias, a mí me gustaría contarte algo.

Se sentó frente a Bruno y este se obligó a mirarlo, dejando de lado las escenografías para los shows de ratas. Bruno se preguntó si estaría listo para ayudar a su sobrino con los problemas adolescentes, porque él no no la había pasado muy bien en la suya, pero también supo que Camilo no tenía a alguien más así, que fuera adulto y que lo considerara su amigo. Félix, aunque buen hombre y amaba a sus hijos, era su padre, y eso ya era una gran diferencia.

-No recuerdo como era mi habitación originalmente. Recuerdo mi ceremonia, recuerdo que estaba feliz, pero no recuerdo mi habitación, cambió de forma en cuanto yo hice lo mismo. Pero cambia de acuerdo a lo que necesite o como me sienta. Tío... ¿y si a mí me pasó lo mismo?¿Y si he cambiado tantas veces que ya ni siquiera yo mismo como soy realmente?

Bruno no esperaba eso. De verdad su sobrino había crecido mucho en todo este tiempo. ¿En qué momento ese niño tan histriónico y ruidoso se había vuelto tan profundo? Se levantó y levantó a Camilo. Lo abrazó muy fuerte.-Este eres tú. Así eres tú, Camilo. Esos pelo crespo negro y tu sonrisa son únicas, sobrino. Si un día dudas, pregúntame a mí. Yo siempre podré reconocerte.Camilo lo abrazó de vuelta con mucha fuerza y comenzó a llorar. Bruno trató de acercarlo más a él para sujetarlo mejor en su regazo. Ese calor de alguien más, de un abrazo sincero y cariñoso; no pronunciaron palabras, pero los dos sabían cuánto les había hecho falta eso al otro y a ellos mismos. 

Café con aroma a Madrigal - Brumilo - ResubidoWhere stories live. Discover now