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Camilo cerró su puerta tras él. Ese había sido un día demasiado agotador emocionalmente. Siempre le había gustado que su habitación a veces supiera mejor que él lo que necesitaba. En ese momento su cama apareció repleta de almohadas suaves y mullidas en las que Camilo se dejó caer de cara, se quitó las sandalias, se volteó boca arriba y puso sus manos entrelazadas detrás de su nuca. Suspiró y perdió su mirada en el techo. Pronto la ola de pensamientos llegó a su mente.

Primero, ¿qué demonios le pasaba a su hermana?¿Por qué había estado tan de mal humor desde que la abuela había anunciado el compromiso de Isabela? También había notado que habían comenzado a aumentar la cantidad de grietas en la casa cuando iba de regreso de la habitación de su tío Bruno ... Bruno ...

No sabía que había sido lo más increíble de los momentos que hace un par de horas había vivido con su tío; que su tío lo comprendiera mejor que nadie o que fuera así porque resultaba que estuvieran en la misma situación. Bueno, más o menos, porque seguro después de diez años de encierro seguro que no le gustaba nadie. Se preguntó también si Bruno había conocido a Mariano antes; no sabía por qué, pero la advertencia de su tío de alejarse de Mariano le inquietaba. ¿Era porque de verdad lo mejor era alejarse de él para alejar los pensamientos sobre él o porque Bruno sabía que Mariano era un mal muchacho? No, no podía ser un mal sujeto, porque si no la abuela no habría permitido jamás que se casara con la "señorita perfecta" Isabela. Además de conocerse, Bruno lo habría conocido más joven. Si su tío llevaba diez años escondido, debió conocer a Mariano de su edad, de unos quince, máximo diecisiete años. Y sí debió conocerlo, porque el Encanto es tan pequeño que todos se conocen, aunque sea de vista. Mariano...

Así se fijó en Mariano. Siempre lo notó como alguien más del pueblo, después de todo él ya estaba allí cuando Camilo comenzaba a tomar conciencia de lo que era la vida y el mundo. Siempre fue el hijo mayor de la amiga de la iglesia de su abuela. Siempre estaba ahí con ella, y Camilo se dió cuenta muy tarde que ya había caído en los encantos de Mariano al igual que muchas muchachas del pueblo. Esos fuertes y grandes brazos, esa sonrisa, y que el muchacho fuera alguien sencillo, humilde y nada fanfarrón no ayudaban en nada. Camilo a veces se descubría a sí mismo preguntándose qué se sentiría estar rodeado de esos brazos o como se moverían esas caderas al ritmo de un buen vallenato.

Camilo miró hacia su entrepierna, una notable erección era visible en su pantalón. Era más que obvio que Mariano despertaba en él cosas que nadie había despertado antes. En ese momento se le ocurrió algo que, de hecho, nunca había pensado antes.

Un espejo de cuerpo completo apareció frente a él. Camilo se incorporó en su cama, se quitó la ruana y se quitó su pantalón dejando su erección al aire. Se puso de pie y caminó hacía el espejo y se desabotonó la guayabera. No podía creer lo que estaba apunto de hacer pero de verdad sentía el deseo como nunca lo había sentido. Se miró de cuerpo completo. No estaba tan mal. Sí, era un chico un poco delgado, pero si se consideraba algo guapo, "encantó" si tenía, valga la redundancia. Se preguntó si Mariano se fijaría en él.

Se convirtió en Mariano. "¡Guau! ¡Tremenda herramienta se carga Mariano!". Se acarició el miembro desde la base hasta la punta, le encantó su suavidad. Deslizó el prepucio hacia atrás para dejar al descubierto el glande. No pudo aguantar más y comenzó a hacer ese movimiento de subir y bajar repetidamente a lo largo de su pene mientras con su otra mano pellizcaba ligeramente sus pezones. Los gemidos y el fuerte sonido de su respiración inundaron toda la habitación. Así siguió un buen rato hasta que eyaculó salpicando todo el espejo.

Se dejó caer, en la cama y dejó escapar un gran suspiro de alivio. Se sintió muy bien desahogarse. Esperaba que al menos esto sirviera por el momento para no pensar en Mariano o en estar con él. Y como es común en un hombre después de masturbarse, se quedó dormido.

No se dio cuenta que en una de las paredes de su habitación, había una rendija en la pared por la que un par de ojos observaron todo lo que había pasado.

Hernando tenía su mano derecha llena de su propio semen. No podía creer que tuviera tan mala suerte como para haber sido testigo de está situación. Bruno solo estaba sanando las grietas de la casa que cada vez eran más frecuentes, cuando sin darse cuenta había llegado al contramuro de la habitación de Camilo y escucho unos gemidos que le resultaron muy familiares y cuando encontró una grieta por la cual asomarse, primero se sorprendió que fuera Mariano, y aunque al instante cayó en cuenta que era Camilo, sus instintos lo traicionaron y comenzó a tocarse.

Ahora, habiendo abandonado su balde y su llana en el pasillo, se dirigía a su habitación mientras trataba de limpiar el semen de su mano. No sabía que le preocupaba más; darse cuenta que aún no olvidaba a Mariano, o que acababa de masturbarse viendo a su sobrino.

-¡Maldición! ¡Esto es malo! ¡Es muy malo!

Café con aroma a Madrigal - Brumilo - ResubidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora