El ancla

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«Por las noches dejo las luces de mi casa encendidas y camino a través de los campos. Cuando miro atrás desde la distancia la casa parece un barco en el mar. Es el único momento en el que me siento a salvo.» 

Cuando terminó la cena Graham se despidió y subió coche. Por una vez le daba pena haber tenido que decir adiós. Había sido una buena noche, rara en cierto modo... Graham sonrió pasando una mano por la nuca recordando aquella sensación cuando Hannibal se acercó a él antes de ir a buscar el postre. Extraña, pero no desagradable... Todo lo contrario de hecho. No recordaba si alguien le había hecho sentir así ni siquiera Alana. Sabía que era una estupidez y no era como si fuera a tener nada con él, ambos eran hombres, pero no dejaba de ser agradable.

Tras varios kilómetros más Graham giró el volante entrando en la zona terrosa. Continuó al menos media hora más y pronto comenzó a ver las luces de su casa a lo lejos. Graham siempre las dejaba encendidas. Le gustaba tenerlas así porque mientras se acercaba a ella por las noches le recordaba donde estaba su hogar el ancla que aún lo sujetaba a este mundo a la realidad.

Aparcó el coche en la parte trasera y caminó hacia la casa deseando ver a su manada. Al tocar la cerradura con la llave la puerta se abrió unos centímetros. Estaba seguro de haber cerrado antes de marchar. Instintivamente llevó una mano al arma que guardaba en el bolsillo, pero no la sacó.

Sus chicos estaban ladrando desde el interior y Graham sabía que saldrían a recibirle echándose sobre él. Le rodearon moviendo la cola y oliéndole y Graham, como siempre, les devolvió la atención rascándoles y dándoles palmadas en el lomo. Les notaba más nerviosos de lo normal, pero se imaginó que sería porque llevaba todo el día fuera. Apartándoles consiguió entrar y quitarse el abrigo y los guantes. Miró al exterior una vez más y cerró con llave

—Buenos chicos ¿Me habéis echado de menos? ¿Eh? ¿Cómo está mi familia? Espera... Nos falta alguien. ¿Dónde está Winston? ¿Te has vuelto a comer el sofá? —preguntó aún sin tenerlo a la vista.

Sacó la comida del armario y la puso en los cuencos. Algunos se acercaron a olerla, pero no vio a ninguno comer nada. Winston seguía sin aparecer.

Will le llamó varias veces. Tal vez estaba haciendo alguna trastada.

Le encontró en el salón junto a la chimenea donde solían dormir todos. Estaba tumbado sobre las mantas.

—¿Winston? ¿Estás bien, chico? —Will se arrodilló a su lado. Podía ver como su costado se movía al respirar lentamente. Winston abrió los ojos y se levantó tropezando con sus patas. Le lamió la cara mientras trataba de mantenerse en pie y volvió a caer. 

—¿Qué te pasa? 

Parecía aturdido como cuando tuvo que llevarle al veterinario y le anestesiaron. Recordó cómo Winston en aquella ocasión trató de seguirle, pero no consiguió ni dar dos pasos sobre la camilla. Algo no iba bien. El perro gruñó y Will se puso en pie. No había nada en pudiera causarle ese efecto en el interior. ¿Habían entrado en casa? ¿Seguían allí? 

Graham sacó el arma y registró cada centímetro de la casa, pero no encontró a nadie. 

Salió hasta el porche. Dio la vuelta alrededor de su casa y se apoyó contra la pared. Su aliento se congelaba al salir con aquella temperatura tan baja y le dolían los brazos. 

—¿Qué se supone que estoy buscando? —murmuró Williams—. ¿Qué se supone que estoy haciendo? —Guardó el arma en la cinturilla del pantalón. Estaba a punto de volver a entrar cuando vio algo en el suelo. Era un trozo de carne. ¿De dónde había salido? Volvió a entrar y recogió el trozo en una bolsa de plástico. No parecía ninguna presa cazada por sus chicos. Los bordes estaban cortados a cuchillo. ¿Alguien se había acercado tanto a su casa?

Needing me (Hannigram)Where stories live. Discover now