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Luego de haber tomado el café, por fin, había llegado la hora indicada.

Volvieron al edificio quince minutos antes de que la sesión se retomara, entrando a la sala y ocupando sus respectivos asientos. Allí dentro, no volaba ni siquiera una mosca. Nadie hablaba, nadie hacía el menor ruido, solo se encontraban Maxwell; Abby; Miller —Su abogado—; Parmer y Vernon, el hermano de Rita, además de los agentes oficiales que hacían de custodias. Todos los asientos del jurado se hallaban vacíos, hasta que cinco minutos antes de iniciar, entraron por una de las puertas contiguas y tomaron sus lugares. De forma puntual, uno de los agentes exclamó:

—Su señoría ingresa a sala, de pie por favor.

Todos se pararon, mientras la jueza ingresaba con paso rápido, subiendo al estrado. Allí, se colocó sus gafas de montura ancha, y examinó los papeles un momento, mientras todos se volvían a sentar. Los segundos se hicieron incalculablemente eternos, casi semejantes a horas, hasta que por fin habló.

—Señor Lewis, de pie para recibir la sentencia, por favor.

Maxwell tragó saliva, casi mareado, sintiendo que comenzaba a entrar en una vorágine de terror absoluto. Finalmente, se puso de pie, con las manos a la espalda, junto a Miller. La jueza continuó hablando.

—En vista del poder penal que se me confiere, de ser este un caso poco usual, y de las pruebas presentadas tanto por el defensor actuante como por la fiscalía, el jurado ha llegado a un veredicto —Hizo una breve pausa y los miró a todos. Abby contenía la respiración, Maxwell ni siquiera parpadeaba—. La corte declara al acusado inocente por los cargos de homicidio doble especialmente agravado, y se le retirará toda medida cautelar impuesta a su persona. La investigación policial continuará por las vías correspondientes para determinar la identidad del verdadero culpable del crimen.

Maxwell cerró los ojos al mismo tiempo que sonreía, en cuanto escuchó el martillo de madera golpear contra su soporte, y sintió que las piernas se le aflojaban por lo que tuvo que volver a sentarse, casi dejándose caer en la silla. Abby, a su lado, le abrazó con rapidez, emocionada por la tranquilidad y la felicidad que le dominaba, mientras que Miller le palmeó el hombro, satisfecho. Maxwell entonces se puso de pie y envolvió en un abrazo al abogado, dándole palmadas en la espalda con vehemencia.

—¡Gracias, muchas gracias! —exclamó, por encima del murmullo del jurado que comenzaba a ponerse de pie para retirarse.

—Le dije que iba a salir limpio de todo esto.

—Deberé darle una buena propina, entonces —sonrió Maxwell.

Detuvieron su júbilo un instante para firmar la aceptación de sentencia que les acercaba uno de los oficiales, y luego comenzaron poco a poco a retirarse de la sala. Al salir, de nuevo a la calle, Maxwell se sintió como si estuviera ante los umbrales de un mundo nuevo. Todo le parecía mucho más vívido y disfrutable ahora: el color del sol, la brisa sobre su rostro, el olor fresco del aire e incluso hasta los ruidos del tránsito. Nunca se había dado cuenta de lo bella que era la ciudad hasta ese momento, donde había estado en peligro de pudrirse dentro de una celda y no volver a ver la luz del sol. Hacía muchísimos años que no fumaba, pero en aquel momento se le antojaba un buen cigarrillo, sin dudarlo. De todas formas, se tomaría una generosa medida de whisky en cuanto llegara a su casa.

—¡Maxwell! —exclamó alguien, detrás suyo. Al girarse, también lo hicieron Miller y Abby con él. Vernon estaba allí, entonces, mirándolo con expresión sombría.

—Vernon, lo siento mucho, hombre. Todo lo que ha pasado ha sido una tragedia —Le respondió, de forma sincera. Ni siquiera había tenido tiempo de darle las debidas condolencias desde que había ocurrido todo, hasta ahora.

La criatura malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora