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Lo primero que la recibió fue las incontables flores rojas de hibisco y la belleza de una casa demasiado tradicional. Lo segundo fue los deliciosos sonidos de un hogar que despierta, las risas de niñas pequeñas, las peleas entre hermanos y los llamados de una madre para el desayuno.

Nanako respiró profundo, lo que iba a hacer no era correcto y lo sabía, pero estaba desesperada. No podía quedarse de brazos cruzados mientras veía a Langa ir decayendo. 

Cuando Oliver falleció se sintió  impotente ante el dolor de su hijo porque ni ella misma lograba lidiar con la pena, pero ahora era diferente, esta vez intervendría. Con aparente seguridad se plantó frente a la puerta y toco el timbre.

La puerta fue abierta un par de segundos después por una jovencita cuyos ojitos la escudriñaron discretamente antes de preguntar en que podía ayudarla.

—Estoy buscando a Kyan Reki —respondió ella intentando sonar afable.

—Espere un momento por favor —pidió Koyomi entrecerrando la puerta para llamar a su hermano mayor.

Nanako jamás había visto a Reki, escuchado incontables cosas sobre él por supuesto, tanto físicas como de carácter, pero ningún retrato mental que hubiera podido hacer se comparaba al adolescente pelirrojo de preciosos ojos ámbar que tenía delante.

Al mirarlo comprendía mejor el cómo Langa cayó irremediablemente ante él. Era un chico de estatura media y complexión francamente atlética a pesar de la pérdida de peso que Langa remarco varias veces, pues le preocupaba que no estuviera comiendo bien. De boca pequeña y labios generosos, nariz respingada y cejas pobladas, y su cabello, tan rojo como las flores de hibisco que adornaban la casa se extendían como fuego. Pero lo que sin duda era la cereza del pastel eran sus ojos, Nanako se quedó sin habla ante ellos. Las pestañas largas abanicaban dulcemente, hasta podría decir que con inocencia, y el color... el color era imposible de igualar porque ella juraría que eran dorados, solo para darse cuenta que en realidad a distintas intensidades de luz podrían pasar por ámbar, o tal vez por un rojo tan brillante como el de su melena. Como un bello atardecer que a distintas horas muestra matices cautivadores y sobrecogedores que te exaltan el corazón.

Su pequeña Langa no había tenido oportunidad de negarse al amor, no cuando esto que veía solo era un estuche muy bonito para una personalidad aún más hermosa. Tan brillante y cálida como sol, según las palabras de su hijo.

Nanako suspiró tristemente, porque al ver a esté niño podía asegurar que no había malicia en él, y por lo tanto de ninguna manera ha querido herir a Langa. Simplemente Kyan Reki muestra lo que es sin dobleces. Así que su plan de hacer una especie de reclamación disfrazada de petición fue desechada, en su lugar...

—Se que estas por salir a la escuela, pero podrías regalarme unos minutos de tu tiempo —solicitó con una sonrisa tranquila.

—Claro, pero... puedo saber quién es usted.

—Cierto, no hemos sido presentados oficialmente, y tal vez a pesar de haber escuchado mi nombre no lo recuerdes. Soy la madre de Langa.

Reki dio un jadeo ahogado y sus ojos, esos maravillosos ojos demostraron todas las emociones por las que pasó, el asombro, la comprensión y por último el miedo y la tristeza. Era tan transparente, tan fácil de leer.

—Hasegawa-san, es un gusto conocerla —dijo inclinándose en un saludo respetuoso.

—No es necesario tanto formalismo, después de todo eres el mejor amigo de mi hijo, y precisamente sobre él quiero hablarte —comentó captando de inmediato como el brillo en su mirada se apagaba por una tristeza que la conmueve.

OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora