Elizabeth no le había mentido a Paulo cuando le dijo que debía dormir temprano porque le tocaba madrugar; sin embargo, terminó desvelándose por pasar la noche hablando con él, por lo que había pasado todo el día bostezando.
—Mi vida, ¿puedes darte prisa?... Están esperando por ti. —Rachell al otro lado de la puerta del probador la presionaba—. Si quieres puedo ayudarte.
—Un minuto mamá, ya casi estoy lista —dijo en voz alta, mientras ataba la cinta del sexto vestido que se probaba ese día. No había permitido ni por un segundo que su madre la viera en ropa interior, porque entonces descubriría el raspón que tanto se había empeñado en ocultar.
Estaba acostumbrada a esos interminables días de cambios de ropas, maquillajes y peinados, para después posar para fotógrafos, pero realmente ya estaba un poco cansada de todo eso. Era lo mismo que venía haciendo desde que tenía uso de razón.
Quería un poco más de libertad, más tiempo para sí misma; suponía que los días en Brasil serían para relajarse, pero ahí estaba, cumpliendo con su deber. Tal vez no quería dejar definitivamente de lado su carrera como modelo, pero sí suplicaba por un tiempo completamente alejada de todo eso; no obstante, no se atrevía a decírselo a su madre, porque no quería romperle el corazón.
Se giró y abrió la puerta, dándole la espalda al espejo. Ahí estaba su madre, parada enfrente, con ese hermoso brillo invadiendo sus ojos, como siempre que la veía con alguno de los trajes diseñados por ella.
—¿Cómo me queda? —preguntó con una encantadora sonrisa.
—Preciosa, pareces una muñeca —confesó Rachell, sintiéndose realmente orgullosa de su hija.
Elizabeth sonrió, esa era la respuesta que su madre siempre le ofrecía, que aunque fuese su amiga y cómplice, seguía viéndola como a una muñeca.
—Me encanta este vestido, es el más lindo de esta colección.
—Puedes quedártelo. —Le acarició la mejilla con el pulgar.
Elizabeth sumaba un vestido más a su interminable colección de ropa, ya ni recordaba la última vez que había repetido alguna prenda, unos zapatos o carteras. Por eso anualmente los llevaba a alguna fundación benéfica y regalaba cosas que solo había usado una vez.
—Gracias mamá... —Se quedó mirándola a los ojos, y una vez más la atacaban esas ganas de contarle sobre Paulo. Estuvo a punto de hacerlo esa mañana durante el trayecto de la casa a la boutique, pero no encontró el valor. Sabía que era muy pronto.
—Démonos prisa, que Violet volverá loco a tu padre. —Le puso una mano en la espalda para guiarla—. Me llamó hace unos minutos pidiéndome que no tardara.
Su madre interrumpió el valor que estaba reuniendo para contarle que llevaba cuatro días conociendo a un chico y ya se habían besado. No le quedó más que esperar otro momento.
—Compadezco a papá, nadie puede pasar un día entero con la enana. —Se levantó un poco la parte delantera del vestido de tela de gasa, que formaba atrayentes ondulaciones ante la ligereza.
—Mi niña solo es un poco inquieta —comentó Rachell, sonriendo.
Sabía que su hija menor era un torbellino que reclama demasiada atención, pero a ella se le hacía muy fácil justificarla.
—¿Solo un poco? —ironizó Elizabeth en medio de una carcajada—. Sabes que tanto papá como tú la tienen muy consentida.
A Elizabeth la estaban esperando las personas de maquillaje, peluquería y estilista, quienes se encargarían de prepararla para la última sesión de fotos de ese día. Rachell la dejó en manos de los profesionales y bajó.
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MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)
RomanceElizabeth Garnett, hija del Fiscal General de Nueva York y la más importante diseñadora de modas del momento. Es modelo desde niña, pero también por sus venas corre una desmedida pasión por la capoeira. Debido a un cambio de planes deberá pasar sus...