CAPÍTULO 59

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Después de que Cobra viera a Elizabeth marchar, tuvo que escudar sus emociones, porque a nadie le importaba una mierda que se sintiera devastado y con ganas de subir al primer avión que lo llevara a Nueva York. No le quedaba más que afrontar su cruda realidad. Se pasó la mano por la cara para limpiarse las lágrimas y sorber otras tantas.

De un salto bajó de la media pared del estacionamiento, subió a la moto y se fue al trabajo, del que se había escapado sin importarle ser despedido a consecuencia de ello.

Le fue imposible que su jefe no se enterara que había estado ausente por más de tres horas. Después de un sermón por varios minutos y una amonestación que lo obligaba a trabajar cuatro horas extras ese día, pudo regresar a su puesto sin mayores complicaciones.

Su trabajo necesitaba de toda su concentración, pero realmente lo único que tenía su atención era su teléfono, que estaba a un lado del escritorio; hubo muchas llamadas entrantes, pero ninguna contestó, le molestaba que siguieran con la insistencia después de que se había negado.

Cuando por fin cumplió con su penalidad, no se quedó ni un minuto más; sabía que Elizabeth debía estar por llegar a Nueva York y quería estar en un lugar tranquilo y con toda la disposición para atender su llamada.

Salió en su moto a toda prisa, ansioso por llegar al apartamento, varias calles antes de llegar, sintió el teléfono vibrar en el bolsillo de sus jeans, y como había olvidado ponerse el casco, no tuvo más opción que sacar el móvil, inmediatamente el corazón se le descontroló al ver que quien lo llamaba era su moça.

—Hola —saludó, tratando de mantener el equilibrio de la moto con una mano y redujo la velocidad—. Dime que has llegado bien.

—Hola, sí. Acabamos de aterrizar —informó, queriendo ser más cariñosa con Cobra, pero su padre estaba cerca.

—Supongo que debes estar muy cansada —dijo con el corazón latiéndole a mil.

—Sí, realmente lo estoy —confesó; sin embargo, no podía escucharle muy bien—. ¿Estás conduciendo? —preguntó, incrédula.

—Sí, estoy por llegar al apartamento.

—Detente ahora mismo o termino la llamada —condicionó, sintiéndose molesta por la imprudencia de Alexandre, y al mismo tiempo preocupada.

Cobra se detuvo a un lado de la calzada y apoyó las piernas en el suelo para mantener el equilibrio.

—Ya, me he detenido —suspiró—. Elizabeth, sé perfectamente conducir y atender una llamada.

—Pero no es prudente que lo hagas. Una moto no es un auto, es mucho más peligroso —explicó, mientras bajaba las escaleras del avión.

—Ya dejemos de discutir —suplicó.

—No estoy discutiendo, solo me preocupo por ti.

—Gracias, supongo que aún no me acostumbro a que alguien se preocupe por mí —sonrió, sintiéndose realmente importante.

Elizabeth tan solo llevaba pocos pasos, tratando de acostumbrarse nuevamente al clima neoyorquino, cuando empezó a llover.

—Vamos, dense prisa, no quiero que se enfermen —dijo Samuel, quien llevaba a Violet tomada de la mano.

—¡Fantástico! —Elizabeth miró al cielo y se echó a correr—. Está lloviendo, creo que tengo que dejarte ahora —comentó.

—Está bien, ve tranquila.

—No sé si tendré tiempo para llamarte de vuelta, pero me gustaría que mañana por la noche podamos hacer una videollamada, ¿te parece?

—Me parece —asintió sonriente, feliz de saber que podría verla—. Antes de colgar, ¿por qué no me repites lo que me confesaste antes de que te fueras? —pidió, observando cómo una pareja de enamorados pasaban a su lado, tomados de la mano.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora