CAPÍTULO 29

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Elizabeth pasó todo el día encerrada en la habitación que sus primas le habían dado desde el mismo momento que adquirieron ese hermoso ático, quería salir y distraerse un poco, pero no pretendía ser el centro de atención de miradas imprudentes, por lo que trataba de hacer las horas menos aburridas, revisando sus redes y conversando con algunas compañeras modelos o de la academia de capoeira en Nueva York.

Evitaba mirarse en el espejo, porque al hacerlo, solo veía su rostro inflamado y los tampones en la nariz, que le recordaban todo lo vivido durante la mañana, e inevitablemente el rencor hacia Priscila aumentaba.

Había tomado la decisión de no volver por un tiempo a la academia, no porque sintiera algún tipo de temor hacia esa estúpida, sino porque no podría controlarse cuando se la encontrara; también creía necesario alejarse de Paulo, para que los días sanaran las heridas en ambos.

Aunque pasó horas y horas con el teléfono en la mano, no recibió ningún mensaje ni llamada de Paulo, eso solo le confirmaba que verdaderamente estaba molesto.

—¡Hola! —saludó Helena entrando sin avisar.

—Hola —correspondió con ese tono de voz ridículo que le salía por tener los tampones en la nariz.

Se levantó, quedando sentada en la cama, sin soltar el teléfono.

—¡¿Qué te pasó?! —preguntó, sorprendida, al verla en esas condiciones.

—Nada, solo fue un accidente en la academia... ¿Mucho trabajo hoy? —curioseó, lo último que deseaba era hablar sobre su reñido encuentro con Priscila.

Helena se quitó los zapatos de tacón y se sentó en la cama, metiendo los pies para masajeárselos un poco.

—Sí, muchísimo... Fue un día de mierda, no sé cómo papá podía atender tantos compromisos él solo, si Hera, Renato y yo no podemos... Casi nunca logro terminar todo lo que me programo en mi agenda diaria. Hoy tuve tres reuniones, siguen los problemas en Mato Grosso con los garimpeiros, en fin... Son tantas cosas, que solo terminaría aburriéndote...

—Tranquila, no podría aburrirme más... Me he pasado todo el día en cama.

—Y cuéntame, ¿cómo fue ese accidente? —Le sostuvo la barbilla y le elevó el rostro, para mirar los tampones en la nariz.

—No tiene importancia. —Se liberó del agarre.

—Si me dices que no tiene importancia es porque la tiene... Pequeña, te conozco mejor de lo que me conozco a mí misma. Nunca antes habías tenido ningún tipo de accidente en la academia.

—Una chica me atacó, supongo que quería vencerme saltándose las reglas del juego.

—Sabes que conozco a todos allí. Dime quién fue y porqué hizo algo así. —Se quitó la chaqueta blanca que llevaba puesta y luego el sostén, sin deshacerse de la camiseta de seda sin mangas. No pudo evitar soltar un jadeo de satisfacción al liberarse de la prenda íntima.

—Fue Priscila —resopló de ira, tan solo de pronunciar el nombre de la muy maldita, la sangre volvía a entrarle en ebullición—. Supongo que lo hizo porque estaba segura que de otra manera jamás podría vencerme.

Helena rodó los ojos y Elizabeth le llevó la mano al hombro, empujándola, al tiempo que ambas soltaban risotadas.

—Maldita humildad que heredaste de Sam.

—Solo digo la verdad... Ninguno de allí ha conseguido superarme, tal vez si fuesen más disciplinados y practicaran capoeira todos los días de su vida, como lo he hecho yo, estarían a mi nivel... Has sido testigo de que termino venciéndolos a todos. —Sonrió con supremacía.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora